Capítulo 3

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—Miren lo que acabo de encontrar

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—Miren lo que acabo de encontrar.

Por la forma en la que Robin lo había dicho, Woody esperaba un billete de un dólar, un teléfono, una matrícula perdida, un gatito abandonado o, a lo sumo, todo eso junto. Pero jamás hubiera esperado que, cuando ella se moviera, aparecería un ser humano. Una niña. Una niña de ojos azules.

Una
niña
con
los
ojos
azules
más
hermosos
que
había
visto
en
su
vida.

Sin embargo, había algo mucho más importante que un par hipnótico de esferas turquesas: la niña olía a quemado y estaba cubierta de cenizas. Además, tenía la expresión típica de una superviviente y un temor que era perceptible desde la distancia.

—Una niña misteriosa aparece aquí después de un espectacular incendio —reflexionó Paris—. Debe de estar perdida.

—Eres un genio —remató Chris.

Los cuatro comenzaron a reír, pero se detuvieron al notar que la desconocida daba dos pasos hacia atrás. A decir verdad, sus ojos no reflejaban temor o, al menos, no tanto temor como ellos hubieran esperado. Eran una pizca de curiosidad y extrañeza.

—Ven, acércate —la invitó Robin con un movimiento de manos.

Y ella fue y se acercó. Recién entonces pudieron notar que tenía una marca a la altura del cuello: la marca de una mano humana. Cinco dedos que debieron haber intentado arrancarle el aire de los pulmones en algún momento.

—Carajo —murmuró Paris.

—¿Se puede saber cómo la encontraste? —se apresuró a preguntar Woody—. ¿Hiciste de Madre Teresa por todo el vecindario?

—La encontré esta mañana, alrededor de la casa rodante. Al principio creí que era una amiga tuya, hasta que vi que estaba cubierta de negro. Intenté llamarte, pero no respondiste. Supuse que desayunabas. Tampoco quise interrumpirte.

—¿Y esperar para decirme que había una niña cubierta de cenizas en mi casa? —arremetió él.

—El desayuno es sagrado. Además, eso habría alertado a tus padres.

Woody hizo un mohín de disgusto al oír la palabra «padres», pero se ahorró la aclaración. Para él, eran Dylan y Sien. Lo que el resto del mundo pensara le importaba un carajo.

—¿La conoces?

La fría voz de Paris lo regresó a la realidad. Woody se volteó y notó que su amigo tenía los ojos fijos en la niña, casi como si quisiera arrancarle la verdad del alma. Sin dudas, era la mirada más asesina que había visto en el último tiempo.

—Creo que no… Al menos, no así —reconoció Woody y señaló su aspecto.

—No seas tan grosero. Solo necesita un buen baño.

La idea de Robin fue aprobada por unanimidad con un coordinado asentimiento. Esa demoníaca sintonía hizo que la niña frunciera el ceño un momento y engrosar su respiración.

Nadie sabrá lo que fuimos ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora