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Algo me tenía atrapada y sacudía las piernas para liberarme. Los brazos no me respondían y era imposible escapar o desatarme. Podía oír mis propios gemidos desesperados pero ya había perdido el orgullo, si tenía que gritar, gritaría. No me avergüenza admitir eso, después de todo, no me había rendido, no del todo, y eso era lo único que me motivaba a seguir adelante.

No le había dado lo que quería.

Pero eso no quitaba que el terror que inundaba mis venas en este momento me hiciera querer escapar tan rápido como pudiera.

Tanto me sacudí que parecían convulsiones. Oí el sonido de algo desgarrándose y con eso sentí que mis ataduras se aflojaban un poco, así que seguí tirando y sacudiéndome.

Hacía calor, demasiado calor. La piel me ardía. Las líneas de mis manos y brazos ardieron como el primer día que fueron hechas.

Aquello fue demasiado.

Lancé un grito de dolor mientras seguía tirando de las ataduras. No me rendiría, eso era lo que quería, y no se lo daría.

Nunca.

JAMÁS.

-¡Celeste!

Caí con un golpe sordo y parpadeé sorprendida al darme cuenta que veía los pies descalzos de mi hermano con los pantalones de chándal que usaba como pijama. Lo miraba desde el suelo de mi habitación en el Palacio, el colchón de mi cama quedaba a unos centímetros de mi cara.

Sentí ganas de llorar, gritar y arañar el suelo de baldosas al darme cuenta de que había sido otro terror nocturno. En medio de mi sueño agitado me había enredado con las sábanas y tenían agujeros y desgarrones hechos por mis manos. La respiración agitada y un golpe en el pómulo debido al golpe contra el suelo, la piel húmeda del sudor, la boca seca y los labios cuarteados. Que espantosa imagen debía de estar mostrándole a mi hermano.

Me avergonzaba mirarlo.

Otros pies descalzos con las uñas pintadas de amarillo acudieron rápidamente y lo empujaron hacia el interior de la habitación.

-Pasa y cállate -lo urgió la seria voz de mi hermana pequeña.

Estaban los dos ahí... Mi familia.

Se me escapó un sollozo al recordar que estaba en casa. Que ya no estaba sola, que había sobrevivido.

Lore cerró la puerta mientras Changbin estuvo en un segundo a mi lado, desgarró la tela que se me había enredado con la facilidad típica de él, como si aquella seda tan cara como el caviar fuera algo más densa que el algodón de azúcar, y me liberó. Pero no me tocó. Habían aprendido que no debían tocarme justo después de un terror nocturno como este después de que un día los había confundido con esas sombras que me atormentaban y le había dejado marcado el rostro a Changbin, tres cortes sangrantes en la mejilla, y a Lore casi le secciono una arteria del brazo cuando trataron de despertarme.

Inmediatamente después de sentirme libre, me senté y apoyé la espalda contra el colchón de la cama con los codos clavados en mis piernas y las manos en los ojos. Seguía respirando agitadamente y los sollozos no hacían que aquello fuera agradable para ninguno de los tres, pero no podía parar. Traté de recuperar el control, concentrarme solo en respirar y pensar en cosas bonitas como en el paisaje de la ciudad de noche con su gente dentro de las casas, viendo películas, riendo con sus familias, gente caminando por la calle viviendo una vida normal y sin miedo. En un prado nocturno con la luz de la luna llena iluminando las flores con su luz azulada.

Azul...

La hortensia azul y la lila seguían en mi mesita de noche a pesar de que habían pasado muchas semanas y ni siquiera se le había marchitado un pétalo.

Dux Et General [2] Where stories live. Discover now