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Estaba cansada.

Solo quería dormir y dormir. Creo que es por ese agua que siempre me da a beber. Pero es el único líquido que bebía, y una onza de pan y una rodaja de queso diario lo que comía. No me iba a mantener con fuerzas para siempre. Sabía que mi cuerpo estaba tirando de reservas y durante las primeras semanas sin alimento y escasa agua, mi cuerpo se quedaría sin reservas y después consumiría el músculo para tratar de mantenerme con vida, eso si no lo estaba haciendo ya. 

Quizá no debería quejarme tanto. Hacía dos días que los susurros habían parado y eso me permitió dormir más de lo que lo había hecho en esas semanas infernales. De hecho había dormido tanto que no sabía realmente cuantos días habían pasado.

Supongo que ese agua tenía algo, sí. 

Ahora estaba convencida porque, aunque estaba tirada en la cama estrecha, con mantas en mis pies por si lo necesitaba, estaba muchísimo más lúcida. No estaba segura de si era de día o de noche, solo sabía que si él no volvía, me moriría de hambre o de sed. Sólo en pensar en comer hacía que me ardiera el estómago y el salivar me escocía la boca.

No quería volver a soñar y no quería que volviera aunque eso supusiera una muerte de las más lentas que se conocían.

Oí un ruido muy a lo lejos y eso me crispó todos los nervios del cuerpo.

Normalmente me daba tiempo de escucharlo a lo lejos y después ya no podía hacer nada, mi cuerpo quedaba flácido y me pesaban los párpados. 

En estos días trató de encontrar mi punto débil, esa zona gatillo que me haría desmoronarme. Y tenía muchas, no era una superheroína ni era invencible. Solo que en mi vida había aprendido a ser impermeable a todo tipo de ataques psicológicos. Vi innumerables maneras en las que podía haber acabado mi vida y dudé de si las estaba viviendo de verdad o no en todas ellas. Vi a Binnie con mi amiga y mi sobrina de bebé, los ví en aquel parque y los vi a los tres muertos. Vi cómo Hyunjin, mi amor platónico y unilateral, acababa conmigo, sentí su cabello largo y fresco sobre la piel cuando me recorrió con sus labios en un momento de intimidad... Todo eso para que fuera un simple pasatiempos... Esa fue la primera vez que viví esa vida, la siguiente vez que caí en su truco me casaba con él y al hacer eso, él tenía pleno derecho de exigir que, como su mujer, me quedara en casa y dejara la guardia. 

Más futuros así pasaron uno detrás de otro, los sufrí en carne hasta que me daba cuenta de que aquello no podía ser real y mi mente encontraba la paz instintivamente. No sé cómo lo hice, solo sé que aquello salvó mi mente de esos ataques.

Luego, cuando no me rompí de esa manera comenzó otro tipo de tortura. 

Incluso cuando grité cuando las agujas que perforaban mi piel e inyectaban ese líquido que quemaba como aceite hirviendo en mis venas, nadie me escuchó. Fue en ese momento cuando me rendí ante la idea de que alguien viniera a salvarme. 

No paró cuando le rogué que parara. Sí, le rogué, le supliqué que me matara o que al menos me dejara inconsciente. 

—Necesito que estés consciente —me dijo. 

—Por favor... ¡Por favor! 

—Lo siento, querida. 

Nunca lo sintió. De haber sentido algo de lo que me hizo, al menos hubiera tenido algo de piedad. 

Y aunque el dolor me hacía gritar, nunca consiguió lo que quería de mí. 

Deduje que quería que fuera una muñeca sin vida que pudiera controlar. Me tentó para que perdiera la batalla. Y sinceramente, casi lo logra. Pero yo era más fuerte. Mi voluntad era más fuerte. 

Dux Et General [2] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora