27. Golpes

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En la vieja casona el turno de trabajo llegó a su fin

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En la vieja casona el turno de trabajo llegó a su fin. Roberto junto a Casandra y los ingenieros de la otra empresa que operaba en el lugar salieron enfrascados en una amena charla. Era tarde de viernes, la relajación se sentía flotar en el ambiente. Uno de los chicos propuso ir a tomar algo, el resto respondió con una serie de comentarios, algunos a favor, otros disculpándose de antemano por no poder asistir. Reían a carcajadas entre la algarabía de sentirse libres, por eso todos se quedaron sin aliento y boquiabiertos cuando un desconocido llegó de pronto, jaló a Roberto del hombro del saco para girarlo y le asestó un puñetazo directo al rostro.

El golpe lo hizo girar medio cuerpo y doblarse casi por la mitad. Le bastó poco para recuperarse. Enderezó la espalda y se encontró de frente con Manuel. Con las ganas que tenía de partirle la cara.

—¡Te dije que no te acercaras a ella, cabrón! —gritó el hombre señalándolo con dedo acusador. Escupía rabia, la misma que le inundó las venas a Roberto.

—¡Hijo de puta! —respondió y se le fue encima. 

Alcanzó a enlazarle el cuello con el brazo izquierdo. Era rápido y alto, aunque el saco del traje le restaba movilidad. Su oponente se hizo para atrás para intentar liberarse de la extremidad que lo sujetaba, antes de lograrlo recibió de lleno en la nariz el puño de su contrincante. Ambos se trenzaron en una lucha cuerpo a cuerpo. Las brazadas volaban en un intento de aprisionar al otro, uno que otro puño y bofetón acompañaban la intención en espera de impactar, algunos lo lograban. Luchaban por conservar el equilibrio mientras ponían toda su fuerza física en buscar tirarse al suelo.

Entre el tironeo y los empujones se desplazaron algunos metros con las expresiones sorpresivas de los compañeros de trabajo de Roberto y los gritos angustiados de Casandra de fondo. Los veían sin salir de su asombro, los ánimos se habían caldeado en instantes. Roberto perdió su saco y a Manuel se le abrió la mitad de la camisa. A ese punto los dos lucían como toros embravecidos.

Gracias a un destello de prudencia, el agente decidió dejar su arma en el auto, porque la idea de meterle un tiro al hombre que le robó a Diana lo tentó en el trayecto a su encuentro y sentir sus golpes le nubló más la mente, tiñendo sus pensamientos de rojo sangre.

Por fin uno de los pies de Roberto metiéndole zancada, en conjunto con el agarre al tórax y un violento embiste hicieron que Manuel cayese. Fue un porrazo seco que le repercutió en los huesos que chocaron con el cemento de la acera. Maldijo no haber tomado en cuenta que su edad ya no lo favorecía cuando el otro se inclinó sobre él para seguir golpeándolo. Aquel era un hombre más joven y bastante dispuesto a acabarlo. Recibió un par de puñetazos, uno impactó la quijada, le retumbó en el cráneo y detrás de los ojos, dejándolo al borde de la inconsciencia. Otro más y sería su fin. Por fortuna para él dos de los compañeros de su rival lo tomaron con firmeza para apartarlo.

Roberto jaloneó en un esfuerzo de soltarse. Sentía el pecho reventar de lo rápido que respiraba y lo frenético de sus latidos, el aire le quemaba en las fosas nasales. ¿Quién se creía ese idiota para atreverse a reclamarle cuando lo único que hacía por Diana era acostarse con ella a espaldas de su mujer? Apenas podía creer su desfachatez.

Bajo nuestra piel [Finalizada]Where stories live. Discover now