PRÓLOGO

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14 de noviembre de 2003


La calma no era una opción bajo el sol abrasador de media mañana en el patio principal de la escuela primaria de Seúl. Los niños de todos los grados correteaban y jugaban durante el último recreo.

Los de menor edad se entretenían en el rincón de juegos infantiles donde se ubicaban una calesita, varias hamacas y un tobogán. Los mayores, ya más maduros, aprovechaban a refugiarse bajo la sombra de los árboles para intercambiar figuritas y completar sus álbumes de fotos, batallar con las canicas en el suelo húmedo por la lluvia del día anterior o simplemente charlar, tal como lo hacían las chicas. Dar su primer beso estaba de moda y era uno de los acontecimientos más trascendentales para compartir en sus grupos.

En el área de juegos, escondido en un rincón de la calesita, se encontraba un pequeño niño rubio de ocho años, que parecía muy concentrado en lo que pasaba a su alrededor.

Park Jimin no era propenso a hacer amigos. En realidad, tenía problemas para relacionarse con los niños de su edad. Siendo reservado y tímido, prefería rehuir a los demás por miedo a que le hicieran daño, pues todos parecían mucho más altos que él y no se les haría difícil aprovecharse.

Así lo habían hecho durante el jardín algunos de sus compañeros. Lo sometieron a un escarmiento constante por ser pequeño, mofándose e incluso golpeándolo cuando la maestra no los veía.

Con sus padres ajenos a lo que le sucedía, Jimin creció con temor y desconfianza hacia otros. Su perspectiva de la vida le decía que era mejor evitarse los problemas evadiéndolos. Así fue como comenzó a buscar escondites y a pasar los recreos lejos de la vista de sus bullies.

Al ingresar a la primaria, se encontró con que sus compañeros eran nuevos. Ya no compartía espacio con niños crueles, sino que parecían amables, atentos. Eran hijos de buenas personas e intentaban llevarse bien entre sí.

No obstante, el rubiecillo asustadizo de la clase, se alejaba cuando alguien se le acercaba, haciendo imposible entablar una conversación. Con el tiempo, se fueron aburriendo de él. Para un niño, si algo no le es entretenido, deja de interesarle.

La rutina de Park consistía en esconderse durante los recreos en el único lugar que le gustaba. Se sentía a salvo, protegido entre las formas danzarinas de los coloridos animales de plástico. Entre ellos, siendo llevado por el infinito girar de la máquina y escuchando las melodías clásicas que le conferían a la calesita un aura de fantasía inocente, era donde más disfrutaba de su soledad.

Eso hasta que el señor que vendía helados aparecía con su carro.

No había mayor placer en el verano que disfrutar de un gélido helado de frutas. Ahí surgía el señor y su mercadería, como un refrescante vaso de agua en el desierto.

Y el caos se desataba.

Por suerte para Jimin, el señor de los helados le conocía. Dejaba la primera paleta dulce para él, y le hacía una súper seña secreta a la distancia minutos antes de aparecer con su carrito en el medio del patio. Era la forma en que el pequeño podía conseguir darse ese gusto sin ser aplastado en el proceso.

Eunwoo, el señor de los helados, apareció desde un costado, a metros de la calesita. Saludó a Jimin haciéndose notar, y el párvulo salió disparado hasta él como una bala.

–Buenos días, Park –lo saludó en cuanto se puso a su lado. –¿El mismo de siempre?

–Sí –confirmó.

Destapando el carrito, Eunwoo sacó un helado de frutilla envuelto en un plástico transparente y se lo tendió. El rubio escarbó en sus bolsillos hasta hallar el billete que mamá le había dado, y se lo tendió al buen hombre, que guardó el dinero en su pantalón. Se despidió de Park con una caricia que le revolvió el cabello dorado, cuyo color se acentuaba más con la exposición al sol. Arrastró el carro y se enfrentó a la muchedumbre que lo esperaba.

Before the baby ║ Kookmin/VminKde žijí příběhy. Začni objevovat