Segundo Especial

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Cero cerebro

Antonia

Antonia Solís, teniente del ejército de Londres y actual miembro de la élite. Mis pasatiempos favoritos son bailar, pescar y...efectivamente, coger.

—¿Así te gusta? —el hombre que se mueve sobre mí con tanto ímpetu, pregunta mientras me penetra.

Tengo que contener las ganas de rodar los ojos, porque efectivamente, no estoy disfrutando para nada sus movimientos.

—Sí— miento y eso le da emoción para seguirse moviendo.

¿Cómo terminé aquí en medio de un mal polvo durante una fría noche de Londres? Pues, hace un año pedí el traslado de la sede en USA a la de Londres, dónde me costó ascender, pero logré ganarme el respeto del teniente coronel Killiam Anderson. Pero eso no es lo que me tiene aquí, lo que me tiene aquí es él.

El maldito ruso idiota, que me hace menos cada vez que puede por mi procedencia mexicana.

—Te dije que no te ibas a arrepentir. Te estoy haciendo ver las estrellas. ¿Verdad? —sigue hablando con egocentrismo.

Y mi respuesta mental es, "Bájale de huevos" pero en su lugar solo asiento.

¿Cuánto le falta para venirse? La neta me estoy aburriendo.

En mi vano intento de no terminar nuevamente en la cama de Oleg, he terminado aquí, con una cita de un viejo bar que terminó siendo el hombre más aburrido y mal palo que existe, ni siquiera lo suficiente para darle de comer a pancho.

Siento como se empieza a contraer sobre mí y miro el techo a punto de agradecerle a la virgen de Guadalupe, por terminar esa miseria.

—Vente primero, cariño —gruñe.

Hago el vano intento de fingir contraerme y suspirar como si estuviera viniéndome con todas mis fuerzas, como si él fuera buenísimo en esto y enseguida él hace lo mismo, pero de manera real, viniéndose dentro del condón.

Respira entrecortadamente y se intenta tirar encima de mí, pero ruedo sacándolo de encima.

—Fue un placer, ahora puedes irte —ni siquiera dejo que se recupere, simplemente me levanto de la cama y comienzo a darle sus cosas.

—¿Qué sucede? —pregunta frunciendo el ceño.

No quiero ni mirarlo a la cara, no quiero saber su nombre, ni que me dé su número. Ya fue suficiente miseria por hoy. Más que suficiente diría yo. Incluso he pagado todos mis pecados con cinco minutos de mal polvo.

—Necesito que te vayas a la chingada —hablo en español, aunque obviamente no me entiende —. Necesito que te subas en una tortuga y te vayas lentamente a la verga, y no volver a verte nunca —sigo diciendo, sacando mi enojo, de la única manera en la que no le puedo hacer daño.

Hablándole en un idioma que obviamente no entiende.

Se pone el pantalón y comienzo a empujarlo fuera de mi habitación.

—Aquí te dejo mi número para cuando necesites que alguien te haga compañía —dice antes de salir y suelto una risa sin ganas.

—Serás mamón —murmuro volviendo a mi cama y dejándome caer sobre ella.

No tengo fuerzas, ni energías para nada. Solo para recapitular nuevamente mi vida, como hago cada noche antes de dormir.

Nací en México y viví en él hasta la edad de 15 años, dónde migré de manera ilegal a USA y me casé con el primer idiota que encontré para obtener la ciudadanía, me costó que el país confiara en mí, pero definitivamente la parte más difícil fue aguantar a mi esposo durante 7 años hasta que me permitieron entrar al ejercito para servir como uno de los suyos y logré divorciarme sin repercusiones.

ANEURISMA ©®Donde viven las historias. Descúbrelo ahora