26. Amar no es poseer

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—Maldición —pronunció Diana mirándose al espejo y evaluando los daños del cobarde ataque de Johny.

Tenía moretones por todo el cuello y debajo de la barbilla, también marcas de uñas, magulladuras, además de enrojecimiento en el pecho y los hombros. A su mal estado contribuía la palidez en sus labios resecos. Estaba adolorida y sin ganas de nada, pero ese día planeaba visitar a Edgar, interrogar a Nora y obligar al primero a ver a su madre. Entonces Aracely cumpliría su promesa de hablarle a Roberto sobre sus verdaderos padres. A final de cuentas el único que le importaba era él, ¿Para qué seguir negándolo? Por eso ayudarlo era prioridad antes de continuar con la búsqueda de Fátima.

Despertar sola y adolorida fue como una revelación, anhelaba el calor que él le brindaba. Saber que alguien pensaba en ella era el mejor motivante, algo que nunca tuvo y no deseaba perder. Mientras él estuviera dispuesto a compartir su tiempo, ella lo aceptaría. En ese mismo momento, lo único que anhelaba era tenerlo cerca. Aceptando el apego al que todavía temía, siguió evaluando su estado.

La mortificaba la molestia en sus músculos. Entró a ducharse para aliviarla un poco. El agua tibia resultó el bálsamo que necesitaba. Se bañó con lentitud, cuidando de no lastimarse y de pronto sintió ganas de llorar. Dolía. Era tan desolador lamerse las propias heridas, fustigaba la voluntad. El sabor amargo que le quedaba tras enfrentar a alguien dispuesto a dañarla era lamentable. Miedo y rabia que, anidados en su pecho, la hacían extrañar lo que recibía de Roberto, él era puro placer, agrado y calidez. Desde que apareció en su vida resultaba más difícil aceptar la violencia, por primera vez se planteó si podía seguir viviendo de esa forma. El mismo pensamiento siguió mientras se ponía un ungüento de árnica en las zonas lastimadas y se tomaba el paracetamol que le permitiría soportar el día. Desayunó algo rápido, tragar implicaba esfuerzo para su tráquea lastimada, solo lo hizo porque deseaba estar bien. Una vez que terminó se dispuso a salir. Iba bajando la escalera cuando un visitante inesperado apareció en la reja, era Manuel.

—¿Podemos hablar?

Ella miró a otro lado cabizbaja, lo que le faltaba, con lo poco que le apetecía lidiar con él. Accedió de mala gana y le permitió el paso, subieron las escaleras uno detrás de otro y entraron a la vivienda.

—Habla.

La voz ronca lo hizo mirarla con detalle, las señales de violencia eran evidentes y lo preocuparon de inmediato.

—¿Quién te lastimó?

—Un maldito, estaba siguiendo una pista.

—¿Pista de qué, Diana? ¿Por qué sigues exponiéndote así?

—No iba sola ¿sí? ¿Y por qué lo hago? ¡Sabes bien que es mi trabajo! —el reclamo se le apagó cuando una tos incontenible le subió por la garganta.

Manuel se llevó una mano a la frente y masculló una serie de maldiciones con impotencia. Volvió a mirarla y se le acercó.

—Vamos a la clínica a que te revisen.

Bajo nuestra piel [Finalizada]Where stories live. Discover now