Capítulo 5

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Sentía una suavidad bajo mis manos, bajo mi cuerpo, que me hizo preguntarme donde me encontraba. Sentía el ruido como de cristales golpeándose entre sí. Me estiré en la cama, y me escabullí entre las almohadas. Sólo unos segundos, hasta que recordé que debía levantarme. Me senté de golpe, haciendo que el cabello se me alborotara aún más de lo que estaba, y me cayera sobre el rostro. La habitación estaba en penumbras, de seguro era de noche. La rutina que tenía en mi casa, parecía que seguía allí. Bajé los pies de la cama, parpadeando varias veces para acostumbrar la vista al lugar, acariciando el acolchado. ¿El acolchado? Observé la cama, apenas estaba con alguna que otra arruga, me miré a mí misma, y aún seguía vestida tal y como estaba la tarde anterior. El cansancio se había apoderado de todo mi ser, impidiendo que tuviese fuerzas, incluso hasta para quitarme las capas de ropa que traía encima. Salí del cuarto, y me encontré con una mujer de mediana edad, con vestido negro y delantal blanco, que me observaba desde una mesa ratona junto a un sillón. Tenía el pelo recogido en un rodete, y sujetado por palillos. Estaban las cortinas abiertas, por donde ingresaba la luz del sol. Definitivamente no era tan temprano como me hacía despertar mi padre, pero dudaba que fuese muy tarde. De seguro Leonard quería aprovechar la mayor parte de la mañana.

-Lamento haberla despertado, señorita. Pero el señor Sheffield me especificó que le trajese el desayuno y le avise que en media hora pasa por usted para comenzar a entrenar. - Su voz era musical, la forma de su habla era tranquila, parecía de esas personas que por más que les estés gritando, ellas nunca pierden la cordura ni elevan el tono de la voz. -Le eh traído su desayuno. Espero que sea de su agrado- Indicó mientras señalaba la bandeja depositada sobre la mesita. No pude evitar que mis ojos se abrieran de la sorpresa. Una taza de chocolate caliente, otra con café, y un vaso de jugo de naranja exprimido. Junto con diferentes tipos de galletas finas y elegantes, de diferentes colores y sabores, entre otros bocadillos. Pestañeé varias veces, sorprendida, al ver que aquello fuese un desayuno, y que aquel desayuno fuese sólo para mí.

-Sólo Tara. No hace falta tanto formalismo - Le indiqué, no me gustaba que la gente me sirviera, como si yo fuese la reina de Inglaterra. Si la mujer tenía órdenes de cumplir mis necesidades, prefería que fuese de la manera menos formal posible. -Y esto es demasiado para mí sola- Dije riendo, señalando la bandeja.

-De acuerdo, Tara. Lamento decirle que el señor Sheffield quiere que se le alimente bien. Pasarán un largo día de trabajo.- Su nueva orden sería hacerme engordar para que luego romper los patines tan solo con una secuencia, como decía mi padre. Suspiré con cansancio.

-Claro. Muchas gracias por el desayuno- Agradecí amablemente, mientras me sentaba en la punta del sillón más grande, y le di un sorbo a la taza de chocolate. Estaba delicioso. Desde que era pequeña que no tomaba chocolatada. La saboreé y disfruté cada gota que pasaba por mi boca.

-No hay problema. Que tenga mucha suerte con la bestia- Comentó en voz baja. Pero aun así escuché claramente lo que había dicho. Lo mismo que me había dicho Chloe.

-¿La bestia? - Pregunté apartando la taza de mis labios, pero aun sosteniéndola. Emanaba calor, y parecía que tenía puestos los guantes de lana.

-Hoy por la noche, entenderá de lo que hablo- Dijo la mujer mientras salía de la habitación y cerraba la puerta detrás de ella. La observé confundida. Todos lo llamaban bestia, pero yo no creía que lo fuese. Es decir, sabía que era un irrespetuoso y un maleducado. Pero eso no significaba que fuese una bestia. Bebí un poco más de chocolate, y dejé la taza en donde estaba. No lo logré terminar, era mucho para mí. Estaba acostumbrada a tomar pequeños vasos de jugo o de agua, y alguna que otra vez jugo de naranja. Nada espeso ni pesado, y mucho menos, caliente. Dejé todo como estaba, y caminé hacia la habitación para cambiarme de atuendo por uno más apropiado. Llevé la valija a un lado del armario, para comenzar a ir acomodando algo de ropa allí, sin embargo, cuando lo abrí, aquel ropero estaba lleno de ropa, de todo tipo, y de todos los colores. Solté la maleta y se desplomó sobre el piso alfombrado del cuarto. No podía dejar de observar aquello. Nunca había visto tanta ropa junta en mi vida. Ni siquiera cuando debía lavar mi ropa y la de mi padre juntas, harían semejante cantidad. Apenas había lugar para la ropa que yo traía en la maleta. Pasé la mano por la ropa, haciéndola deslizar a medida que movía la mano. Observé la parte inferior del ropero, y estaba repleto de calzados. Ya sean zapatillas comunes, zapatillas deportivas, botas, sandalias, tacones, plataformas, pantuflas, y hasta... No podía ser. Me senté en el suelo y tomé entre mis manos un par de patines nuevos. Listos para ser utilizados. Pulidos y brillantes del color blanco que los destaca, la suela marrón oscuro, y la cuchilla, que para alguien que no supiera sobre patinaje sobre hielo, diría que estaban filosas y preparadas para rebanarte un dedo, pero claro, las cuchillas de los patines no son ni filosas ni cortan. Sólo lo parecen. Siempre había deseado tener un par de patines nuevos. Pero no me sentía cómoda con aquellos, eran parte de un contrato de Leonard Sheffield. No podía aceptarlos ni usarlos. Mis patines viejos, durarían un tiempo más. Además, eran los que usaba mi madre cuando tenía mi edad, era como si usarlos, sentía que ella estaba conmigo, como si nunca se hubiese ido. Los volví a guardar en donde estaban, y abrí mi maleta. Saqué el portarretrato de Chloe y la foto que tenía con mi madre, y las puse sobre el tocador. Revolví, desparramando por el piso prácticamente toda la ropa de la maleta, hasta que saqué el vestido de patinaje que tenía, el único que tenía, que me lo había confeccionado la que anteriormente era mi vecina. Me arrepentía de no haberme despedido de ella, pero creí que era lo mejor. Cuanta menos gente iba a despedir, menos explicaciones iba a tener que dar. Tomé el conjunto negro gastado que había usado la última vez que patiné en el jardín de la que antes era mi casa, y me cambie enseguida. Tomé la mochila, y allí guarde mis patines, los viejos, y los dejé sobre la cama, para cuando llegue el momento en que Leonard me dé la orden de irnos.

Corazón de CristalWhere stories live. Discover now