Capítulo 1: Un confuso despertar

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26 de mayo del 2020

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26 de mayo del 2020

La agrupación de ruidos que surgían del exterior de su mente parecían ser los de un hospital con personal clínico yendo y viniendo en todas direcciones. La fatiga que sentía en el cuerpo era grande, los párpados aún pesaban casi al grado de no poder ser abiertos, incluso quería seguir durmiendo. Si embargo, los ruidos a su alrededor eran cada vez más fuertes y perceptibles. Los característicos aromas de medicamentos y alcohol también estaban presentes. Sin remedio alguno, los ojos se abrieron, parpadeó un par de veces antes de lograr enfocar la vista y visualizar su alrededor: luces intensas, monitores y cables conectados a ella. En realidad no había mucho por reconocer, estaba en un hospital y no tenía la menor idea de cómo fue que terminó ahí.

—¿Qué pasó? —preguntó para sí misma después de observar por unos minutos.

Buscó entre sus recuerdos la respuesta a la pregunta, aun cuando, no había nada en su mente. Todo era un espacio en blanco, sin imágenes, sin palabras, sin nada.

Meneó con delicadeza la cabeza y el leve movimiento le provocó un fuerte dolor que no pudieron mitigar los analgésicos que tenía conectados por vía intravenosa. Su mano fue a dar a la frente y pegó un grito agudo de dolor que alertó a una de las enfermeras de su despertar.

La mujer del uniforme azul entró corriendo a la habitación para examinar las lecturas que se dibujaban en el monitor, oprimió algunos botones y luego volvió la mirada a la paciente que parecía incómoda en la cama.

—¡Sra. Brown, no trate de levantarse! Será mejor que permanezca tranquila hasta que el doctor James o el doctor Robledo vengan a verla —dijo la trabajadora tratando de sosegar a la inquieta mujer que insistía en sentarse.

—No sé qué hago aquí —respondió.

—No se preocupe, es parte del shock por el accidente. Ya se irá recuperando de a poco.

—¿Accidente? ¿Qué accidente?

—El que usted sufrió. Chocó en la carretera que va a San Antonio.

—¿Chocar? ¿De qué me habla? Yo no... ¡Ay, mi cabeza! ¡Me duele la cabeza! —gritó la mujer en medio de su confusión. Las manos oprimían la parte alta de su cuerpo, puesto que el dolor era intenso e insoportable.

—Señora Brown, tranquilícese. Usted recibió un fuerte golpe en la cabeza, será mejor que se calme o me veré en la necesidad de aplicarle un sedante.

—¡No sé de qué golpe me habla y tampoco soy la señora Brown!

La enfermera se detuvo por unos instantes después de escuchar las palabras de su paciente, volvió sus ojos hacia la otra cuidadora que intentaba ayudar y de nuevo en dirección a la mujer que parecía no saber absolutamente nada.

—Traeré a los doctores —dijo la delgada mujer que aguardaba en la puerta y salió casi corriendo por un largo pasillo.

Ana Luisa Brown miraba en todas direcciones con mayor desesperación, primero a la enfermera y luego hacia las intravenosas que tenía conectadas al brazo izquierdo. Los latidos de su corazón parecían acelerarse, el monitor que tenía al lado lo confirmaba; el pecho se expandía y ella buscaba en la habitación cualquier objeto que le fuera conocido. Los ojos de Luisa recorrieron el espacio en tres ocasiones, pero no había nada que le fuera familiar, ni personas, ni objetos o nombres; no había nada.

La actividad en la habitación aumentó cuando dos médicos entraron a revisar los signos vitales de la mujer que recién despertó, después de tres semanas en estado de coma. Uno de ellos se fue directo al monitor, mientras que el otro clavó su atención en los movimientos toscos de Luisa.

—Señora Brown, soy el doctor James Foster, permítame examinarla, por favor. Será algo breve.

Luisa seguía en estado de shock con la mirada en todas direcciones, el nerviosismo y la desesperación le impedirían escuchar algo de lo que los amables médicos tenían para decir. La luz que tenía sobre los ojos, la alertó de los chequeos que hacía el médico en su cuerpo, ella arrugó la nariz y frunció el ceño, la luz la molestaba.

—¡No haga eso! —expresó empujando la linterna lejos de su rostro.

—Señora Brown, necesitamos asegurarnos de su estado de salud. Usted estuvo en coma tres semanas.

—¿Tres semanas? —preguntó divagando—. No sé de qué me habla, ya le dije a la enfermera que no soy esa mujer Brown.

El doctor James sostuvo la respiración por un instante, al tiempo que asentía para su colega, el hombre dejó de anotar en la bitácora todo dato que el monitor arrojaba. Ambos médicos se comunicaron por medio de gestos en breves segundos que para quienes presenciaban el momento parecieron horas. Todo indicaba que aquel confuso despertar, declaraba severos daños en el cerebro de la paciente.

—¿Me podría decir su nombre, por favor? —preguntó el médico de la bitácora sin obtener respuesta, ya que Luisa seguía hurgando entre sus pensamientos con la mirada al aire. Ella pensaba en algo para resolver el problema, pero no tenía algo que le fuera razonable. 

—Yo... No... Yo, no sé cuál es mi nombre —soltó la mujer casi en un murmullo, al tiempo que el rubio doctor parecía preocupado.

—¿Recuerda su edad?

—No, tampoco.

—¿Y qué me dice del accidente? —La mujer tragó saliva de nuevo, cerró los ojos y negó con la cabeza.

Los médicos se vieron entre sí de nuevo y de vuelta a donde las enfermeras aguardaban.

—Será mejor localizar a los familiares, debemos hacer más estudios —dijo el hombre de la bitácora. Luisa levantó los ojos para fijarlos en el viejo doctor que solicitó más estudios. Frunció el entrecejo y mostró su enojo.

—¿Estudios? ¡No, no quiero estar más tiempo aquí! ¡Quiero irme, déjeme ir! —gritó la castaña, intentando salir de la cama.

El movimiento acelerado de Luisa le hizo sentir un agudo dolor que venía desde la pierna derecha, estiró la mano para tratar de apaciguar el ardor con algún tipo de tacto. No obstante, fue grande su sorpresa cuando se encontró con unas largas puntadas que iban desde la rodilla hasta la parte superior del muslo.

—¿Qué me han hecho? ¡Suéltenme, suéltenme! —vociferó en medio de su desesperación por salir de la habitación.

Luchó por ponerse de pie con agilidad y rebelión, pero fue el fuerte médico rubio quien logró retenerla en la cama para evitar que su paciente colapsara.

—Enfermera, cinco miligramos de Diazepam. ¡Rápido!

La dosis del medicamento demandado por el médico, inundó con rapidez el organismo de la mujer, fueron unos cuantos segundos, lo que tardó la paciente en sentir la nubosidad seguida de la oscuridad. Después de aquello, la habitación volvió a estar en completo silencio. 

 

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LUISAWhere stories live. Discover now