𝙳𝚛𝚊𝚌𝚘 # 𝟸- 𝙴𝚕 𝚙𝚛𝚒𝚗𝚌𝚒𝚙𝚒𝚝𝚘

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Tenía ocho años cuando oí por primera vez a mis padres discutir.

Siempre había discusiones; la casa estallaba con los sonidos: gritos, cristales que se rompían, maldiciones perdidas que astillaban las estanterías, el golpeteo furioso del bastón de papá sobre el suelo enmoquetado.

Nunca presté mucha atención a todo ello. Si me acercaba a ellos en aquellos momentos, se arremetían, me golpeaban o me gritaban que los dejara en paz. Así que al final, solo me resigné. Me mantuve lo más lejos posible. Fingí que era un juego, como el del escondite. Excepto que todos nos escondíamos y nadie nos buscaba.

A veces esto duraba semanas, días y días sin que los tres nos dijéramos una palabra. Mamá aún me acostaba por la noche, pero tenía suerte si me decía más de una frase. Era como si ella y papá estuvieran jugando su propio juego de quién podía mostrarme menos afecto y ella se esforzaba por ganar.

Durante el día, era Dobby quien se ocupaba de mí. Cocinaba, limpiaba y jugaba conmigo todo lo que podía. En cuanto empezaban los gritos, me sacaba rápidamente de la casa y me llevaba al jardín secreto.

En los días buenos -y uso la palabra con moderación- papá intentaba entablar conversación conmigo, aunque podía ver que le dolía mucho hacerlo. Nunca se hablaba de mis juegos, de los libros que había estado leyendo, ni siquiera de la asignatura de Encantamientos que me había hecho cursar a pesar de que todavía era demasiado joven para mostrar habilidades mágicas.

En cambio, siempre me hablaba de cómo iba a ser Hogwarts y de cómo debía prepararme para ello. Me habló de Defensa contra las Artes Oscuras, de los profesores a los que debía prestar atención y de los hijos de las familias con los que debía hacer amistad.

Todo esto se intercalaba con constantes recordatorios de que soy un Malfoy y que tenía que aprovechar cualquier oportunidad para recordárselo a la gente, así no intentarían aprovecharse de mi estatus y de mi riqueza. Y, por encima de todo, era de suma importancia que nadie supiera de los hombres de capa negra que venían a nuestra casa cada viernes por la noche, ni de los extraños dibujos que llevaban en el antebrazo izquierdo.

Yo era demasiado joven para entender algo de eso, de todos modos, tenía demasiado miedo de preguntar, así que lo dejé así.

Dos días antes de mi décimo cumpleaños, me encontraba jugando al escondite con Dobby, recorriendo el pasillo del tercer piso, cuando los oí detrás de las puertas de un estudio. Los oí de verdad.

Mi padre decía muy claramente: "¿Cuándo nos desharemos de él?"

Mi madre, ronca entre lágrimas. "¡Es tu hijo!"

No es mi hijo. Nunca pedí que naciera esa rata.

—El año que viene—fue la respuesta de mi madre—. Lo enviaremos a Hogwarts. Así ya no tendrás que sufrirlo todos los días.

De repente, me asaltó la claridad innegable de que todas sus discusiones habían sido por una cosa, y una sola cosa: Yo.

Por eso mamá apenas me hablaba y papá sólo hablaba de Hogwarts.

¿Cuándo nos libraremos de él?

De repente, una nueva sensación me absorbió. Era afilada y pesada, se acumulaba en la base de mi garganta como una bola de cuchillos que no se podía tragar. Nunca había pensado en mí como alguien que estorbara. De hecho, me había propuesto como única misión hacer cualquier cosa menos estorbar.

Recuerdo que estaba allí, en el pasillo vacío, con la mirada perdida en las motas de polvo que bailaban en los rayos de sol que entraban por las ventanas, mientras mi mente rebuscaba en todos los recuerdos que tenía de los últimos nueve años. No sabía qué era lo que buscaba en particular, solo algo que hubiese hecho que fuese tan terrible para que no tuviesen más remedio que enviarme lejos.

El Proyecto Malfoy • TraducciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora