Capítulo 2

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La luz atravesaba las cortinas, dándome justo en los ojos. Un despertador ideal en los días soleados. Pero aún hacía frío, cuando no estaba encendida la pequeña estufa de mi habitación podía llegar a ver mi misma respiración. Sentía el cuerpo pesado, al igual que los párpados. La noche anterior había sido un desastre. No tan desastre como otras veces, pero en teoría, un desastre. Me revolví entre las suaves sábanas, intentando buscar más calor que me reconforte y motive a salir de la cama y vivir el día a día. Me refregué los ojos unas cuantas veces para adaptar la vista a la luz del lugar. Normalmente, todos los días mi padre me hacía levantar antes de que amaneciera, para hacer los quehaceres de la casa, y el tiempo restante, entrenar. Pero con lo ocurrido anoche, significaba que hoy él estaría la mayor parte del día encerrado en su cuarto. Nunca supe qué es lo que hacía allí adentro, ni tampoco quise averiguarlo. Cada vez que yo fallaba en algo, al día siguiente, significaba que él estaría aislado todo el día. Excepto quizás, para ir al baño. Luego de unos minutos de observar unas manchas del techo, que a mi parecer, tenían forma de alguna especie de ave volando, me levanté. Sentí un escalofrío recorrer la columna vertebral al entrar en contacto con el frío suelo, e impulsada, por... quién sabe el motivo, porque no lo sabía, quería estar tumbada en la cama toda la vida, me levanté. Observe mi pequeño cuarto, las paredes, de color que alguna vez fue amarillo, con el paso de los años actualmente parecía gris, con tal solo una cama, un ropero y un pequeño escritorio con una silla de rueditas junto a él. No tenía mucho, ni yo, ni mi padre, no teníamos mucho, pero nos la arreglábamos para sobrevivir con una pequeña empresa, que a través de los ruegos y amenazas de mi padre, me patrocinaba, o en parte, nunca había competido más de tres veces en la vida. Sólo nos daban unas pocas migajas para que nos arreglásemos con eso, y cerremos la boca. A veces era difícil, pero no pretendía arruinar las cosas, y quedarnos sin la única fuente de ingresos que teníamos, bueno, no la única, yo tenía un trabajo de medio tiempo en una tienda de deportes, pero tampoco era mucho, además si llegaba a tener alguna propina, mi padre se encargaba de gastarla sin problemas. Caminé lentamente, enfriándome los pies, hasta llegar a una pared donde había un espejo largo, sin ningún marco ni ningún tipo de decoración, apoyado en la pared. Reflejaba a una chica de piel morena, con ojeras bajo los ojos verdes, el pelo castaño oscuro sujeto en una coleta toda enmarañada, la ropa de dormir arrugada, gastada, y hasta con algunos cortes en la remera que solía ser rosa. Me arremangué la remera hasta el hombro derecho, y pude ver los moretones, los que había causado mi caída, iguales, o casi iguales a los que tenía en la pierna derecha, lo peor, era que bajo el hombro tenía la marca de cinco dedos grandes hechos moretones, y en la mejilla, tenía al igual, tres pequeñas pero notables franjas oscuras. Al llegar del club, mi padre se había descargado como quiso, al igual que casi todas las veces que algo no salía como él quería, pero si eso lo ayudaba a no contener nada, era mejor que guardarse todo. Como yo lo hacía. La simple y clara diferencia, es que yo no tengo en quien apoyarme, en quien descargarme, no tengo un hombro para llorar, ni reír. Bueno, sólo lo podía hacer con la almohada, si eso contaba como alguien, pero sabía que no contaba. La almohada, ni cualquier otro objeto me podía reconfortar como lo podría llegar a hacer alguna persona. Tenía la idea fija en la mente, que debía seguir, seguir y seguir, aunque tuviese traspiés, en la vida hay que seguir. Soy una convencida, de que el esfuerzo de hoy, traerá algo bueno en el futuro. Llevaba mucho tiempo esperando ese futuro, pero aun así lo seguía esperando. Tome un conjunto de jogging del ropero, y zapatillas deportivas. Y salí de mi habitación, no sin antes, dedicarle una sonrisa a una fotografía que tenía escondida en el fondo del armario de mi madre. En ningún sitio había algo de ella, o algo que se relacionase con ella, desde que se marchó, mi padre no acepta nada que le traiga sus recuerdos. Claro que, yo tenía varios objetos y prendas de vestir de ella que logré rescatar de la fogata que hizo mi padre para quemar todo lo que quedara de ella. Tenía suerte de que no me haya descubierto. Esperé en el pequeño pasillo para corroborar que mi padre seguía en su habitación, y así lo estaba, de ese modo, podía ir al baño a lavarme la cara y los dientes tranquila. No tan tranquila, no podía tomarme mi tiempo, como nunca hacía, pero ya estaba acostumbrada a hacer las cosas con rapidez y eficacia las cosas del hogar e higiene personal. La casa parecía estar desierta, y lo estaba. No tenía luz, ni vida. Desde la partida de mamá, algo se quebró en mí, y principalmente en papá. No parecía que allí había una familia, aunque sea muy, muy pequeña, conformada por mi padre y yo, no parecíamos una familia. Corrí las cortinas, y un resplandor ingresó fugazmente en el lugar, dándole cierta calidez, aunque sólo era cálido para la vista, yo sentía un frío infinito que se colaba desde lo más profundo de mí ser. Ni con todos los abrigos habidos y por haber, ni con todas las frazadas del universo, podría hacer que ese frío desapareciese, ni siquiera que se atenuara, nada de nada. La cocina, que se encontraba a pocos pasos, también estaba a oscuras, de modo que abrí un postigo que allí había, para que se iluminara todo, bueno, luego de tironear un rato lo conseguí. Las bisagras de toda la casa, la mayoría estaban dañadas, pero no había el presupuesto suficiente como para cambiarlas. Abrí la heladera y observé, que había un papel pegado allí, con un número telefónico con las letras LS, supuse que sería algo de mi padre, y no pretendía meterme. Miré el interior de la heladera, las escasas cosas que había, y me serví un buen vaso de jugo exprimido. A veces, hacer algo mal tenía su lado positivo, su pequeño lado. Como por ejemplo, el desayuno. Cuando mi padre me levanta, sólo me hace beber un pequeño pocillo de agua, con dos galletitas al agua. Eso era todo lo que contenía mi estómago hasta la hora del almuerzo, o a veces llegaba a la cena sin haber comido algo antes. Mi padre decía que debía adelgazar, que me resultarían más fáciles los saltos y giros si no tengo tanto contenido en mi cuerpo. Yo sabía que eso era una locura, la comida no hacía que mis saltos fallen, eso ocurría por otro motivo muchísimo más diferente que el simple hecho de comer. Poder beber un vaso entero de jugo de naranja, era una satisfacción increíble de explicar. Bajé el contenido en un santiamén, y me dispuse a lavar el vaso, mientras encendía el pequeño televisor que allí había y me llevaba una galletita a la boca. Aunque, luego de escuchar al conductor de aquel noticiero, me arrepentí terriblemente. Pasaban los comentarios y opiniones de la competencia de la noche anterior. Según los medios, todas las participantes habían sido deslumbrantes, excepto por algunas que no brillaron, pero se destacaron.

-Y nuestro acto de comedia brindado por la joven de diecinueve años, Tara Neisser, si bien al principio impresionaron sus pasos, aquella caída hizo bajar su puntaje en picada. Aunque debemos agradecerle, que nos haya dado un motivo de risa - Hablaba el hombre, tenía ganas de romper con mis propias manos el vaso que estaba sosteniendo en aquel momento, mientras transmitían una y otra vez mi caída. ¿Tan patética había sido? Sí, al parecer sí. Nunca más podría estar en una pista de patinaje como aquellas. Ya lo tenía por sentado. Algo que sentí como una puñalada en el pecho, no poder demostrar al mundo mi verdadera pasión, mi vocación. Guardé el vaso en su lugar, y miré una vez más mi tremendo golpe.

-Muchas gracias, pero lo viví en carne propia. No hace falta que me lo echen en cara- Dije en voz alta mientras apagaba el televisor de un solo golpe. Y de verdad que lo había vivido en carne propia, sentir las enormes manos de mi padre en sus momentos de enojo, era la reprimenda que merecía. No sé si merecer, porque fue un simple error, tan simple que me quitó la posibilidad de poder patinar en un lugar así. Pero no creo que los golpes y gritos fuesen a ayudar. Como entrenador, tal vez, podría hacerme ver los errores, y aprender de ellos. En lugar de eso, yo debía arreglármelas sola, para saber lo que está bien y lo que está mal. Me apoyé sobre la mesa, pensando, con el ceño fruncido. ¿Qué más podía hacer? Hacía todo lo que mi padre decía, salía mal, hacía todo lo que me "aconsejaban" otras patinadoras, salía mal. Acaso, ¿yo era el problema? Tal vez, ¿el patinaje era realmente lo mío? Sí. Sí que lo era. No por un error iba a renunciar. De una corrida, fui a mi cuarto a buscar los gastados patines, y me dirigí al pequeño lago congelado en el fondo del jardín. Tomé un abrigo y un gorro de lana, y salí. Era un día soleado, sin ninguna nube, sin embargo, hacía demasiado frío. Me ajusté con fuerza los patines, y comencé a deslizarme en el hielo, primero, lentamente, conociendo, y estudiando el hielo, de qué forma se encontraba este día, hasta que decidí que ya sería momento de tomar velocidad, y eso fue lo que hice. Di unos cuantos toe loop, o como lo suelen llamar, bucle picado; lo hice varias veces, despegando con el filo del extremo del patín, usando el mismo pie en el despegue y aterrizaje, e impulsándome con el otro pie. Practiqué varios saltos, como el walley, o half loop, a pesar de que el lugar no era muy extenso como una pista de patinaje, podía realizarlos, no con facilidad, pero aun así los lograba hacer. Tenía en la cabeza intentar hacer un lutz, o tal vez... un axel, pero sabía que no lo lograría, no todavía. Eran los saltos más difíciles, incluso para patinadores artísticos profesionales. Algún día, algún día lograría poder realizarlos. Pero primero, debía conseguir un lago más grande para poder lograrlo. En donde me encontraba, de seguro tropezaría con algunos de los bordes desparejos y me daría flor de golpe. Me senté en un extremo, acariciando suavemente con los guantes el hielo que me rodeaba, y se amoldaba a mi cuerpo. Volviendo a la realidad, noté, que había un auto negro brillante, no tenía idea qué modelo era, pero de seguro uno de los mejores, parado en el garaje de la casa. No sabía desde cuando había estado allí. Dudaba que estuviese cuando había salido de la casa. Entrecerré los ojos, y vi que tenía los vidrios polarizados, y en el asiento del piloto, estaba el vidrio unos centímetros bajos, y sólo se veía a un hombre allí, pero tampoco le podía ver el rostro completo, sólo los ojos y la frente, bueno, ni siquiera los ojos, llevaba anteojos de sol. Le dirigí una mirada confundida unos segundos, diciendo ¿Qué? Con los labios, a ver si había alguna reacción. Pero nada. Tomé aire, y me paré para encaminarme hacia allí, y exigirle una explicación, de por qué estaba en mi casa, y que era lo que hacía husmeando lo que estaba haciendo. Mi actitud de bruta y atropellada arruinaron todo otra vez, no debí tomar una decisión tan precipitada, cuando aquel hombre notó que me encaminaba hacia él, cerró todo el vidrio, y con un rugido, encendió el motor y se fue dejando chispas. Sólo me quedé allí, parada, confundida, con intriga, y unas ganas inmensas de haberlo echado a escobazos de la propiedad.

Corazón de CristalWhere stories live. Discover now