Capítulo 5: Nuevas noticias

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El sol se metió y con ello finalizaba un día de arduo trabajo de campo

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El sol se metió y con ello finalizaba un día de arduo trabajo de campo. El agotado cuerpo de Gabriel regresaba a la comodidad de su casa cuando escuchó unas fuertes risas detrás de las puertas del estudio de Luisa. En un principio, creyó que se trataba del televisor, pero luego reconoció las risas y la particular voz de Helen del otro lado de la puerta. Él no aceptaba la amistad que ellas tenían, desde su punto de vista, tanto George como Helen eran parte de ese círculo de excesos y toxicidad que ella frecuentaba antes del accidente. Molesto con la presencia de la latina, intuyó que no se trataba de una reunión social entre amigas, más bien tenía algo que ver con cizañosos comentarios que perjudicarían no solo la recuperación de la mujer amnésica, sino también la inexistente relación que ahora tenía con su esposa. 

—¡Pero...! ¡Qué demonios...! ¡Luisa, ¿Estás bebiendo?! —expresó en un grito de sorpresa después de entrar al estudio sin haber tocado la puerta.

Luisa levantó el rostro y enfocó la mirada en el atractivo hombre cubierto de tierra que irrumpió en el lugar. 

—Sí, estoy bebiendo, ¡¿cuál es el problema?! —gritó con la euforia desbordada. 

—No puedes tomar alcohol, tu medicamento es muy fuerte.

—Igual que tu abandono —soltó la mujer en estado de ebriedad.

—¿De qué hablas? Helen, ¿qué le dijiste? —vociferó con el evidente enojo sobre la visitante.

La latina, que estaba asombrada por la reacción de su amiga, comenzó a desear volverse invisible. Así no tendría que dar mayores explicaciones al furioso hombre que las demandaba. 

—¡Nada, Gabriel! Yo vine a saber de su salud y ella hizo preguntas.

—¡No, a ella déjala en paz, esto tenemos que hablarlo tú y yo! —expresó Luisa golpeando el pecho de Gabriel.

El fuerte hombre se molestó tanto ante semejante acto, que levantó a Luisa sobre sus hombros con el trasero al aire.

—¡Bájame! ¡Bájame! —exclamó sin que el vaquero escuchara sus exigencias.

Pero no saldría del santuario de Luisa sin antes volverse hacia la mujer que se atrevió a hablar de más. 

—¡Quiero que te vayas y olvides de volver a esta casa! —espetó, señalando a Helen.

—¡Oye, a mí no me culpes de sus problemas!

—Tú sabes muy bien a lo que has venido. Tú y ese imbécil están acabando con mi paciencia y no quiero volver a verte en esta casa —dijo en un alarido escandalo.

Dejó el estudio para subir las escaleras con la castaña todavía peleando y golpeando sobre su espalda.

Apenas entró a la habitación, la llevó a la regadera y abrió la llave con ella adentro. El agua fría cayó directo sobre la cabeza de Luisa, que no paraba de gritarle un arsenal de insultos a su verdugo.

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