El camino que viene

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Aragorn se movió lentamente hacia atrás, sin dejar de mirar a los hombres frente suyo. Él tampoco estaba realmente sorprendido de que un grupo de hombres armados estuviera parado en el umbral de su habitación, aunque tenía que admitir que todo el asunto ya era un poco molesto. ¿No podía ir a ninguna parte sin ser capturado, detenido o molestado de alguna manera?

Por el rabillo del ojo, vio que Legolas estaba imitando sus movimientos, algo que lo tranquilizó bastante. Por el momento, le resultaba un poco difícil concentrarse; y aunque no estaba demasiado sorprendido, todavía estaba confundido. Cuando se separaron de Elrohir e Isál esta noche, lo único que le preocupaba era cómo podría dormir con Legolas en un estado tan nervioso, ¡y ahora pasaba esto!

El joven dio unos pasos más hacia atrás, siguiendo la orden silenciosa de los hombres. No sabía leer la mente y no estaba realmente de humor para cumplir con los deseos de estas personas de ninguna manera, pero incluso él reconocía la necesidad de hacer lo que estos hombres querían. Ocho ballestas apuntándole tendían a hacer maravillas con la disposición de uno a cooperar.

Unos cuantos pasos más y la parte posterior de sus rodillas chocó con algo que identificó un instante después como una de las camas. Legolas se detuvo junto a él, con las manos ligeramente levantadas en una posición no amenazadora que no engañó a Aragorn ni por un segundo. Conocía al elfo de cabello dorado y ya había visto antes esa particular expresión en el rostro de su amigo. Si Legolas tuviera la más mínima oportunidad, la aprovecharía sin dudarlo.

Uno de los humanos, un hombre alto y musculoso con un rostro moreno que Aragorn podría haber jurado que había visto antes, le indicó al resto de los hombres que entraran en la habitación. Tan pronto como todos estuvieron dentro, cerró la puerta con una amabilidad casi exagerada, antes de darse la vuelta, con un brillo satisfecho y al mismo tiempo ligeramente preocupado en sus ojos. Sin embargo, no dijo nada, por lo que los dos grupos solo se miraron durante un largo rato.

Aragorn tuvo que obligarse a sí mismo a permanecer tan calmado como pudo mientras la sorpresa y la confusión eran reemplazadas por el pavor y el miedo. No tenía idea de quiénes eran estas personas, qué estaban haciendo aquí y qué querían de ellos, pero tenía la muy clara sensación de que no quería saber. Al contrario de lo que pensaban los gemelos y el noventa por ciento de la población de Rivendel, él sí había aprendido algo en los últimos años.

Junto a él, Legolas estaba cada vez más irritado. No le gustaba ser abordado por extraños en casas que supuestamente eran seguras, y menos aún cuando la siguiente arma disponible estaba colgada en su espalda. Sabía que Aragorn no estaba indefenso, pero eso no cambiaba el hecho de que no era un elfo y no poseía reflejos elfos. Si hubiera estado solo, podría haber tenido la oportunidad de hacer un movimiento, aunque solo fuera para escapar por la ventana, pero con Aragorn parado a su lado, nunca se arriesgaría.

El acre olor del humo se volvió más fuerte y más tangible, y Legolas decidió que, aunque pararse allí y mirar a los humanos era levemente divertido, no era más que una pérdida de tiempo. Si se mantenían aquí, en un par de minutos todos se convertirían en pequeños pedazos crujientes de materia no identificable.

"¿Podemos ayudarlos en algo?" - finalmente preguntó, arqueando una ceja en evidente molestia.

"Si estan buscando al vendedor de armas, os equivocasteis de casa" - intervino Aragorn, sonriéndole a los ocho hombres frente a él - "Su tienda está más abajo en esta misma calle, a no más de cincuenta o sesenta metros, creo. Es un error común pensar que es aquí, o eso me han dicho".

"Sí, realmente deberiais encargaros de esas ... cosas" - estuvo de acuerdo Legolas, arrugando la nariz levemente como si la mera visión de las ballestas fuera un insulto a sus sentidos - "Se ven un poco peor por el desgaste, si me lo preguntan".

Un mar de problemas (Libro 06)Where stories live. Discover now