Jueves 25/3/2021

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—¿Estás listo para tu primera sesión?

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—¿Estás listo para tu primera sesión?

—Nunca estoy listo para tener un puto diálogo con usted, doctor.

—Por lo menos, no pusiste el «puto» delante de «doctor». Es un progreso.

—Podría hacerlo si quisiera.

—¿Y también podrías tutearme si quisieras?

—Si quiero, soy capaz de todo. Al límite entre el «querer» y el «poder» lo trazo yo.

—Entonces, para comenzar, podrías llamarme «Az» o «Azra» —se aventuró ojos bicolor, divertido.

—Prefiero «Az». «Azra» me recuerda a un personaje de un libro de mierda que le encanta a Robin.

—¿Se puede saber cómo se llama?

—Sin retorno, y para lo único que sirve es para limpiarse el culo.

—¿Quién es el autor?

—¿Para qué quieres saberlo?

El de cabello plateado debió reprimir una sonrisa al escuchar el «quieres». Al parecer, la terapia comenzaba a dar frutos: su paciente acababa de tutearlo. Solo rogó que los efectos fueran duraderos.

—Tal vez yo también quiera limpiarme el culo.

—En ese caso, el autor es Gonzalo Ludueña —dijo el niño junto con un inusitado guiño de ojo.

—Lo compraré y lo tendré a mano para cuando quiera cagar.

Como respuesta, el niño estalló en una fuerte y sonora carcajada. Su risa contagiosa, sumada al éxito profesional, hizo que el terapeuta se le uniera durante un buen tiempo.

—De acuerdo —dijo cabello plateado ni bien se repuso—. ¿Quieres que hagamos un test? Es casi igual de mierda que Sin retorno, pero quizá te guste.

Por primera vez, pudo ver entusiasmo en los ojos del niño, quien no tardó en asentir. Ojos bicolor apenas pudo contener su asombro.

—Bien, comenzaremos con uno sencillo: el de reconocimiento facial de Benton —le indicó mientras le alcanzaba una tableta—. Te mostraré varios rostros: memorízalos. Luego te daré varias opciones y tendrás que adivinar cuál es la correcta. Al final obtendrás un resultado que nos ayudará en nuestra investigación.

—De acuerdo.

El pequeño paciente concentró toda la atención en su tableta. Delante de él desfilaron un sinnúmero de caras en blanco y negro que se parecían mucho unas a otras. A veces se guiaba por el instinto; otras, por la suerte.

Los ojos del terapeuta escrutaron cada movimiento; su bolígrafo se encargó de registrarlos. Conocía el examen de memoria y podía anticipar el resultado final, sin embargo, dejó que el menor se lo dijera por sí mismo.

Nadie sabrá lo que fuimos ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora