Six.

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A las doce y media en punto la señora Álvarez, nuestra profesora de derecho parlamentario, dio por finalizada su clase, después de dos horas y media desde que había comenzado. Guardé mi estuche y mis apuntes en mi mochila mientras revisaba mi móvil. Tenía una nota de voz de Joan.

"Enana, me estoy muriendo con esta resaca, te juro que no vuelvo a beber hasta que me gradue. ¿Puedes venir a hacerme algo de comer? A mí ya me cuesta andar hasta el baño, no creo que pueda cocinar".

Rodé los ojos mientras salía del aula, que ya estaba vacía, y caminé hacia la salida de la facultad mientras mandaba otra nota de voz para responder a mi amigo.

"Siempre me dices lo mismo y a la semana siguiente te encuentro en otra fiesta. A mí me da igual lo que hagas, pero al menos deberías venir a clase. Cuando llegue te haré esos macarrones que tanto te gustan, no te preocupes".

Sonreí mientras le daba a enviar y llamé a mi madre, con la que hablé durante los diez minutos que separaban la facultad de mi piso. Hablamos de temas variados, como de los últimos cotilleo del barrio, de lo grande que estaba mi hermano, que ese año terminaba bachillerato, y que, cuando él se fuese a la universidad, sólo serían ella y mi padre en casa. Los conocía y sabía que se les caería la casa encima, pero yo poco podía hacer para ayudarlos. Finalicé la llamada mientras entraba al portal de mi casa y, una vez en el piso, puse un caldero con agua a calentar para preparar el almuerzo. Mientras esperaba a que esta estuviese hirviendo, fui a la habitación de mi amigo, a comprobar que siguiese vivo. Toqué la puerta y escuché un sonido que supuse que me permitía entrar. Al abrir la puerta, el olor a alcohol echaba para atrás a cualquiera con un mínimo de olfato. Suspiré y abrí la ventana de la habitación para airearla un poco.

- ¿Por qué haces eso?

- Porque apesta a alcohol, Joan. Voy a preparar la comida, tú levántate y tómate una aspirina para que puedas ir a tus clases esta tarde, por favor.

- ¿No ves que estoy enfermo?

- Haberlo pensado antes de emborracharte. Sabes que te estás jugando tu último año de carrera, Joan.

Mi amigo suspiró y se levantó con dificultad de la cama. Se acercó a mí y besó mi mejilla.

- Me gradue o no, mi mayor logro de mi etapa universitaria será nuestra amistad. No sé qué haría sin ti.

- No te pongas romántico y vete directo a la ducha, anda.

- ¿No quieres venirte conmigo?

Le golpeé el hombro izquierdo antes de abandonar su habitación y volver a la cocina mientras escuchaba cómo él reía y después entraba al baño.

El reloj marcaba las tres en punto cuando tomaba asiento para comenzar mi clase de derecho procesal. Odiaba los viernes porque tenía clases por la mañana y por la tarde. Pero pensar que tenía el fin de semana por delante me consolaba. El profesor comenzó a escribir un esquema en la pizarra para poder explicar con mayor facilidad los principios del proceso y del procedimiento. Prácticamente al mismo tiempo, yo también comencé a escribir en mis apuntes.

- Así me gusta, que seas una alumna aplicada.

Di un pequeño salto en mi silla al escuchar la voz de Giovanni, que treinta segundos antes no estaba en el aula, ni mucho menos a mi lado, aunque intenté fingir indiferencia.

- Vaya, encontraste un pequeño hueco en tu agenda para venir a clase. Qué milagro -susurré mientras seguía copiando el esquema, aunque no podía concentrarme en lo que estaba diciendo el profesor-

- ¿Por qué te molesta que no venga a clase? ¿Me echas de menos cuando no estoy?

Lo miré con una ceja levantada y negué con la cabeza antes de volver a mis apuntes. Pude notar como sonreía mientras me miraba, pero me obligué a mí misma a mantenerme centrada en la clase. Ese juego que llevaba mi compañero de Erasmus de besarme y desaparecer sin más no me gustaba. Y ya lo había hecho varias veces. Tras dos horas de clase en las que el profesor explicó bastante teoría, volvimos a ser libres a las cinco de la tarde. Guardé mis cosas en la mochila mientras Giovanni me miraba en completo silencio. La mayoría de nuestros compañeros ya habían abandonado el aula.

- ¿A qué esperas? -Le pregunté mientras cerraba mi mochila-

- Por ti -me contestó él mientras se levantaba de su asiento-

Ambos entramos juntos al pasillo y caminamos hacia la salida en silencio.

- ¡Giovanni!

Rodé los ojos al escuchar la voz de Laia e intenté seguir andando sin mi compañero, pero él me lo impidió al cogerme del brazo. Se giró para mirarla con indiferencia y esperó a que hablase, pero ella parecía estar bloqueada.

- Chiedi alla tua compagna se ha bisogno di qualcosa o possiamo andarcene.

Guardé silencio y suspiré. A este paso me graduaba antes de filología italiana que de derecho.

- Giovanni dice que si necesitas algo o podemos marcharnos, Laia.

Ella me miró confundida y guardó silencio durante unos segundos. Yo estaba sorprendida, no cualquiera es capaz de hacerla callar.

- Sí, quería saber si hará otra fiesta en su casa... La última fue genial.

Asentí y seguí haciendo el paripé de intérprete, fingiendo que Giovanni no sabía hablar español.

- Laia chiede quando farai un'altra festa a casa tua, l'ultima è stata fantastica.

- Oggi, ma questo sarà privato.

Suspiré al comprender que al fin había caído en las garras de la guapa de la clase y me dispuse a traducir de nuevo.

- Dice que hoy, pero que la fiesta será privada.

Ella esbozó una sonrisa de oreja a oreja y sus dos amigas, que llevaban con ella todo el tiempo, comenzaron a gritar, lo que provocó que todos los estudiantes que andaban por el pasillo en ese momento nos mirasen. Yo me giré y le sonreí al italiano.

- Suerte con ella, aunque no creo que la necesites.

Comencé a andar, y segundos después escuché sus pasos tras de mí.

- Creo que me has entendido mal. La fiesta privada es contigo, no con ella.

Me susurró al oído mientras Laia me fulminaba con la mirada.

Diario de una idiotaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora