❀ Prólogo ❀

21.1K 1.3K 162
                                    




Estaba frustrada.

No, esa no era la palabra correcta. Me sentía totalmente decepcionada y al borde de un ataque de ira, que terminaría conmigo apuñalando a mi exnovio hasta que me pidiese perdón.

Terminar una relación no es nada fácil, pero que te boten de la nada simplemente porque te rehúsas a acostarte con esa persona por no estar lista, ese es un nivel de bajeza tremendo.

Vaya la caballerosidad de hoy en día. Uno creería que al estar en el siglo veintiuno estas cosas ya no pasarían, pero como siempre la raza masculina terminaba demostrándome una vez más, lo mucho que se rehusaban a madurar.

Mi gusto por los idiotas se supo desde que era pequeña. Quiero decir, que siempre me gustase más el villano que el héroe en las caricaturas, debió de darles un indicio a mis padres de lo que su hija elegiría en el futuro. Y con el callejero que tenía ahora de exnovio —mi madre haría una fiesta e invitaría a toda la cuadra para festejar mi reciente soltería—, se confirmaba la teoría.

Me gustaría decir que tenía una lista enorme de nombres en el apartado de "relaciones" pero solo había una casilla allí, y el nombre ahora —y de por vida—, estaría tachado con marcador rojo permanente.

Estaba cansada, tanto física como mentalmente, Y no era una muy buena combinación, especialmente porque estaba intentando mantener mi autocontrol intacto.

Salí del bar furiosa, ni siquiera debí haber venido en primer lugar, que no me pidiesen identificación antes de entrar debió darme una pista, pero esos eran los lugares que frecuentaba Roger y a los que yo, tontamente lo seguía. Necesitaba encontrar una vía rápida que me ayudase a desestresarme, si no quería regresar y arrancarle la cabeza de una mordida.

Reverendo idiota.

Pero esto me pasaba por intentar ser la chica que cambia al malo. Eso jodidamente nunca sale bien.

Ojalá mi experiencia le ayudara a las futuras generaciones, elegir saltarse la etapa de la relación toxica en la preparatoria las llevaría mucho más lejos de lo que había llegado yo, y con menos traumas, eso seguro.

Una plegaría por las chicas que sufrimos la turbulencia de un gilipollas sin responsabilidad afectiva y con pinta de Judas.

Para cuando estaba a punto de subir al auto, unas voces amortiguadas por el sonido de la música que provenía del bar captaron mi atención. Giré la cabeza con lentitud, para que, en dado caso que dichas personas se dieran cuenta, creyeran que no me interesaba lo que hacían.

Pero podría reconocer su voz en un mar de gente, tan familiar como para confundirla.

La vena del cuello le palpitaba por el enojo, sus puños apretados en ambos costados, el cuerpo erguido y cuadrado como si en algún momento esperara un golpe. Se veía disperso. Era la primera vez que lo veía enojado en mi vida, y aunque su rostro fuese el mismo de siempre, sus ojos reflejaban algo más, algo que sólo yo descifré. Se estaba cansando.

Al igual que yo.

—Es la última vez que te lo digo —gritó ella—, toda tu atención para mí o te vas a la mierda.

—Hatice, ten cuidado con lo que dices.

—¡No! Tu ten cuidado con lo qué haces, no es una amenaza, te voy a botar si no cumples con lo que debes, soy tu novia, yo ¡No ella! ¿Qué carajo te pasa Dixon?

—Esto no tiene nada que ver con eso. —contestó él con los dientes apretados.

—¡Tiene todo que ver con eso! Si veo de nuevo que intentas enfocar tu atención en esa jodida bruja, o me doy cuenta de que tienes la intención de ayudarla una vez más, te quedas solo.

—Sabes que no puedo manejarlo.

—Si puedes y lo harás, porque recuerda algo Dixon, sin mí, no eres nada.

Me replantee la idea de acercarme y cerrarle la boca con una bofetada, pero eso sería demasiado estúpido, así que hice lo que mejor sabía hacer, analicé la situación.

Fruncí el ceño buscando rápidamente su reacción habitual que tardó en llegar, asintió, como si la sola idea de imaginarla lejos de su vida fuera un suplicio. Ella dio media vuelta y entró al bar dejándolo solo.

Se recargó en la pared y lanzó un suspiro agrio, llevándose las manos al rostro con frustración. Vi como su cuerpo se tensaba de nuevo, alzó bruscamente la cabeza y nuestras miradas se encontraron.

Ahí nos parecíamos.

Ahí concordábamos.

En las malas decisiones que tomamos para las parejas que elegimos.

Pero sospechaba que, aunque yo me esforzara por volver a la mía, por recuperarla, por enmendarla, no duraría mucho. Y suponía que la de él tampoco.

La guía de consejos de Faith. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora