18. Para olvidar

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Eran cerca de las dos de la madrugada cuando el móvil de Diana comenzó a sonar con marcada insistencia. Ella lo ignoró al principio. La razón no era que durmiera, sino que seguía revisando minuciosamente las grabaciones que Saúl le había dado. También repasaba una y otra vez los expedientes de los anteriores casos, intentando refrescar decenas de detalles en su memoria para relacionarlos con otros importantes que salían a la luz de la nueva investigación. 

En algún punto, le fue imposible seguir fingiendo que no había nadie buscando comunicarse con ella. Abandonó con enfado la silla y caminó hasta alcanzar la fuente del ruido que le calaba en los oídos. Al reconocer el nombre en la pantalla, la curiosidad la instigó a responder. Jamás le había llamado a una hora tan poco apropiada. Contrario a ella, era educado y amable, algo de su carácter que fue aprendiendo a valorar. Pulsó la tecla, pero no habló. 

—¿Me dejas oír tu voz? —preguntaron al otro lado, se escuchaba distinto; la desinhibición de sus palabras la hizo suponer que había bebido.

—Medina, no son horas de llamar.

—Dime por mi nombre... Ese ni siquiera debería ser mi apellido... ¿Puedes creerlo? —. Intentó reír sin lograrlo. Solo una malograda imitación de alegría emergió de sus labios.

—¿Se encuentra bien? —cuestionó, percibiendo melancolía en la inflexión de su voz. Dudó que su estado obedeciera a una noche de diversión.

—No, no lo estoy... Mejor ven, quiero verte... Por favor, Diana... Diana, que bien se escucha tu nombre —lo último lo dijo atropellado y seguido de torpes risitas.

—Iré para allá, necesito la ubicación —. La afirmación lo puso feliz.

Sin perder tiempo, envió lo que pedía. Ella estuvo ahí veinte minutos después. El sitio era un bar de mediana categoría. Apenas entró pudo verlo, sentado frente a la barra con los codos apoyados en la superficie de esta. Había algunos clientes más, todos acompañados, él era el único solitario. Lo contempló por largos instantes, se llevaba a los labios un trago tras otro. Algo se le estrujó en el pecho al notarlo tan abatido. Con gran sigilo, comenzó a aproximarse. Un pequeño atisbo de prudencia contenía sus pasos.

—¿Qué le sucedió? —. El cercano cuestionamiento una vez estuvo a su lado, lo hizo girar y dedicarle una amplia sonrisa.

—¡Estás aquí!

—¿No le da vergüenza divertirse solo? —observó ella con desenfado, pidiéndole al cantinero una cerveza.

El hombre le llevó lo que pedía. Ella tomó la botella, le dio un largo trago y se sostuvo con el antebrazo izquierdo sobre la barra para quedar de lado. Sus miradas se cruzaron, un mudo saludo que les dijo la alegría que verse causaba en los dos.

—Solo necesitaba distraerme... Diana... ¿Cómo haces para olvidar?

—Nunca se olvida —suspiró —. ¿A quién quiere olvidar? ¿A la rubia?

Bajo nuestra piel [Finalizada]Where stories live. Discover now