30. El rostro de la amenaza

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Ese fin de semana junto a Roberto fue distinto para Diana. Comió a sus horas, sentada en una mesa y con la compañía de alguien que la hacía desear prolongar el tiempo junto a él; esos detalles le dieron la sensación de que podía aspirar a vivir como la mayoría. Por otro lado, luego de la visita de Saúl, se olvidaron del agente. Se dedicaron a disfrutarse hablando de uno y mil temas, salieron a pasear a una plaza cercana y por la noche hicieron el amor hasta que el sueño los venció. 

Por desgracia, las pesadillas que por semanas la habían dejado en paz se presentaron como recordatorio de que aquel idílico romance que nunca creyó experimentar podía mancharse por las sombras. Tal vez fue lo hablado con Saúl o saber que la fecha del cumpleaños de Fátima estaba próxima, pero el recuerdo de esa amenaza que a punto estuvo de arrancarle la vida le robó el descanso. Despertó en la madrugada en medio de un grito y bañada en sudor. A su lado encontró el gesto angustiado de Roberto y por primera vez en su vida buscó consuelo en brazos de alguien a quien le importaba. Él supo entonces porque era crucial que atrapase a ese hombre que no solo le dejó marcado el cuerpo, sino que mutiló su espíritu, adueñándose de su calma. Mientras él estuviera libre, ella seguiría presa.

Cuando llegó el momento de que volviera al lugar donde vivía, no pudo dejarla ir, le rogó que se quedase a su lado. Era intempestivo, un impulso que le nació de pronto, después de todo, lo que tenían apenas iniciaba como una relación, pero no pensaba reparar en ello. Él la quería a su lado, pero más allá de eso, no podía con la idea de imaginarla sola en esa lúgubre pieza donde las pesadillas se le irían encima como lobos hambrientos y feroces sin que él estuviera para consolarla. 

Ella lo pensó, hacerlo le costaba, no le era sencillo sumergirse en su interior porque ahí habitaba la niña que se ponía a llorar cada vez que recordaba la forma en que fue abandonada y que, ante el miedo, le gritaba que huyese porque nadie podía quererla de verdad. Pero con él ya no tenía defensas ni escapatoria; el cinismo, el sarcasmo y la burla, tampoco las amenazas, nada de eso podía salvaguardarla ya y, además, su decisión estaba tomada. Aceptó y ese domingo por la noche, fue por más de sus pertenencias. Acababa de pagar la renta, un mes que le daría la oportunidad de ver si era capaz de vivir con él, en el fondo la esperanzaba que así fuera porque la soledad después de conocerlo ya no le sería tan llevadera.

Con Saúl pactó que ese inicio de semana comenzaría la pesquisa, así que cuando llegó el día se despertó temprano, llevó a Roberto al trabajo y fue a buscar a Nora. Lo primero era tener una imagen clara del acosador y nadie lo había visto mejor que la novia de Edgar. La mujer la recibió con buen semblante, desayunaron juntas e incluso pensó que era una persona agradable, era una pena que estuviera unida al par de cretinos que tenía como novio y hermano. Su plan era llevarla con un dibujante experto en retratos hablados. Al ver que accedía, ambas fueron hasta el estudio del hombre. Mientras lo esperaban, Nora miró a la exagente, era curiosa por naturaleza y no solía quedarse callada.

Bajo nuestra piel [Finalizada]Where stories live. Discover now