35. Una luz en el camino

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Dedicado a uno de los lectores más incansables que conozco, que además admiro muchísimo por diversos motivos. Espero sigas disfrutando de las ocurrencias que mi imaginación insiste en que escriba. 


Lo que siguió al oscuro día en el que por fin abrió todas las cerraduras y quedó sin protección ante Roberto fue extraño. Antes no creyó que pudiera existir alguien así, con quien compartir los sinsabores, dudas y temores que guardaba dentro, a quien mostrarle sus sombras y que estuviera tan dispuesto a iluminarlas. Estar tan expuesta aún era atemorizante y abrumador, pero bastaba verlo a los ojos para que la confianza que le trasmitía con la calidez de su mirada sosegara su inquietud. Al regresar al departamento con él no tuvo duda, ese era su hogar, al que no pensaba renunciar, por ese pedazo de paraíso lucharía contra quien fuera, igual que por protegerlo a él. Fueron días de adaptación y descanso para ella, de un Te amo escondido en la forma en que ambos se arropaban por la noche o buscaban alegrarse la existencia. Lo mejor era la quietud, la ausencia de pesadillas, sus brazos rodeándola, sus cuerpos dándose placer hasta el agotamiento, las palabras intercambiadas que volaban entre ambos arrancando sonrisas. Tampoco faltaban los besos, las comidas calientes, la cama compartida... las ganas de prolongar lo bueno y superar los pequeños inconvenientes.

Aquello era un sueño en el que era tentador perderse, pero no podía hacerlo aún. Lo supo cuando los mensajes que recibió de Manuel fueron el recordatorio del porqué vivir en alerta constante era su dogma.

El fantasma de Santos dejó de atormentarla, pero una sombra mayor acechaba detrás de él. Era solo una hipótesis, pero para ella se sintió como una verdad innegable. Debió saberlo cuando Saúl se lo hizo notar, o las personas que lo conocían lo describieron, incluso con lo que Nora le dijo de él. Era joven y simple, solo el lacayo de los deseos de alguien más, un pobre diablo trastornado que una mente perversa usaba a conveniencia. Aun así, quería verlo pagar sus crímenes. No solo mató a su compañero frente a sus ojos, también la había atacado arrebatándole cualquier deseo de formar una familia y, lo más detestable, seguía sin mostrar remordimiento por ello. 

Era una escoria humana, más no quien dictó la muerte de todas esas jóvenes e inocentes mujeres. Pero ¿por qué le guardaba tanta lealtad a quien lo convirtió en su cómplice? ¿Qué lo unía a ese maldito ser humano que ya no era tal? La frustración se le volvió rabia, su misión estaba lejos de concluir y Fátima de ser encontrada, porque no había más pistas que seguir. Santos vivía aislado, sin mayor conexión al mundo que la que le permitía su trabajo. Alguien así no podía establecer un vínculo tan fuerte con otro individuo, era poco probable. Algo muy turbio había en su historia que él se negaba a revelar.

El día que le comunicó a Roberto que necesitaba seguir con la investigación fue como darle una pedrada que le resquebrajó la confianza en que todo estaría bien, ya le desagradaba que estuviera en comunicación constante con Manuel, aunque fueran simples mensajes escritos que le robaban un poco de su atención, pero saber que la angustia estaba lejos de terminar lo saturó de impotencia y un terrible miedo que tuvo que tragarse entero. Esa noche, lo único que borró el desaliento que se apoderó de él y le agujeró el corazón fueron los labios de Diana sobre los suyos, mordiendo y adueñándose de todo, mientras que con la humedad de su lengua le aliviaba la resequedad en la garganta. Su boca le peinó la piel como conquistadora insaciable de territorio ajeno, en tanto sus manos reclamaban cada rincón de su anatomía como suyo y con las uñas le surcaba la espalda para marcar su paso por ahí. Así no podía negarle nada, su roce le otorgaba el cielo y él solo podía rendirse a sus deseos.

Bajo nuestra piel [Finalizada]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora