Capítulo 14

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Sonreía ante mi propio reflejo en el espejo, mientras utilizaba un cepillo para peinarme y levantarme el cabello en una cola de caballo en lo alto de mi cabeza para ir a entrenar. Era el primer día en que iba a trabajar con Jason, pero ese no era el motivo por el cual sonreía, en realidad, no quería que nadie más me entrene, sólo quería a uno. Pero tenía que actuar profesionalmente, y aceptarlo. Sonreía, al recordar lo ocurrido. La forma en que nos habíamos olvidado de todos los problemas, de todas las discordias y malentendidos, y sólo dejamos que nuestros sentimientos fluyeran naturalmente.

Los golpes en la puerta me sacaron de mi ensoñación, dejé el cepillo en su lugar, tomé la mochila con los patines y salí. Jason estaba apoyado en el marco de la puerta, mirándome con una sonrisa.

-Buenos días cariño -intentó acercarse y besarme en los labios, pero esta vez, no se lo permití. Giré el rostro, y sus labios besaron mi mejilla derecha.

-Lo siento...Pero creo que prefiero que por ahora seas un amigo y.... -

-Sí. Entendí-me dijo con cariño, acomodando un mechón de mí cabello que se había salido de lugar. -Vamos-

Esta vez iba a intentar hacer las cosas bien, no quería darle más falsas esperanzas a Jason, ni quería engañar a Leo. Ahora sabía que estaba completamente segura que sólo un hombre me interesaba, y no era precisamente el que me abrió la puerta caballerosamente para que me suba al auto. Apoyé la cabeza contra el vidrio, mirando las calles de la ciudad, pero a su vez no viendo nada.

Jason era mucho más amable y menos gritón que Leo, a cada rato me daba un descanso, y en ningún momento se le cruzaba por la cabeza siquiera levantar la voz. No eran los entrenamientos que me gustaban, a mí me gustaba que me exijan, que me griten, que insistan, y que me motiven. Jason parecía hacer todo lo contrario. De seguro si todas las patinadoras que había tenido que entrenar Leo, las entrenaba Jason, no hubiesen renunciado. Es el entrenador que cualquier chica querría, cualquiera menos yo. No quería darme por satisfecha en algo, si sé que puedo hacerlo mejor.

-Muy bien cariño, es todo por hoy -

-¿Ya está? -ni siquiera había anochecido. Tal vez Leo era exigente, y Jason era un entrenador normal, pero ya me había acostumbrado a las exigencias, y aquella práctica, no fue nada, para mí fue ridícula.

-Sí. Vamos, te llevaré al... -

-¡Pero esto es una miseria! -largué, y luego me di cuenta, y abrí mucho los ojos, y fruncí los labios. Jason se volteó a verme seriamente. Su semblante serio, era escalofriante.

-¿Una miseria? -dijo de mala gana, yo sólo me quedé quieta, y ni siquiera asentí. Pero tampoco negué. ¡No lo iba a negar ni en sueños! O mejor, tal vez sí....

-¡Sí! -luego me iba a arrepentir. -¡Esto es para niñas de cinco años! -

-Haber, cariño...-comenzó, intentando recuperar su compostura. -Que mi primo sea exigente, grite y haga que las chicas se queden hasta tarde practicando, no es lo mío, ni de nadie. Pregunta a cualquier entrenador, nadie exige tanto a sus patinadoras-

-Y ese es el motivo por el que no triunfan -

-Mejor nos vamos... -dijo en voz baja. Tanto él como yo, no tenía ganas de discutir. Bueno, yo sí discutiría, pero con justa causa. Hasta en eso Jason era diferente a su primo, con Leo podíamos estar discutiendo por horas.

El sol recién se estaba comenzando a ocultar, y la temperatura iba disminuyendo a cada minuto, pero aun así, permanecí apoyada en la barandilla de mi balcón, envuelta en la campera de Logan, prácticamente me había adueñado de aquella prenda, no quería devolverla, sólo esperaba que él no la reclame. Cualquier otro día, a esa hora, estaría entrenando a más no poder, repasando saltos, haciendo velocidad, algo. No estaba quieta, estaba ocupada, y eso ayudaba a que mi mente no divagara, que era exactamente lo que me ocurría en aquel instante. Hacía sólo un día que no lo veía a Leo, y lo extrañaba tanto... Hasta que volví a ingresar en la sala, cerrando la puerta del exterior tras de mí, al oír que alguien golpeaba la puerta. Rogaba que no sea Jason, no tenía ganas de verlo en aquel momento, aunque también pensé, ¿quién otro iría a mi piso? Nadie. Una mucama, pero ellas entraban sin golpear antes para limpiar, cuando no había nadie claro, o al llevar la comida.

Corazón de CristalWhere stories live. Discover now