Verano 1991: Las cartas de nadie

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La fuga de la boa constrictora les acarreó a Harry y a Aurora el castigo más largo de su vida

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La fuga de la boa constrictora les acarreó a Harry y a Aurora el castigo más largo de su vida. Cuando les dieron permiso para salir de su alacena ya habían comenzado las vacaciones de verano y Dudley había roto su nueva videocámara, conseguido que su avión con control remoto se estrellara y, en la primera salida que hizo con su bicicleta de carreras, había atropellado a la anciana señora Figg cuando cruzaba Privet Drive con sus muletas.

Harry y Aurora se alegraban de que el colegio hubiera terminado, pero no había forma de escapar de la banda de Dudley, que visitaba la casa cada día. Piers, Dennis, Malcolm y Gordon eran todos grandes y estúpidos, pero como Dudley era el más grande y estúpido de todos, era el jefe. Los demás se sentían muy felices de practicar el deporte favorito de Dudley: cazar a los Potter.

Por esa razón, ambos pasaban tanto tiempo como resultaba posible fuera de casa, dando vueltas por ahí y pensando en el fin de las vacaciones, cuando podría existir un pequeño rayo de esperanza: en septiembre estudiarían secundaria y, por primera vez en sus vidas, no irían a la misma clase que su primo. Dudley tenía una plaza en el antiguo colegio de tío Vernon, Smeltings. Piers Polkiss también iría allí. Los mellizos, en cambio, irían al instituto público que les correspondía, Stonewall. Dudley encontraba eso muy divertido.

- Allí, en Stonewall, meten las cabezas de la gente en el inodoro el primer día - dijo a los hermanos -. ¿Queréis venir arriba y ensañar?

- No, gracias - respondió Aurora -. Los pobres inodoros nunca han tenido que soportar nada tan horrible como tu cabeza y pueden marearse. - Y salieron corriendo antes de que Dudley entendiera lo que le había dicho.

Un día del mes de julio, tía Petunia llevó a Dudley a Londres para comprarle su uniforme de Smeltings, dejando a los Potter en casa de la señora Figg. Aquello no resultó tan terrible como de costumbre. La señora Figg se había fracturado la pierna al tropezar con un gato y ya no parecía tan encariñada con ellos como antes. Dejó que los pequeños vieran la televisión y les dio un pedazo de pastel de chocolate que, por el sabor, parecía que había estado guardado desde hacía años.

Aquella tarde, Dudley desfiló por el salón, ante la familia, con su uniforme nuevo. Los muchachos de Smeltings llevaban frac granate, pantalones bombachos de color naranja y sombrero de paja, rígido y plano, llamado canotié. También llevaban bastones con nudos, que utilizaban para pelearse cuando los profesores no los veían. Debían de pensar que aquel era un buen entrenamiento para la vida futura.

Mientras miraba a Dudley con sus nuevos pantalones, tío Vernon dijo con voz ronca que aquel era el momento de mayor orgullo de su vida. Tía Petunia estalló en lágrimas y dijo que no podía creer que aquel fuera su pequeño Dudley, tan apuesto y crecido. Los mellizos no se atrevían a hablar. Creían que se les iban a romper las costillas del esfuerzo que hacían por no reírse, Harry logró no hacerlo, pero a Aurora se le escapó una pequeña risa, que, por suerte, no la escuchó nadie.

𝗙𝗘𝗟𝗟𝗜𝗡𝗚𝗦; pansy parkinsonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora