8. Primer día, primer conflicto

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Diana llegó en punto de las ocho de la mañana a la casona para iniciar con la investigación. Una vez más tuvo que despertarse temprano tras una noche de insomnio, en la que el descanso no terminó de llegar hasta muy entrada la madrugada. Fue de esas veces en las que deseaba tener forma de apagar sus pensamientos y que la dejasen dormir. Lo hablado con Manuel sobre las recientes desapariciones seguía adueñándose de su mente sin que pudiera evitarlo. Como consecuencia, un dolor intenso le martillaba las sienes, y en lo único que podía pensar era en seguir acostada en su cama. En cambio, tenía que atrapar un soplón.

«Que maldita vida» No podía sentirse peor, que mal día eligió para empezar a trabajar en un ambiente que le era desconocido.

Una vez estacionó su auto, caminó directo a la puerta y llamó por el interfono hasta que Casandra le abrió. La joven la miró detenidamente y le resultó obvio que no se encontraba bien, así que puso su mejor sonrisa antes de intentar ser amable con su nueva compañera de trabajo.

—¿Quieres tomar algo? Roberto está en la oficina del licenciado discutiendo unos detalles con él, y yo voy por un café.

Diana desvió ligeramente la mirada, cavilando entre declinar la invitación o hacer acopio de todo su esfuerzo para acompañar a la agradable joven y verse obligada a intercambiar más de dos palabras con ella. Socializar estaba lejos de ser su mayor habilidad, no tenía amistades ni familiares con quienes reunirse, así que las ocasiones de pasar un buen rato en compañía eran prácticamente inexistentes para ella. Su único apego era el que guardaba hacia Manuel, y a veces hasta de ese tenía ganas de deshacerse.

—Ya tomé algo —mintió luego de decidir que el dolor de cabeza era demasiado como para encima forzar una situación incómoda. No obstante, el gruñido delator de su estómago hizo inverosímil su afirmación.

Casandra ahogó una risita traviesa para no apenar más a su compañera y la miró conmovida. Pensó que, pese a su expresión huraña, se veía como quien necesita un gesto amistoso con urgencia. Sin demora, la tomó por la muñeca ante el asombro de ella.

—Vamos, en la sala de convivencia están las muchachas de la otra empresa desayunando. Hay suficiente para todas.

La joven la condujo sin que hiciera por deshacerse de su agarre. Con los hombres y las personas de las que sospechaba no se le dificultaba actuar a la defensiva, pero con una chica tan amable como aquella le fue imposible. Al final se dejó llevar, no tenía fuerzas para rebatir. Juntas avanzaron hasta entrar en una cálida habitación decorada rústicamente y en la que había un juego de sala y un desayunador junto a una alacena y un pequeño refrigerador. 

Adentro se encontraban otras tres mujeres. Reconoció a dos de ellas de la pasada investigación que realizó para Daniel. Una era la dueña de la otra empresa que operaba en la casona junto a la consultoría de Daniel, y la otra era la cuñada de él que también laboraba ahí. A la tercera no la conocía, pero no lo necesitó para ver que las tres eran muy amigables entre ellas. Poco antes de que ingresasen, habían estado charlando afablemente y al verlas aparecer guardaron silencio. Era obvio que la causante era ella porque Casandra era parte de su convivencia diaria, así que carraspeó antes de emitir un tenue saludo de buenos días.

Bajo nuestra piel [Finalizada]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora