Capítulo 3: Golpe de realidad

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27 de mayo del 2020

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27 de mayo del 2020

El viaje de regreso al que aseguraban era el hogar de Luisa, fue largo y silencioso. 

Gabriel apenas si abrió la boca en pocas ocasiones para hacer preguntas que no tenían relación con el accidente o los últimos acontecimientos. Estaba claro que no estaba en sus planes atosigar la confundida mente de su esposa con cuestiones que sabía que no podría manejar. 

Lejos de aparentar ser un matrimonio funcional y enamorado, pareciera que se trataba de un par de desconocidos. Dos personas que, por azares del destino, terminaron juntos en una camioneta cuyo final era lo ignoto y la incertidumbre. Eran una pareja con la nula intención de profundizar en íntimas y agotadoras conversaciones sentimentales.

Por otro lado, Luisa era golpeada por preguntas sin respuestas que se generaban una y otra vez en su mente. El agobio la incomodaba cada vez más, por lo que enfocó la mirada en el amplio paisaje desértico que ofrecía la ventana del copiloto, comenzó a temer que el camino al supuesto hogar fuera más largo de lo que imaginaba. Gabriel insistió en dos ocasiones en que debía viajar en la parte trasera de la camioneta, así sería más sencillo pasar inadvertida para la prensa, pero ella se negó en ambas, prefería no sentirse sola o aún más distante de lo que entendía como su vida.

—¿Aún falta mucho? —cuestionó concentrada en el camino. 

—No, ya estamos por llegar. El camino es largo, una hora y media en carretera para ser exacto —aseguró Gabriel, viendo de reojo a a su acompañante.

—¿Por qué?

—¿Por qué? ¿Qué? —preguntó él con una mueca en el rostro.

—¿Por qué vivimos tan lejos de la sociedad?

—No está lejos de la sociedad, Luisa. Es Texas y vivimos en un rancho ganadero, es normal que estemos apartados de la ciudad.

—¿Un rancho?

—Sí, así es.

—¿Y me gusta vivir ahí? —soltó ella. 

Gabriel era un hombre con poca paciencia pero en esa ocasión sonrió con gentileza.

—Estoy seguro que sí. Hay varias cosas que disfrutas de nuestro hogar, el silencio es una de ellas.

—En este momento no supongo que me guste el silencio —resolvió volviendo la vista hacia el desierto.

—Supongo que tiene que ver con las mil preguntas que deben estar rondando tu mente.

Ella asintió de un movimiento. Se sentía confinada a una fugaz historia que desconocía, una cuyo final tendría que averiguar en carne propia. 

—¿El accidente fue en esta carretera?

—Sí, ya hemos pasado el tramo, manejabas muy deprisa. Te he pedido en muchas ocasiones que serenes tu forma de conducir, pero no eres una mujer que escuche razones —reprendió el vaquero sin desviar los ojos del camino.

LUISADonde viven las historias. Descúbrelo ahora