Capítulo 4

1K 90 4
                                    

Había llegado el día, el tan odioso día, el día en que debía despedirme de todo. Y no quería hacerlo. El sueño de mi vida, mi meta y objetivo, era poder triunfar haciendo lo que me apasionaba. Patinar sobre hielo. Pero no en estas circunstancias, no quería lograrlo si eso conllevaba tanto cambio. Tendría que adaptarme a un lugar totalmente diferente, con gente diferente, y por diferente me refiero, a que voy a estar con personas con una clase mucho más elevada a la mía. Lo único que se mantendría intacto, es el trato que tenía con mi padre. Estaba sentada en el piso de mi habitación, con la espalda apoyada en la cama, con la maleta a mi lado, y hecha, pero aún no la cerraba. Cerrarla significaría cerrar una etapa, cerrar el capítulo, cerrar la puerta de mi cuarto para ya no volver a dormir allí jamás. Mi cuarto se veía tan vacío, a los pocos muebles, les faltaban las pilas de ropas colgadas y apoyadas en cualquier sitio. Allí fue donde fue la última vez que la había visto a mi mamá, que me había arropado para que me durmiese. Lo recordaba bien, tenía pesadillas, y llorando le grité, tardó segundos en llegar, abrazarme, y consolarme como sólo ella sabía hacerlo. Recordaba sus palabras antes de dormirme profundamente, no te detengas por nada ni por nadie, sólo sigue adelante, tenía esas palabras grabadas, y sonaban en mi cabeza cada vez que me sentía desfallecer, que sentía que no podía más, y eso me daba las fuerzas, aunque no fuesen muchas, que necesitaba. Lo justo.

Tomé entre mis manos una foto vieja y arrugada, pero que significaba mucho para mí. Había sido un cumpleaños de mi mamá, ella estaba en frente a su pastel, con varias velitas encendidas, ella estaba soplándolas, y yo le estaba colocando un gorrito de cumpleaños en el cabello negro que tenía. No estaba segura, pero creía que esa foto fue tomada cuando yo tenía cuatro años. En lo poco que recordaba, hacía poco que había comenzado a patinar en el lago. De la mano de mi mamá, y, raro que parezca, también de mi papá. Me resultaba raro tener esos recuerdos con mi padre, a veces solo creía que eran producto de mi imaginación. ¿Qué le pudo haber pasado a mi madre para que se fuera, así, tan de repente, sin decir nada, ni avisar, ni despedirse? Tal vez mi padre lo sabía, pero nunca me lo diría. Estaba demasiado emperrado en que mi madre era un tema tabú para la casa, para él y para mí.

Aparté la foto de mi vista, guardándola en un pequeño bolsillo que tenía en la maleta. Se suponía que debía estar molesta con ella por marcharse así de repente, sin embargo, no lo estaba, no podía estarlo. No sabía sus razones ni motivos, porque algo ocurrió para que eso suceda, y estaba lo bastante segura como para pensar que se trataba de mi padre.

Había llegado el momento, me arrodillé, y con lentitud, comencé a cerrar la maleta. Era consiente, que ya no había vuelta atrás. La decisión estaba tomada, y no por mí. Entre mi padre y ese tal Leonard, ya habían calculado mi vida de ahora en adelante, y lo que debía hacer en ella. No me gustaba la idea, pero la idea de que sería para patinar, era lo que me hacía soportarlo. Un peso más, un peso menos, ya me sentía una jorobada. Yo era un objeto, al que las personas manejaban y manipulaban como se les placía. El timbre me sacó de mis pensamientos. Supuse que ese era el adiós. Caminé con la maleta a rastras hacia la puerta de entrada, y abrí. Sin embargo, esperaba ver a Leonard, o a alguien a quien él había mandado. Estaba sorprendida, eso sí era una visita sorpresa.

-¿Te ibas a marchar sin despedirte? - Los cariñosos brazos de Chloe me abrazaron con fuerza. Al principio, sólo dejé que me abrace. Pero luego, la abracé, pensando, en que sería el último abrazo que recibiría de ella. Quizás en algún otro momento en la vida nos volvamos a cruzar, pero no sería pronto. -Sólo llamaste a la tienda para decir que no podías trabajar más porque te mudabas. ¿Creíste que te ibas a librar tan fácilmente de mí? - Sus comentarios, como siempre, me sacaban una sonrisa. Chloe tenía veintitrés años, era mayor que yo, pero a veces creía que era una de las pocas personas que me comprendía, por el hecho de que conmigo, y sólo conmigo, me abrazaba cada vez que tenía oportunidad. Quizás, a pesar de ser algo alocada, notaba lo que yo necesitaba, una muestra de cariño y afecto. Aunque su cariño dolía físicamente, era una caricia al alma.

Corazón de CristalWhere stories live. Discover now