Twelve.

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El reloj marcaba las diez en punto cuando abrí los ojos. Aunque era miércoles, era 12 de octubre, festivo nacional en España, y por lo tanto no tenía clase. Me levanté con desgana de la cama y fui hasta la puerta del baño, pero allí escuché el agua correr. Joan se me había adelantado. Bostecé mientras caminaba hasta la nevera y me serví un vaso de leche mientras me sentaba en el sofá. Una vez allí, miré mi móvil mientras bebía a sorbos la bebida que acababa de servirme. Tenía varios mensajes sin leer en el grupo de WhatsApp que tenía con Paula, Valeria y Lorena, las compañeras con las que solía estudiar en épocas de exámenes. Aún faltaba un mes para nuestro primer examen, pero siempre nos organizábamos con tiempo para poder estudiar con tranquilidad. Si supiesen que yo llevaba un mes estudiando tres veces a la semana con Giovanni...

"Hola chicas, hoy no podré quedar con vosotras, pero contad conmigo para la próxima vez"

Tras escribir aquel mensaje en forma de disculpa, terminé de beberme el vaso de leche y coloqué el vaso ya vacío en el lavavajillas. Fue entonces cuando escuché salir a mi amigo del baño.

- Buenos días -me sonrió mientras se acercaba a la cocina, con su atuendo habitual cuando estaba recién salido del baño: la toalla enrollada en su cintura-

- Cualquier día de estos te cogerás una pulmonía, Joan.

- Gracias por preocuparte por mí.

Mi compañero besó mi mejilla antes de dirigirse a la nevera. De allí sacó leche que derramó en un bol y después añadió cereales de chocolate. Y, sin más, comenzó a comer en el sofá mientras veía la tele. Me quedé observándolo, sin poder evitarlo, y me pregunté porqué no le había conocido ninguna novia, ligue ni nada parecido a Joan en aquellos tres años. Honestamente, era bastante guapo, tenía un cuerpo envidiable y respecto a su personalidad... Directamente no tenía palabras suficientes para describir lo increíble que era Joan.

- ¿Te gusta lo que ves?

Salí de mis pensamientos cuando escuché la voz de mi amigo. Sin poder evitarlo, me sonrojé y abandoné la cocina para encerrarme en el baño, sin mediar palabra. Desde allí podía escuchar la risa de mi amigo. Unos quince minutos después, cuando estaba terminando de ducharme, escuché como tocaba la puerta.

- Pasa, aún estoy dentro de la ducha.

- Voy al gimnasio, pero vengo a comer.

- Vale, hasta después.

- Adiós enana, no me extrañes mucho.

Sonreí mientras terminaba de aclararme el pelo y, unos minutos después de escuchar la puerta cerrarse, salí de la ducha. Me vestí, me sequé y peiné el pelo y después fui directa a mi habitación. Al sacar mis apuntes, vi que tenía algunos de Giovanni. Probablemente me los había llevado por equivocación dos días antes, cuando habíamos estudiado juntos. Fui a buscar mi móvil, que había olvidado en la mesa del salón, y llamé a Giovanni.

- Qué sorpresa, siempre tengo que llamarte yo a ti.

- Qué gracioso. Acabo de sentarme a estudiar y resulta que tengo apuntes tuyos. Supongo que me los llevé sin querer de tu casa el lunes. Mañana te los llevo a clase.

- No creo, me hacen falta hoy, yo también quería estudiar.

- ¿Y no puedes esperar a mañana?

- Mañana tenía pensado estudiar otra asignatura.

- Como quieras... Entonces pasa por casa cuando quieras, estaré aquí todo el día.

- Me paso con mis apuntes y aprovechamos para estudiar.

- Perfecto, no me vendría mal algo de luz...

- Vale, estaré ahí en veinte minutos.

Corté la llamada y me dirigí al armario. Obviamente no iba a recibir a ese Dios griego en chandal. Aunque tampoco podía vestirme de gala. Finalmente me puse unos vaqueros y un sueter, hice mi cama y recogí un poco mi habitación. Habían pasado unos minutos de las once cuando el timbre sonó. Fui directa a la puerta y esbocé una pequeña sonrisa al ver a mi compañero.

- Pasa Giovanni.

- Qué placer, tú has estado muchas veces en mi casa pero yo nunca había estado aquí.

- Bueno, una vez me abordaste y me robaste un beso en el portal.

- Los besos no son robados, o son correspondidos o simplemente no son besos.

Me mordí la lengua y me llamé idiota mil veces a mí misma, pensando que tenía toda la razón del mundo.

- En fin, da igual, voy a mi habitación a traerlo todo, estaremos más cómodos en la mesa del salón. Mi escritorio es muy pequeño para los dos.

Giovanni se dirigió a la mesa del salón, donde dejó su portatil y sus apuntes, y yo volví segundos después con todo el material que necesitábamos para estudiar. Giovanni me mostró unos esquemas nuevos que había hecho el día anterior, ya que ese día sólo nos habíamos visto en clase y no para estudiar, y yo le felicité al ver cómo su ortografía había cambiado notablemente en cuestión de un mes. Comenzamos a leer en voz alta los apuntes y a realizarnos preguntas el uno al otro, ese era el método de estudios que habíamos utilizado durante esas semanas. Hasta que escuchamos la puerta de la entrada abrirse. Joan se sorprendió al ver a Giovanni en casa, pero simplemente dejó su casco en el perchero de la entrada y fue directo a su habitación, sin mediar palabra. Cerré los ojos al escuchar el la fuerza con la que había cerrado la puerta de su habitación y suspiré.

- Vuelvo enseguida, Giovanni.

Él simplemente asintió y comenzó a teclear en su ordenador. Yo me levanté de la silla y entré directamente a la habitación de Joan, sin tocar la puerta siquiera. Lo pillé cambiándose de ropa, aunque no era la primera vez que lo veía en ropa interior.

- A mí me parece genial que traigas a quien tú quieras a casa, sabes que nunca fue un problema. Pero pensé que este tío no te interesaba.

- Joan, ¿desde cuándo la gente liga con apuntes de por medio?

- ¿Pero no ves lo que está haciendo contigo, Vicky? Se inventó que no hablaba bien el idioma para que tu profesora te obligase a darle clases particulares.

- Tampoco era del todo mentira... Antes tenía problemas con las tildes, eso puede bajarle mucho las notas de los exámenes.

- Vale, antes era así, ¿y ahora, qué problema tiene? ¿para qué te necesita? ¿por qué no puede estudiar solo?

Guardé silencio, sin saber qué contestar a aquel bombardeo constante de preguntas, y escuché cómo la puerta de casa se cerraba. Giovanni nos había escuchado y se había marchado.

- Estarás contento. Si lo que querías era que se marchara, felicidades, lo conseguiste.

- VIcky...

La puerta de la habitación de Joan sufrió su segundo portazo cuando salí de la habitación sin esperar a que terminase su frase. Corrí hacia la puerta de la entrada y bajé las escaleras lo más rápido que pude para reencontrarme con Giovanni, pero ya no estaba allí.

Diario de una idiotaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora