No te dejes engañar

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A Legolas no le gustaba estar equivocado. Que él supiera, pocas personas lo hacían, pero sospechaba que a él le gustaba menos que a la mayoría. Por supuesto que no le gustaba estar equivocado: después de todo, era el hijo de su padre, y si alguien odiaba estar equivocado con una pasión que casi igualaba su odio por la raza de los enanos, ese era Thranduil de Mirkwood.

Por mucho que no le gustara que se demostrara que estaba equivocado, era algo con lo que por lo general podía vivir bastante bien. Puede que no le agradara admitirlo públicamente (o incluso ante sus amigos), pero podía soportarlo. Normalmente, ello tampoco le hacía ningún daño, lo que una vez más demostraba que todo esto no era una situación normal. Legolas apoyó la cabeza contra la pared fría y húmeda detrás de él, apenas resistiendo el impulso de golpearse contra ella tan fuerte como pudiera. Él era el Príncipe de Mirkwood, por el bien de Eru, tenía más de 2500 años, había luchado y destruido más criaturas del Señor Oscuro que las que la mayoría de la gente alguna vez vería, había sobrevivido el ser arrastrado a la Montaña Solitaria para negociar con los enanos, sin mencionar casi todos los tipos de intentos de asesinato que a un bardo se le podría haber ocurrido. Todo eso debería haberle enseñado algunas cosas muy simples, entre ellas nunca decir nada como '¿Qué más podría pasar?' o 'Esto simplemente no puede empeorar'.

Y aun así, había pensado exactamente eso (según su experiencia, pensarlo era tan malo como decirlo), muy probablemente en un ataque de locura temporal, y las consecuencias no habían esperado ni un segundo para presentarse - Suspiró para sus adentros - Si había una frase que los Valar odiaban, era 'Esto simplemente no puede empeorar'.

Y te hacían pagarlo por decirlo, o incluso por pensarlo.

La mayoría de las veces demostrándote que sí, todo podía empeorar. Por ejemplo, asegurándote de que la habitación en la que te escondías era la que aparentemente pertenecía al loco que anhelaba tu sangre y no quería nada más que matarte lenta y dolorosamente. Aquello no sería algo muy agradable para los pobres e inocentes elfos o humanos, pero si no hubiera estado tan intensamente molesto, incluso lo habría comprendido. Supuso que los Valar también se aburrían.

La razón de su intenso disgusto se había detenido a solo unos metros de la puerta del balcón, algo que hizo que Legolas respirara con más facilidad por un segundo. Por unos instantes, realmente había creído que Gasur abriría la puerta y saldría al balcón, incluso a pesar de la lluvia. El elfo del bosque se estremeció abiertamente. Si el capitán hubiera hecho eso, las cosas se habrían puesto feas y muy rápido.

Pero, alabado sea Eru Ilúvatar, Gasur se había detenido y permanecido adentro, algo que no sorprendió a los dos amigos que estaban afuera en el balcón. Después de todo, estaba lloviendo a cántaros, y aunque el capitán de cabello oscuro era alguien sin alma, al parecer era lo suficientemente cortés como para no arrastrar a su compañero a algo que solo podría llamarse una violenta tormenta, especialmente cuando se consideraba que aquél compañero era obviamente una mujer. Legolas hizo una pausa en sus pensamientos el tiempo suficiente para darle a Aragorn una sorprendida y completamente confundida mirada. ¿Qué tipo de mujer, independientemente de su raza, estaría dispuesta a acompañar a Gasur a cualquier lugar sin gritar y pidiendo ayuda a todo pulmón?

Aragorn le dio una mirada similar que hablaba de más que un poco de determinación. Estaba parado e inconscientemente acunando su antebrazo derecho contra su pecho, pero Legolas no tenía que ser un lector de mentes para saber lo que el hombre estaba pensando, es decir, que, si fuera necesario, arrojaría precaución al viento, entraría corriendo en la habitación y defendería el honor de cualquier pobre sirvienta que pudiera haber llamado la atención de Gasur. Legolas resistió el impulso de suspirar una vez más, sabiendo que cada respiración profunda inevitablemente haría que sus costillas dañadas comenzaran a quejarse. Realmente no sabía si debía elogiar o golpear al hombre por ese particular y honorable, pero muy imprudente pensamiento.

Un mar de problemas (Libro 06)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora