Capítulo 6

856 88 0
                                    

Oí, como el día anterior, aquellos ruidos como si fuesen de cristales, supuse que sería la mujer encargada de llevarme el desayuno. Escuché el chillido que indicaba que las cortinas se estaban abriendo, y algunos pasos en la sala. Todo eso lo deducía sólo con el oído. Mis ojos estaban negados a abrirse. Estaba cansada. La noche anterior había vuelto tarde del club. A pesar que patinaba sola, por así decirlo, ya que Leo no se escuchaba en ningún momento, patiné hasta tarde. Tenía las piernas adormecidas. Luego desayunaría. Estiré el brazo para tomar la sábana y cubrirme hasta la cabeza, de seguro que dormida me había destapado. Me volví a hacer un ovillo, ocupando la zona que estaba más caliente de la cama, y creí no darme cuenta, de que me había vuelto a dormir. Gracias al <cinco minutos más>. Y me di cuenta de aquello, cuando sentí unos golpes fuertes y secos en la puerta de mi cuarto. Por un momento, creí que lo estaba soñando, y traté de ignorarlos. Pero estos sonaron aún más fuerte, con más fuerza. Me senté en la cama con pereza, y parado en la puerta, estaba Leonard, golpeando con su puño la puerta. Que aunque estaba abierta, supuse, que sólo hacía aquello para despertarme. Cuando pude aclarar la vista, él se dio cuenta.

-Llevamos retrasados media hora. Eso lo compensarás. Hoy te quedarás por la noche a seguir practicando- Dijo, como siempre, tan frío y calculador. No pude evitar, sentirme embriagada al momento en que su tan peculiar y masculino aroma llegó a mis fosas nasales. Pero aun así, intenté apartar esas ideas locas de mi cabeza, intentando protestar, pero no me dejó. -Aquí no se pierde el tiempo, ni se duerme más del tiempo necesario- Sentenció. Rodé los ojos, mientras cerraba la puerta del cuarto, dejándolo afuera. Suponía, que a pesar que dijese que no tenía privacidad, no pretendería estar en el cuarto si me cambiaba. Si lo hacía era un pervertido, y no me hubiese quedado otra que lanzarle un zapato por la cabeza. Me cambié lo más rápido que pude, y salí del cuarto. Con la mochila de los patines colgada al hombro. Instantáneamente, me topé con Leo allí parado.

-Supongo que esta vez llevarás los patines nuevos- Me miraba a los ojos, intentando penetrarlos. Sabía que era lo que quería hacer. Quería descubrir si le mentía, si me atrevía a mentirle. Asentí levemente, y di un respingo al oír de su boca una especie de grito. -¡Mientes! - Gruñó. Y me quitó del hombro la mochila. No diría que fue brusco, y si lo había sido, no lo noté, ya que sólo cedí a que me la quitara. No puse ninguna objeción en aquel momento. -Otra cosa que debes aprender al estar aquí. Nunca, debes mentirme - Resaltó la palabra <nunca>, para que no olvidara que jamás volviese a mentirle. Tenía la sensación, que él lo sabía todo, y si no sabía algo, lo mandaba a investigar. Creí, que a él era casi imposible mentirle. En mi caso, era mucho más difícil, él lograba sacarme la verdad con embudo, causando en mí una sensación de debilidad, de estar expuesta a aquel hombre que apenas conocía. Lo único que sabía de él, era que todos lo llamaban La Bestia. Y aún, no comprendía realmente el motivo.

-¿Qué harás con ellos? - Le pregunté, mientras veía cómo él sacaba los patines de mi madre, e iba al cuarto a buscar los nuevos. En parte, me dolía tener que dejar de usarlos, y por otra parte, sabía que él tenía razón. Que podrían fallar en cualquier momento, haciéndome caer, o algo por el estilo, provocándome una lesión irreversible. Y no iba a volver a patinar jamás. Bueno, yo era la exagerada. Sólo me quedaba con sus palabras, me podía hacer daño y arruinar una presentación.

-No te interesa- Quise protestar, decirle que no tenía derecho a sacarme mis cosas. Aunque sabía, que si los tenía a mano, no me iba a poder despegar de ellos nunca. En algún momento iba a pasar, y preferí que Leo arrancara aquel dolor de raíz. -Desayuna- Dijo mientras se sentaba en el sillón, con los patines viejos en su regazo. Aunque, me sorprendió, que al decirme aquello, su voz había disminuido, se había vuelto más suave y cálida. Incluso, su rostro se veía más relajado. No pude evitar pensar, en que era realmente atractivo. Hasta, que sus gestos se volvieron a endurecer al verme observándolo de aquella manera tan incómoda. -Siéntate y desayuna. No quiero que te desmayes en medio de la pista por falta de alimento - Agregó.

Corazón de CristalWhere stories live. Discover now