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El sándwich parecía que me iba a comer a mí. 

Chan no había mentido cuando dijo que no era bueno cocinando pero el esfuerzo era apreciable en el desastre que había en la cocina. Jamás habría imaginado que un simple sándwich de tomate, queso, lechuga y mayonesa pudiera ser tan difícil. Parecía que el tomate lo había cortado con la parte no cortante de un cuchillo porque había pulpa por todas partes, el queso era más grueso de lo normal y la lechuga... bueno, la lechuga era la parte fácil, ¿no? Lavar y servir. Pero la mayonesa era excesiva y parecía que se había peleado con ella porque habían pegotes blancos por la encimera color café de la cocina.

Traté de disimular todo lo que pude pero él me miraba fijamente.

—Por favor, ríete. Es la reacción normal.

—Me sorprende decir que tengo ganas de hacerlo. Y viendo como ha quedado la cocina tengo que decir que ha ganado el sándwich.

Él se rio por los dos.

—Cómete tú el premio entonces.

—No está tan mal. Parece que podría matarme pero me arriesgaré.

Chan me miró por encima del hombro mientras devolvía el pan sobrante a la nevera. Le daba gracias a Dios porque hubiese comprado ese pan y no lo hubiera hecho él.

—Ahg... Tienes una mente malvada. Me gusta.

—No te gustaría tanto si me conocieras —Estaba observando la mejor manera de agarrarlo todo sin que se me cayera.

—Bueno, parece que vamos a tener tiempo así que no tengo prisa.

Mastiqué la mezcla de sabores y a pesar de que no parecía que aquello saciaría mis papilas gustativas, me sorprendió de nuevo. El tomate estaba muy bueno y el crujido de la lechuga era divertido y agradable.

La comida nunca fue el problema, eran las sensaciones de después y mis recuerdos lo que hacía que todo lo que ingería, volviera a salir.

—¿Estás viva aún o ya te ha matado? —dijo limpiando la encimera con un paño húmedo.

—Me equivoqué. —Me miró con una ceja alzada—. Está muy bueno. Parece que no ganó él.

Sonrió de nuevo mientras volvía a su paño húmedo y la encimera sucia.

El silencio que siguió solo fue interrumpido por mis mordiscos y el sonido de la lechuga crujiendo en mis oídos, el vaso de cristal al volver a la mesa después de beber agua y el grifo cuando Chan lavaba el paño sucio. Luego se sentó a la mesa con palitos de zanahoria en un boul y algo de humus en un tarro. Los dos comimos en silencio mientras el aire nocturno entraba por la ventana. 

La cocina era pequeña y acogedora, en tonos tierra como toda la casa y diversas plantas colocadas en lugares estratégicos. Muchas en flor a pesar de estar en pleno invierno pero era cierto que la sensación térmica dentro de la casa era cálida. La mesa donde estábamos sentados no era demasiado grande y sobre nuestras cabezas caían enredaderas de plantas que no sabía sus nombres pero los distintos tonos de verdes y las maderas que las sostenían, los tarros de cristal con agua sostenidos con un entramado de cuerdas de los que nacían pequeños brotes verdes para la posterior siembra... Estaba todo colocado de manera que había espacio para todos. Una de las hojas de la enredadera se apoyó en el hombro de Chan pero él no pareció notarlo mientras miraba por la ventana.

Cuando iba al aquelarre por asuntos oficiales siempre estaba rodeado de sus plantas, de una manera o de otra ellas lo encontraban y buscaban alguna forma de tocarlo.

Tragué otro mordisco del sándwich no tan mortífero. Trataba de no mover demasiado la muñeca. Después de todo sí que tendría que vendármela.

—¿Y Lila? —hablé sin pensar. 

Dux Et General [2] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora