Capítulo 22

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Sólo habían pasado dos semanas desde nuestra llegada al pueblo. Al momento en que atravesé el umbral de la puerta, me preparé tanto física como psicológicamente para enfrentar a mi padre, sea cual hubiese sido su recibimiento. Pero me llevé cierta sorpresa, al darme cuenta que la casa estaba vacía. Se había ido, no estaba, pero sus cosas sí. Eso solo significaba que en algún momento volvería. De seguro estaba ocupado buscando algún pobre desgraciado para sacarle dinero, y al instante ir a apostarlo, o gastarlo en bebidas alcohólicas.

Había llevado un colchón suelto que había en la casa a mi habitación, para que Logan esté siempre cerca de mí, aunque no servía de nada, ya que siempre Logan se metía conmigo en la cama, y dormíamos abrazados. No me fiaba de mi padre, y, aunque hacía dos semanas que no aparecía, nada impedía que pudiera llegar de un momento para el otro. Me había encargado, con algo dinero del que había ganado, de que Logan se alimentara bien. Yo si bien no me moría de hambre como cuando vivía con mi padre, no comía hasta llenarme. Prefería ocuparme de mi hermano, antes que de mí.

Me traía cierta melancolía el hecho de haber regresado. Estuve fuera por más de un año, era mucho. Aún se mantenía aquel aroma similar a vainilla, cuando mi madre estaba, siempre echaba hasta en las paredes aquel aromatizante. Parecía que se mantenía con el paso de los años, o tal vez sólo era el recuerdo que ya estaba grabado en mis fosas nasales. Mi habitación estaba tal y como la recordaba, no parecía haber señales de que mi padre hubiera entrado, a comparación del resto de la casa, que había cosas tiradas y rotas por todos lados. Me dediqué a juntar todo y dejarlo en su habitación. La basura, iba con la basura. No me importaba qué pudiese hacerme después, ya no le tenía ni una pizca de miedo.

En aquella puesta al sol, me encontraba sentada sobre la nieve, junto al pequeño lago congelado que tantas risas y caídas me había brindado durante toda mi vida. Logan se estaba dando una ducha, ya le había preparado la cena, y en aquel rato me dediqué a observar y recordar mi infancia. Hasta que mi madre se fue, fue la mejor de las infancias. Me hubiera podido darle una así al bebé que perdí, pero no pudo ser así. Por un momento sentí la necesidad de patinar, pero no tenía patines. Quién sabe qué hizo Leo con los míos, los antiguos. Los nuevos, nunca fueron míos, y quedaron en donde los encontré la primera vez. Varias veces me preguntaba sobre qué estaría haciendo Leo. ¿Me extrañaría? ¿Ya habría conseguido otra patinadora? ¿Seguiría viéndose con Janed? Mejor dicho, la butaca. Aún la seguía odiando y no me agradaba para nada. Lo positivo, era que saqué algo más que bueno de todo aquello. Había conseguido un hermano, mi hermano. El último regalo que me hizo mi madre. Estaba completamente ensimismada en recuerdos y melancolía, hasta que lo oí a mi hermano llamarme desde adentro. Sonreí, por el hecho de que tenía un motivo para sonreír. Tenía el mejor motivo.

Cuando creí que estábamos en paz, que mi padre no volvería, sucedió. Había pasado tal vez un mes, o un poco más desde que nos habíamos mudado, y no hubo señales de él. Hasta aquella noche. Estaba abrazada a Logan, y me despertó el brusco sonido de la puerta de entrada. Mi sobresalto hizo que Logan entreabriera los ojos y me mirara con preocupación.

—Quédate aquí—le dije, mientras hacía a un lado las cobijas y me ponía en pie. Estaba segura quién era, y le pondría un freno desde su inicio.

—No vayas. Deben ser ladrones, hay que llamar a la policía...—

—No—lo miré a los ojos, con el ceño fruncido, y en ese instante él comprendió que no se trataban de ladrones.

—Iré contigo—

— ¡No! ¡No te vas a mover de aquí! Y si para mantenerte aquí debo atarte a la cama, no dudaré en hacerlo. Ahora acuéstate y espera a que regrese—

Corazón de CristalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora