Woody

104 25 53
                                    

Día 9: Miércoles 5/5/2021

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Día 9: Miércoles 5/5/2021

Todo el mundo tiene un mejor amigo salvo yo, Woody Rosemberg. Al menos, puedo decir que lo tuve durante siete años, hasta que las circunstancias de la vida nos separaron. Y con "circunstancias de la vida" me refiero a mi secreto. Nuestro secreto.

Seamos realistas: ninguna amistad duradera nace en otro sitio que no sea la escuela. Las interminables jornadas diarias y el empecinamiento de los profesores de hacernos trabajar en grupos son los responsables. De hecho, así se conocieron Chris, Robin y Paris. Y así lo conocí.

Enigmático, reservado con los desconocidos y desenvuelto con los conocidos, Noah Schwartz era una canción de piano que nunca tocaba en público (ni en privado). Era una cabaña lujosa y una familia adinerada, aunque él nunca hablara de su dinero ni de su familia.*

Recuerdo que su apellido llamó la atención de todos el primer día de clase. La maestra lo había pronunciado como "Chworz" y Noah se había apresurado a corregirle. "Se pronuncia 'Shuorts', profesora", le había dicho para después agregar con orgullo: "Es judío".

Yo aún era muy pequeño para comprender lo surrealista de nuestra amistad, pero Dylan y Sien fueron los primeros en insistir en que debíamos alejarnos. Un nazi y un judío, mejores amigos, ¿quién lo hubiera imaginado?

Ahora que lo pienso, no creo que esté mal. No está mal. Después de todo, han pasado casi ochenta años y ninguno de nosotros tiene algo que ver con eso, excepto el apellido. Y un puto apellido que arrastras a lo largo de los siglos no debería significar nada porque tú significas todo. Puedes ser un bueno con un apellido de mierda o una mierda con un apellido de bueno.

Y, sin importar su apellido, Noah tenía un secreto. Un secreto que recién me diría cinco años más tarde, en el recreo previo a la clase de Artes.

—¿Me acompañas al baño? —me preguntó él.

—¿Quieres que te sostenga el pito mientras meas o qué? —le rematé, divertido, pero Noah no se rió. Y él siempre se reía de mis chistes.

Entonces tiró de mí hasta que llegamos a uno de los últimos sanitarios, justo a la vuelta de los mingitorios. Noah me pidió que hiciera silencio y cerró la puerta detrás de nosotros. Cuando lo único que nos separaba fue la presencia ineludible de un inodoro, Noah puso la mano sobre mi oreja y me susurró algo que no entendí.

—¿Cómo dices? —pregunté antes de notar la frustración en su mirada.

Noah había nacido con el labio leporino, una pequeña hendidura en el labio superior que hacía que no siempre pudieran entenderlo. Si bien él simulaba estar acostumbrado a eso, yo sabía que no era verdad. Podía reconocer sus mentiras a kilómetros.

—Déjame ver. —Abrí la puerta un momento y ojeé a nuestro alrededor—. No hay nadie. Puedes hablar un poco más alto si quieres.

—Está bien.

Nadie sabrá lo que fuimos ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora