𝟑𝟐- 𝐋𝐚 𝐡𝐚𝐛𝐢𝐭𝐚𝐜𝐢ó𝐧 𝐝𝐞 𝐀𝐧𝐝𝐫ó𝐦𝐞𝐝𝐚

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La carta de los Malfoy llega a la siguiente mañana, no tanto como una invitación sino como un panfleto de instrucciones. Será esta noche. Una cena, iniciando a las siete en punto. No debo llegar tarde. Excluyendo a los Malfoy, otras cuatro personas atenderían: Edmund Hemingway, un editor que ha publicado trabajos del nivel de Miranda Goshawk, Bathilda Bagshot y con un poco de menos credibilidad: Sybil Trelawney; Alaric Selwyn, el abogado penal de la familia; Duncan Bulstrode, abogado por contrato y finalmente -tuve que leerlo dos veces- Magnus Opius, el dueño de Flourish & Blotts, en cuyas vitrinas se exhiben los libros de los autores más celebrados y estimados de Gran Bretaña. Por último, debo vestirme bien si quiero causar una buena impresión. No es una petición.

Esta orden me lleva a un ataque frenético a mi armario. Mi vestido del baile de Navidad se había quemado en cenizas durante la guerra y no había tenido oportunidad de comprar algún vestido en Hogsmeade, tampoco tenía muchos galeones para gastar de todas formas.

Saco mi vestido de fiesta del baúl y lo sostengo en frente del espejo que esta entre mi cama y la de Hannah. El vestido alcanza la mitad de mis muslos con una abertura que se abre casi hasta mi trasero y el azul cielo ahora parecía demasiado juvenil e inmaduro en contraste con los interiores lujosos de la mansión. Intenté- y fallé- en intentar imaginarme vestida en él caminando entre las capas de la élite del mundo mágico.

Y luego estaba el problema del lazo.

Le echo un vistazo a mis hombros y me lo retiro. Inmediatamente, mi cuello empieza a palpitar. El color aún no se había ido. De hecho, charcos de amarillo se habían empezado a manifestar en el púrpura.

Saco la varita en la cama y toco el moretón, susurrando "Episkey". Nada pasa. Aclaro mi garganta, ajusto mi postura y digo el hechizo una vez más. Nada.

"Brackium Emendo" aún nada. Por supuesto, un hechizo para reparar huesos rotos no hace diferencia con una herida de piel. Intento uno para cortes pequeños, otros para dolores y esguinces y como un último esfuerzo, el encantamiento vulnera sanentur, pero sólo quita el dolor por unos segundos antes de que los músculos empiecen a pulsar de nuevo y los colores permanecen tan vívidos como siempre.

Las cuencas de mis ojos y la punta de mi nariz empiezan a punzar. Los froto vigorosamente. No hay necesidad de lágrimas. Necesitaba su presencia ahora. Él sabría que hacer – él siempre sanaba todos los golpes y moretones que me ganaba después del quidditch o si accidentalmente me arañaba. Él pone su mano pesada y calmante en mi antebrazo y apunta su varita a la herida. no puedo atreverme a seguir mirándola y vuelvo a poner el vestido. Creo que tendré que resignarme a verme como una Alicia promiscua en el país de las maravillas.

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El sol está inclinado en un ángulo perezoso de cuarenta y cinco grados, poniendo toda su luz en mi espalda mientras pasó a través de la puerta de hierro que me lanza una mirada furtiva. Le lanzo una de vuelta.

Se siente extraño caminar este camino sin el peso de la grabadora y el morral lleno de carretes. Ni siquiera tengo mi gabardina color caqui que usualmente uso, optando por una completamente blanca que va con mi vestido. La abertura que había cosido me arañaba en mi muslo y esperaba por Helga que no se fuese a descoserse durante la noche.

Son solo las cinco y media de la tarde, pero nunca he sido un ejemplo de puntualidad, así que pensé que es mejor llegar temprano que un segundo tarde. La casa se ve abandonada como siempre, pero hoy habían barrido el camino y la fuente en frente de la entrada estaba encendida, una cascada firme de agua helada burbujeando de su pico.

El Proyecto Malfoy • TraducciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora