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Después del baño y de que todas ellas se hubieran ido, bajé a la cocina. Necesitaba algo más fuerte que un té, pero también necesitaba pensar con claridad. No me esperaba que la Madre me visitara esta mañana, ni que ella misma viniera expresamente a echarme la bronca. 

Estaba siendo un poco dramático pero lo cierto era que Ella no había sido lo que se dice delicada al recordarme lo único que me daba miedo de decirle a ella.

—Debes decirle cómo conseguiste encontrarla, lo que tuviste que sacrificar. 

—No se lo tomará bien —Le había respondido.

—¿Y ese es motivo suficiente para ocultarlo? —Su mano fantasmal y verde se posó en mi rostro de manera maternal. La Madre jamás deseaba herir a sus hijos, pero sabía lo que decir para que uno se pensara las cosas—. Deja en sus manos cómo se lo tome y lo que haga después de saberlo. Es su historia también.

Las demás espíritus de la tierra recogían la habitación que habían acondicionado para aquel baño relajante y energizante. Me sentía totalmente descansado y agradecido con sus cuidados. La Madre había llegado después, cuando yo ya había acabado, con su peculiar energía que haría a cualquiera caer de rodillas en sumo respeto y miedo. Era una Diosa amorosa pero volátil. Siempre me había llevado bien con ella y por nada del mundo me arriesgaría a perder su cariño.

Me había invitado a sentarnos en la terraza del jardín del piso superior, la gran copa del árbol nos hacía sombra con el sol en el cielo ya y el aire terminaba de secar los restos de humedad de mi cabello. Estar a su lado era cálido y para nada hacía frío aunque estábamos a la intemperie.

—Cuidado, hijo, la pareja del Lobo no es sumisa. Te nombré mi guardián por muchos motivos y uno de ellos fue por tu capacidad para proteger a los que quieres de manera que lo puedan hacer sin ti. Ella te pertenece, lo sabes. Y tú le perteneces a ella. 

Tragué saliva con la seguridad que importaban esas palabras. Celeste no me pertenecía, nunca lo haría. No quería tener una cosa, me interesaba más que ella quisiera estar conmigo incluso en sus mejores momentos. Que quisiera compartir secretos… confianza. Quería… quería demasiadas cosas. Y no estaba seguro de lo que quería que eso se convirtiera. 

Pero ni loco le diría eso a la Diosa. Ella era amable, pero para ella, rechazar un "regalo" era una de las ofensas más grandes. 

—No estás siendo justo teniendo secretos con ella. Te hace daño, te duele, yo lo sé.

—Me duele más saber que me odiará cuando lo sepa, Madre. No se lo oculto porque quiera.

Ella suspiró. 

—Un secreto no pesa en el momento de ocultarlo, es mantenerlo lo que no te va a dejar avanzar. 

Me dijo que ella estaba preparada para saberlo pero que era decisión mía. 

—Es decisión tuya que llevéis una vida en desconfianza. No te creé para tener una pareja en la que uno de ustedes sea superior al otro. Y ahora tú eres el que está arriba en la cadena de mando. No te gustará cuando ella lo sepa porque se dará cuenta que la mantenías en la ignorancia intencionalmente y ella confía en ti. 

A nadie le gustaba escuchar la verdad. Tragué saliva sintiendo el nudo de ansiedad en el pecho mientras veía la suave brisa mover las hojas del árbol que cubría nuestras cabezas. Había tratado de buscar la oportunidad para decirle lo que había hecho, había tratado de escribir lo que le diría, practicar de alguna manera... Tenía la papelera del despacho llena de intentos erróneos por decirle que quizá le había fallado de una manera imperdonable. 

No puedo decir que la conozca muy bien, pero era una luchadora, y me temía que quisiera apuñalarme el pecho cuando se enterara. 

—Es eso a lo que tienes miedo —continuó la Diosa—. Porque a ti te gusta que ella esté a tu nivel, no quieres perder eso. Pero, hijo, ahora mismo estás manteniendo una ilusión, porque aún no tienes eso con lo que sueñas y no la estás dejando decidir.

Dux Et General [2] Where stories live. Discover now