Capítulo 37: Hablemos

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El departamento de Luisa estaba lleno por las personas que acudieron a la dirección en el momento en el que vieron la reciente declaración de amor hacia Gabriel

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El departamento de Luisa estaba lleno por las personas que acudieron a la dirección en el momento en el que vieron la reciente declaración de amor hacia Gabriel. El primero en aparecer en el departamento fue James, quien a pesar de las especulaciones que lo relacionaban con su paciente, apoyaba la decisión de hacer un último intento por recuperar al hombre que aseguraba amar. La siguiente en tocar la puerta fue Rebeca, la mujer realmente parecía estresada tras el abrumador día que prometía la prensa, tomando en cuenta que ella no paraba de recibir llamadas o E-mails.

Más tarde, arribaron al departamento tanto Sofía como Helen, ambas amigas dispuestas a darle su apoyo; sin embargo, Helen difería de las acciones de Luisa, pasó parte de la mañana discutiendo por aquella extraña decisión de divulgar sus sentimientos para el mundo entero.

«El hombre no te merece» era lo que decía una y otra vez, puesto que tenía claro que la boda de Mónica con Gabriel seguía en pie.

Por su parte, Luisa permanecía muy cercas de la ventana, esperando que apareciera la ya reconocida camioneta de Gabriel, regresaba por breves minutos al sillón e iba de regreso a la ventana, luego revisaba constantemente el celular y lo mismo le pedía a Rebeca. De algún modo, su amado exesposo debía aceptar hablar con ella.

—El teléfono sigue apagado, Luisa —informó Rebeca con la mirada en su cliente.

—Contestará, intenta más tarde —resolvió la castaña después de un largo suspiro.

La paciencia no era un rasgo característico de Luisa, comenzaba a presentir que el resultado de su estrategia terminaría en un caos sentimental del que tardaría en recuperarse. Le dolía pensar que, a pesar de que era la primera vez en la que sus sentimientos eran claros, estos no serían correspondidos como esperaba.

La puerta fue golpeada y los rostros de todos se fijaron sobre la entrada. Nadie dijo algo, aun cuando imaginaban que se trataba de Gabriel. Luisa caminó con el corazón brincándole, respiró hondo y la abrió esperanzada. Frente a ella no estaba el rubio vaquero que ansiaba encontrar para desmentir las tonterías de la prensa. En cambio, el característico aroma a menta y loción fina se hizo presente para impregnarle los sentidos.

—¿Qué quieres, George? —cuestionó sin permitirle el paso al departamento.

—Quiero hablarte —dispuso George con la arrogante sonrisa.

—¿De qué? —Luisa mostró una fulminadora mirada—. Fui bastante clara cuando te dije que no...

El hombre de la perfecta barba empujó la puerta con la mano y se hizo paso al departamento, donde se percató del resto de los presentes.

—¿Tenemos fiesta? —interrogó volviendo la cara a la escritora.

—No es una fiesta y quiero que te vayas, por favor —declaró Luisa aun desde la puerta.

—Helen, no me digas que estás aquí para apoyar la tontería que Luisa acaba de hacer —interrogó con el relamido rostro que siempre portaba.

—Yo he venido a apoyar a mi amiga, a pesar de la falta de alcohol en este diminuto departamento. Tampoco estoy de acuerdo con lo de pedirle perdón a la bestia de Gabriel, pero no voy a intervenir en su elección. Es mi amiga y la apoyaré —asintió la mujer con su singular voz.

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