𝙽𝚊𝚛𝚌𝚒𝚜𝚜𝚊 #𝟻 - 𝙻𝚒𝚖𝚋𝚘

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Esa Navidad, conocí al hombre que cambiaría mi vida.

No, no es un hombre.

Un monstruo.

Decir que no disfruté de la Navidad en la Mansión Black sería una mentira. Era un acontecimiento deliciosamente lujoso, repleto de luces y adornos de oro, suculentas joyas que colgaban de los techos y de los lóbulos de las orejas, remolinos de vestidos y faldones y joyas; todo resplandeciente y nuevo. No sólo lo disfrutaba, sino que me deleitaba con ello.

Sin embargo, primero tuve que soportar el viaje en tren de vuelta de Hogwarts. Fue agonizante. Estaba sola, con Ronnie ausente y Bella a mi lado, rígida como una tabla. Lucius se sentó frente a nosotros ya que el asiento de al lado estaba vacío.

Nunca mencionaron a Bas ni a Ronnie. Evitaron hablar de Hogwarts en absoluto. En su lugar, hablaron de los asuntos del mundo muggle y del Ministerio: la reciente reunión del Ministro de Magia con el Ministro muggle y la reunión del gabinete que continuó después de aquello. Y lo mencionaban no de la forma en que un grupo de amigos podría conversar con vino, sino más bien a la manera de nuestros padres, los cuales discuten asuntos de adultos delante de sus hijos, evitando cuidadosamente las palabras tabú que podrían ser reconocibles y molestas.

—Jenkins dejará su cargo pronto—dijo Bella.

—Obviamente—espetó Lucius—, dado el pésimo trabajo que ha hecho controlando los disturbios.

—Me pregunto quién ocupará su lugar—dije, harta de sentirme excluida. Se volvieron hacia mí y parpadearon, como si acabaran de darse cuenta de que estaba allí.

—Espero que no sea otro simpatizante de los sangresucia—resopló Bella.

Lucius la miró con dureza y habló entre dientes. —No creo que sea algo de lo que debas preocuparte, cariño.

"¿Cariño?" Ignoré esto. —Pero Bella tiene razón. No llegaremos a ninguna parte si siguen eligiendo a gente como Jenkins— decir esto llamó su atención. Quise reírme de la mezcla de confusión y agradable sorpresa en sus rostros.

—¿Qué pasó con la justicia para los squibs? —preguntó Bella burlonamente, haciendo una mueca. Me limité a encogerme de hombros—. Es una causa perdida.

Pude ver el orgullo en sus ojos. Lucius me miraba como si fuera un león hambriento y yo un trozo de carne roja fresca. Y me disgustaba admitirlo, pero su aprobación era vigorizante. Era diferente de la forma en que Bas me miraba: como si fuera una diosa. Leve, bonita y enigmática. Sí, hagamos siempre el bien. Sí, me casaré contigo. Me quería por eso.

Pero, ¿y si no quería ser una diosa? ¿Y si quería hacer algo más que faltar a clase o pavonearme por las orillas del Lago Negro como una maldita hada ebria?

¿Y si quería vivir?

De toda la ostentación y el glamour de las fiestas, la preparación era quizá mi parte favorita de esas veladas. Pasaba una hora en el baño, sumergiéndome en aceites perfumados y flores, otra hora eligiendo mi ropa, y luego otra hora maquillándome y peinándome.

Sin embargo, mientras me encontraba sentada en el tocador colocando horquillas en mis rizos para que se asentaran, sentí una curiosa y abrumadora sensación de desconocimiento, como si estuviera haciendo todo esto por primera vez. Coloqué la última horquilla en su sitio y busqué un labial de color carmín. De pie, me incliné hacia el espejo de tres lados, de modo que mi nariz quedara apenas a cinco centímetros de él, y me lo apliqué con cuidado.

El Proyecto Malfoy • TraducciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora