𝟒𝟕- 𝐄𝐧 𝐥𝐚 𝐠𝐮𝐚𝐫𝐢𝐝𝐚 𝐝𝐞𝐥 𝐥𝐞ó𝐧

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Montague me recibe en la puerta, vestido inteligentemente con una camisa de color verde bosque y pantalones negros. Detrás de él, se encontraban Theron Montague y su esposa, Adriana.

—¡Gabriella! —grita Theron emocionado, abriendo sus brazos hacia mí y yo camino hacia él de manera incómoda. Solo lo había visto una vez, en el último partido de Quidditch del sexto año. Tal como su hijo, el jefe de los Servicios de Información Pública del Ministerio es un hombre grande de hombros anchos que se veía como si pudiese tomar una bludger y atraparla en su baúl sin luchar ni un poco. A su lado, Monty se ve pequeño y frágil; casi débil. Pero, él es amigable, con un comportamiento similar a esos viejos y alegres Santa Claus del callejón Diagon.

Adriana es el opuesto a su esposo. Una mujer delgada, similar a un junco, demuestra una gracia y elegancia similar a Narcissa. Excepto que, con Adriana, el ser reservada parecía haber sido inculcada en ella, una docilidad cultivada de años observando en silencio y una sumisión calculada. Su vestido se mueve mientras se inclina y besa al aire al lado de mis mejillas. —Estamos muy contentos de que hayas podido venir—su voz es agua fría sobre una herida, calmante y punzante al mismo tiempo.

Suelto un tímido "hola" y me invitan a entrar. Los elfos domésticos dan pasitos desde las esquinas para tomar mi bolsa y mi abrigo. Casi no tengo tiempo para mostrar mi sorpresa ya que el interior de la casa atrae mi atención de inmediato.

Contraria a la mansión de los Malfoy, nada en su interior ha perdido su brillo. Todo se ve brillantemente nuevo. Los suelos son pulidos hasta que reflejan nuestros rostros, las ventanas son de cristal transparente y el terciopelo que las enmarca están teñidos de matices borgoña y azul marino.

Los muebles son mantenidos limpios y ordenados, presionados cómodamente en su lugar sobre las paredes, haciendo que los pasillos parezcan más amplios y espaciosos de lo que son. Sobre las paredes de sus pasillos no cuelgan viejos retratos de ancestros nuestros, sino finas y costosas piezas de arte: intrincadas pinturas al oleo de paisajes de sitios en los que nunca he estado y probablemente nunca estaré.

Caminamos a través de la casa, tal como lo hacía en la mansión de los Malfoy, pero Theron mantiene una conversación agradable para llenar el silencio, preguntándome cómo ha estado la escuela, si la profesora Sinistra aún enseña astronomía y si el castillo se ve diferente que antes de la guerra.

Le respondo amablemente, con la mano nerviosamente enganchada a la de Monty. Él le da un apretón. No te preocupes. Todo estará bien. Me concentro en la ráfaga de cachemira llena de masmelos y brisa de océano que flota proveniente de su lado – lo único familiar para mí ahora.

Fuimos conducidos al comedor, en donde un festín de navidad ha sido establecido. Más elfos domésticos emergieron de las puertas dobles de vaivén que llevan a la cocina, llevando servilletas y decantadores de vino. —Las uvas fueron aplastadas por ellos mismos—afirmó Theron orgullosamente.

Intento esconder mi estado de alarma. Los derechos de los elfos y las iniciativas de bienestar ya han sido establecidas desde hace un tiempo, así que es raro encontrar elfos trabajando aún en casas como sirvientes. Pero, Adriana fue más rápida en explicar que muchos de ellos habían sido abandonados y se habían quedado sin hogar después de la guerra. Todos son bien tratados y con el respeto máximo, además de ser generosamente remunerados por su ayuda.

Es cierto que se ven felices de servir, con un rastro imperceptible de miedo en sus ojos. Uno de ellos hasta me da un cumplido de mi aspecto de manera valiente. Me recuerdan a los elfos de Hogwarts – contentos y tranquilos con si mismos. Me dejo relajar y enfoco mi atención de vuelta en mis anfitriones.

El Proyecto Malfoy • TraducciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora