Capítulo 21

522 57 11
                                    

Un pitido resonaba fuertemente en mis oídos. Parecía un despertador, quería voltearme y apagarlo, pero no podía hacerlo. No tenía fuerzas, de modo que aguantaba aquel sonido insoportable con paciencia y cansancio. Tenía sueño, sentía los párpados pesados, muy pesados, sólo opté por ignorar el sonido aquel, e intentar volver a conciliar el sueño. No me resultó muy difícil, y enseguida perdí la conciencia.

No tenía idea cuánto llevaba dormida, pero me volvió a despertar el pitido que sonaba más fuerte en mi oído izquierdo que en el derecho. Aún sentía que no podía abrir los ojos, ni podía voltearme a apagar aquel aparato. Tenía el cuerpo entumecido, quería moverme, pero el cansancio permanecía intacto. Era como si no hubiera dormido en días, y mi cuerpo no respondía a mis órdenes. Dejé de luchar conmigo misma, y me volví a dejar llevar por la inconciencia.

Llevaba un rato largo oyendo voces lejanas, pasos, puertas abrirse y cerrarse, pero era tan lejano, que no me molestaba. Sólo me daba cierta curiosidad saber de dónde provenía, y quiénes eran los responsables; pero me sentía tan cansada, que dejé de darle importancia. Apenas tenía fuerza, intenté abrir los ojos, pero era demasiado esfuerzo. Quise mover el cuerpo, y apenas pude mover unos centímetros los dedos de la mano; eso me conllevó tal gasto de energía, que ya estaba agotada otra vez. Decidí que por el momento, debía seguir descansando para poder ganar fuerzas y poder moverme completamente de una vez por todas. Antes de volver a conciliar el sueño, sentí una mano fría tocar la mía. Luego, no recuerdo más nada.

Un quejido casi involuntario salió de mi garganta, tenía la boca seca, con un sabor desagradable, y los ojos más que pesados, pero ya no sabía cuánto tiempo había dormido, ya me sentía con las fuerzas necesarias, al menos para echar un vistazo a donde me encontraba. La luz me molestaba, sabía que no era un lugar con demasiada iluminación, pero aun así, la poca que había, hacía que me cueste acostumbrarme. Tardé unos minutos, pero lo logré. Conseguí abrir los ojos por completo. Tenía a simple vista el techo de una habitación, de color beige, con un foco apagado. La luz provenía de mi costado derecho. Giré la cabeza, con lentitud y pesadez, para ver poder ver el resto de la habitación en la que me encontraba. Era pequeña, pero costosa. Eso lo podía ver en simples pero caros adornos que la adornaban. Era de noche, una ventana a mi izquierda revelaba que a pesar de tener cortinas, la noche oscura. La única luz que iluminaba el lugar era un velador que estaba a mi derecha, en la mesita de noche. Esta, también iluminó una silueta, que se encontraba sentada a mi lado. Observándome fijamente, con un papel en sus manos. Parpadeé varias veces, y lo distinguí. Supe quién era. Un nudo se formó en mi garganta, y de repente me costaba respirar. Recordé todo lo que había ocurrido antes de despertar. Habíamos tenido un accidente, en medio de la nada, en medio de la lluvia. ¿Qué había ocurrido realmente? ¿Cuánto tiempo llevaba así? ¿Él se habría hecho mucho daño? Quise sentarme, pero aún no tenía tantas fuerzas, además, comencé a sentir algo molesto sobre mi labio superior, que continuaba su recorrido entrando en mi nariz. Supuse que era algún tipo de respirador. También me molestaba el brazo, tenía una aguja clavada, conectada a un suero. Me dolía la cabeza, pero no quería demostrarlo. No sabía cómo mirarlo. La noche anterior, o la noche que ocurrió lo que ocurrió, no sabía hacía cuanto fue, lo provoqué, lo traté mal, y le dije cosas que ni yo las hubiera soportado si alguien me las decía a mí.

—Veo que despertaste—dijo. Seco, como si fuese carente de sentimiento alguno. Logré distinguir unos raspones en su frente, casi curados.

— ¿Cuánto llevo dormida?—pregunté en un hilo de voz, con la voz rasposa, las palabras me quemaban la garganta. Además, que no sabía por dónde empezar.

—Cuatro semanas—

— ¡¿Cuatro semanas?!... Un mes...—un mes aislada de todo y de todos. Sin saber qué ocurría a mí alrededor. Volví a mirarlo fijamente. No se le movía un pelo. — ¿Tú cómo estás? ¿Te hiciste daño?— noté, que su semblante serio se comenzó a resquebrajar.

Corazón de CristalWhere stories live. Discover now