41. Pelear o morir

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Dedicado a todas las víctimas (principalmente niñas, niños, adolescentes y cualquiera en condiciones de vulnerabilidad) que no tuvieron oportunidad de defenderse de una agresión.


Advertencia: El texto contiene violencia verbal, sexual, psicológica y física.


La primera vez que vio un alacrán de cerca tenía nueve años, era enorme, casi del tamaño de su mano o eso le pareció, de color café oscuro y una apariencia impresionante. Lo encontró en la parte inferior de la alacena donde guardaban la pequeña olla oxidada en la que cocinaba. Al jalar el utensilio, el arácnido salió arrancado de su escondite y fue a caer cerca del dedo gordo de su pie. Ella se levantó de golpe dando un respingo y quedó petrificada en el mismo sitio. Antes había visto a su papá matar bichos similares de un pisotón, pero estaba descalza; tampoco pudo alejarse, era como si las extremidades con las que caminaba no le pertenecieran. Su intención había sido hacerse la cena porque siendo día de descanso, su padre dormía a sus anchas en el sillón, ahogado en toda la cerveza que había ingerido durante el día. Desde la muerte de su abuelita Chelo, ella tuvo que prepararse desayuno, comida y cena, pues Alfonso creía cumplir con llevar algo de despensa a la casa. No tenía problema con eso, le fue sencillo acostumbrarse, pero enfrentarse a aquella alimaña era un reto diferente y mucho mayor.

Fue un instante que se volvió eterno en el que sus ojos bien abiertos se clavaron en el alacrán y la cola ponzoñosa que ostentaba, era como si él también pudiera verla y la sensación contribuyó a que el miedo aplastara cualquier reacción de su parte, sus sentidos le gritaban peligro y tenerlo a corta distancia de sus pies desprotegidos aumentaba la angustia. Quiso gritar y llorar, pero eso de poco serviría, nadie iría en su auxilio. Sin su abuelita, estaba sola. Entonces, vio con sobresalto el zapato de Alfonso aparecer de pronto y caer sobre el animal para aplastarlo. De un golpe rápido y certero, la amenaza quedó aniquilada. Su papá se tambaleaba, embrutecido por el alcohol en su sangre, pero tuvo uno de los pocos gestos de preocupación hacia ella que recordaba. Se inclinó sobre su rodilla para verla mejor a la cara y la tomó por los hombros.

—¿Estás bien? —le preguntó. Ella asintió con los ojos cargados de lágrimas contenidas —. Ponte zapatos, no andes descalza, nunca sabes cuando tendrás que matar a un bicho malo... —. Asintió otra vez, con las ganas de llorar saltando en su expresión contraída —. Y no dudes si no quieres que se escape o te pique. ¿Estamos? Un solo golpe con toda tu fuerza y en el momento justo, con eso basta.

Su aliento apestaba a cerveza barata, las palabras salían atropelladas de su boca y sus ojos desorbitados apenas le sostenían la mirada, pero por primera vez, se sintió protegida por un héroe tardío, uno que además era su padre. Lo abrazó y él correspondió. 

¿Cuántos abrazos así compartieron? Demasiado pocos, cada uno era una memoria valiosa.

«Un solo golpe en el momento justo» Eso le dijo él. Lo recordó con claridad en tanto seguía escuchando las incoherencias religiosas que Isaac le recitaba cual predicador impostor que para convencerse de su verdad tiene que gritarla a los cuatro vientos. La iba matar, cada poro de su piel le gritaba el fatídico destino que la aguardaba a manos de ese desquiciado. Solo lo detenía su necesidad de saber de Santos y compartir con alguien la que consideraba su gran obra, una que no admitía cuestionamientos. Lo peor era estar consciente que después iría por Fátima, de suceder, habría fallado en su propósito. Con la muerte respirando el frío aliento en su hombro, volvió a pensar en la muchacha y en lo que provocaba en el hombre. Si tan solo no se sintiera tan sofocada, las ideas fluirían mejor. Pero el calor la asfixiaba y bañaba en sudor su frente, cuello y línea del escote, lo mismo que sus muslos, sentía los hilos húmedos resbalar por esas zonas sin que pudiera limpiarlos, atada como estaba.

Bajo nuestra piel [Finalizada]Where stories live. Discover now