Capítulo 1

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Las manos me transpiraban levemente, clavaba las uñas contra las palmas, intentando tragar los nervios, relajar el cuerpo, pero me era casi imposible. Observar la enorme pista delante de mí, era aterrador. No había estado en una de esas muchas veces. En la vida, había tenido pocas oportunidades de lucirme en alguna competencia o certamen. Sólo practicaba horas y horas, en un pequeño lago congelado que había en el patio trasero de mi casa. La música estruendosa de fondo me hizo dar un respingo, sabía lo que venía, lo que iba a escuchar, y tener que hacer como si nada ocurriese.

-Y ahora, damas y caballeros, la última patinadora de esta noche... ¡Tara Neisser!- Exclamó con euforia el locutor, dándome a entender, que en aquel instante debía salir al hielo, y como siempre, dar lo mejor de mí para sobresalir sobre todas las otras participantes. Lo dudaba, no me tenía la suficiente confianza, y aún más, habiendo visto las presentaciones de las otras chicas. Eran increíbles, no les alcanzaba ni a los talones. Varias de ellas me habían dirigido miradas altaneras, haciéndose entender que ellas eran mejores que yo. Y también lo habían demostrado. En cualquier parte, supuse, que podrían ser chicas normales, simpáticas y amables, pero en el hielo, se convertían en alguien totalmente diferente. Dispuestas a aplastar al primero que se cruce por su camino, sin compasión alguna, llevándose el mundo por delante. Suspiré con resignación, no porque no me apasionara lo que hacía, sino por la presión que cargaba, y aquel día no había sido de los mejores. Me quité el saco negro que tenía, dejando a la vista un vestido blanco, con piedras blancas brillando en el pecho y abrazándome el cuello. Sentí un escalofrío, no tenía mangas, y era corto, tenía las piernas al descubierto. Me sostuve de la barandilla para poder sacarme los protectores de las cuchillas, y me deslicé hacia el medio de la pista. Sonreí e hice una leve reverencia hacia el jurado, que me observaba de una manera escrutadora, parecía que con la mirada intentaban advertirte que no convenía cometer errores frente a ellos. Vi a la sonrisa de ánimos que me enviaba una mujer que su casa se situaba junto a la mía, debía ser la única persona que me tenía fe y confiaba en que lo lograría. Ni siquiera mi entrenador, que por esas raras casualidades de la vida, resulta que era mi padre. Ni una sola señal de apoyo y cariño. Sólo observaba, advirtiendo que no metiera la pata en la presentación. Un peso más para mi corta espalda. La melodía comenzó, suave y lenta, sonando en todo el club, haciendo que todos los rumores y cotilleos se apagaran. Estaba seguro que muchos me criticaban y hablaban mal de mí, como siempre. Ni siquiera me conocían, y ya se creían con todo el derecho del mundo a decir lo que les placía. Y así, luego de unos segundos de comenzada la música, yo comencé con la secuencia de paso, ejecutando giros y cambios de direcciones continuamente, e incluso algunos pasos sobre las serretas de los patines, y llegó el momento que indicaba la música, en que debía hacer la secuencia del ángel, deslizándome en el hielo sólo con una pierna, y la otra elevada por encima de mi cadera, el tiempo se achicaba, y en cada segundo que pasaba, se acercaba el momento de finalizar con aquello. Sólo me faltaba lo principal, lo que es realmente necesario en una presentación para considerarme una patinadora artística sobre hielo, los famosos y aterradores saltos. Me gustaba hacerlos, pero no con todo lo que conllevaba mi vida en aquellos momentos. Tomé velocidad en la pista, y me impulsé para lograr un flip doble, cayendo con gracia y elegancia. Mi rostro se iluminó con una sonrisa al saber que lo había logrado perfectamente. Quería que ese instante fuese infinito, y que no se esfumara en el aire, pero lo inevitable del tiempo, es que es insoportablemente inevitable. Ya casi finalizaba, me impulsé nuevamente, e hice un loop, o bucle como varios lo llaman, sin embargo, aquel salto no fue digno de tener el título. Aquello fue humillante y doloroso, cuando mis pies abandonaron el hielo, quien sabe por qué, o qué diablos hicieron mis patines, que caí de costado, golpeándome una pierna, un brazo, la cadera y la mejilla derecha. Observaba cómo la tribuna se levantaba para ver qué iba a hacer yo, la melodía cesó, y automáticamente se encendieron los murmullos. Algunos se oían más claros que otros, y prefería no oírlos, o pararme y hacerlos callar a todos de una buena vez, estaba cansada de la gente hipócrita, pero no podía hacer nada, ni siquiera moverme, el cuerpo no respondía. Pero la verdad, no tenía idea el motivo de que todo se fue al diablo. Sólo permanecí allí, inmóvil, sin decir ni hacer nada. Me dolía el cuerpo, pero más me dolía aquel fracaso, y no por el simple hecho de fallar en el certamen, sino por motivos peores. Debía levantarme, e intentar hacer algún otro salto, o alguna otra secuencia, ya sea de ángel o la que fuese, para remontar el puntaje. Pero no lo hice. No pude. Sentí unos pasos en mi espalda, no podía permanecer allí tirada por siempre, volteé la cabeza, sintiendo cómo la garganta me ardía, cómo los ojos se me llenaban de lágrimas. Un hombre alto y delgado, con el ceño fruncido, haciéndome sentir peor de lo que ya me sentía. Mi padre se encontraba allí, mirándome con desaprobación y reclamo. Los cabellos del cuerpo se erizaron, no sólo por el frío del hielo que transmitía hacia mi organismo, sino por el rostro de decepción y furia que tenía en aquel momento.

- Papá...- Comencé a decir, intentando levantarme nuevamente, pero no pude llegar a decir más que eso.

-Cállate - Dijo, y me tomó del brazo con brusquedad para sacarme de la pista lo más rápido posible. A pesar que parecía un larguirucho, tenía fuerza, la suficiente como para arrastrarme por todo el lugar. Estaba dolorida, y no sólo físicamente, pero a él no le importaba. Desde hacía tiempo que no le importaba cómo me sentía. -No servís de nada. No te das una idea de lo que me costó que entraras en esta competencia, y la desaprovechas de esta manera...- Estaba furioso, y en parte tenía razón, había desaprovechado una gran oportunidad, sin embargo, fue un accidente, yo no planeé que las cosas sucedieran de aquella manera, pero sabía que en aquel momento, él no me quería ni escuchar. -Eres una egoísta y desconsiderada...- Estaba muy ocupado retándome, y también insultándome, pero era algo que ya estaba acostumbrada a que cada vez que hacía algo mal, él se ponía así. Y si hacía algo bien, era indiferente, aunque estuviese yo misma feliz por mi logro, me dolía darme cuenta que a él le daba igual, total, si fallaba, le gustaba darme terribles reprimendas. A la pasada tomó el saco que yo tenía puesto anteriormente, me lo puso encima de la cabeza de cualquier manera, sin notar que no le puse los protectores a los patines, y que se podían dañar las cuchillas, más de lo que ya estaban. Tenía unos patines viejos y usados, desde hacía años. Pero a pesar de que mi padre no quisiera comprarme otros, no había el dinero suficiente como para hacerlo. Ese era el motivo, por el que intentaba cuidarlos lo más que podía, para que duren un par de años más. Estaba segura, que si se rompían, él me haría patinar con zapatillas, y les pondría un hierro en lugar de cuchillas. Suena ridículo, pero justamente él, lo haría.

- ¿Tan mala fue la puntuación?- Me atreví a preguntar. Con la voz temblorosa, rogando que aquello no fuese suficiente para que me dé una bofetada. Por obra de Dios, o de cualquier ser sobrenatural que existiese, no recurrió a la violencia aquella vez. Si las miradas mataran... porque en aquel instante, creí que me perforaría la suya.

-¿De verdad quieres saberlo?- Su voz era seria y seca, y noté como puso presión al brazo. Me iban a quedar las marcas de su mano, pero eso no me importaba. Había tenido heridas más graves por su culpa. Negué con la cabeza inmediatamente, haciendo que el peinado recogido que llevaba se empezara a desmoronar y caer sobre mi espalda. Sabía que no había calificado para las regionales. En aquel momento era en lo que menos pensaba, sólo me preparaba para el momento en que llegue a casa y ahí si se iba a poder descargar a los gritos, y quizás con algún otro golpe. Respiré hondo.

-Ojalá mamá estuviese aquí...- Susurré, sólo para mí misma, para que él no escuchase. No puede ni oír la palabra mamá, ni Jaqueline, o Jackie como solía decirle. Era mejor, por el momento, mantener silencio, sin cuestionar nada, ni reprochar, negar, o asentir. Nada.

Corazón de CristalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora