Four.

108 80 10
                                    

- ¡Otra, otra, otra!

Rodé los ojos al escuchar los cánticos de todos aquellos universitarios que animaban a Joan a beberse otra cerveza más. ¿Cuántas llevaría ya? Perdí la cuenta cuando llegó a la vigésima... A todo el mundo parecía ilusionarle las locuras de mi amigo, excepto a mí y, por supuesto, a su hígado. Sabía que no era buena idea asistir a una fiesta cuando al día siguiente teníamos clase. Pero, como siempre, me dejé engañar por mi compañero de piso y ahora estaba ahí, con una copa que ni siquiera tenía hielo ya del tiempo que llevaba conmigo, mirando como cada vez Joan estaba más afectado, y sin tener ganas de hablar con ninguno de los asistentes de aquella estúpida fiesta. Aunque, a decir verdad, no creo que pudiesen pronunciar un par de palabras seguidas. Y, si lo conseguían, carecerían de sentido. 

Me levanté del regazo de Joan, dejándolo así acompañado únicamente por sus nuevos y prometedores amigos, y caminé hasta el pequeño balcón del que disponía aquel piso de estudiantes. El frío del otoño comenzaba a hacerse notar, aunque sabía que aquello no era nada comparado con las temperaturas que nos tocaba soportar en invierno. 

- ¿Te aburres tanto como yo?

Me sobresalté al escuchar aquella voz a mis espaldas, pero me puse cardíaca cuando supe relacionarla con su dueño. Aquel acento sólo podía ser de mi compañero de erasmus favorito... Desde que me había besado la semana anterior no había sabido nada de él. Lo veía en clase, pero siempre que llegaba al aula correspondiente estaba ya ocupando un sitio, y como no, Laia y sus amigas ocupaban los colindantes de este. En los pasillos simplemente no habíamos coincidido, o eso intentaba decirme a mí misma, ya que me negaba a creer que se había cansado tan fácilmente de mí.

- Me aventuro a decir que me aburro muchísimo más.

Él sonrió y se tomó mi respuesta como una invitación a acercarse aún más a mí hasta quedar a mi lado. 

- Estás temblando.

Afirmó aquello con su español chapurreado mientras se quitaba su cazadora negra y me la colocaba a mí. Estaba bloqueada una vez más. Tenerlo tan cerca rompía de tal manera mis esquemas que era incapaz de asegurarle que tampoco tenía tanto frío y que, aunque agradecía su gesto, no necesitaba la prenda que me estaba ofreciendo. Él sonrió ante mi silencio, probablemente estaba empezando a averiguar el efecto que causaba en mí. Sacó algo del bolsillo de sus vaqueros e hizo un gesto con la mano para ofrecérmelo. Aunque en un principio la oscuridad de la noche me impedía ver gran cosa, finalmente pude averiguar que se trataba de una caja de cigarrillos. Negué de inmediato con la cabeza, y él volvió a sonreír.

- Así que la niña buena ni bebe ni fuma... 

- Sí que bebo -dije algo ofendida, elevando mi copa para demostrárselo-

- Amore, llevas con esa copa desde que llegaste.

Me mordí el carrillo de la rabia, sabiendo que tenía razón, e intenté buscar una buena excusa antes de que fuese demasiado tarde. 

- Lo sé, es que... Un momento, ¿cómo sabes el instante exacto en el que cogí la copa?

 Giovanni me miró a los ojos mientras encendía el cigarro y lo mantuvo en su mano para acercarse a mí, de la misma manera en la que se había acercado aquella vez en el pasillo de la facultad. Esta vez sí que pude reaccionar y comencé a recular sin apartar la mirada de sus ojos, pero algo me dijo que lo había hecho mal cuando sentí la baranda del balcón a mis espaldas. Él no tardó en darse cuenta de que ya no tenía escapatoria y canceló mis dos únicas salidas con sus manos, dejándome, ahora sí, sin escapatoria.

- Lo sé porque llevo fijándome en ti desde que entraste por la puerta de mi casa con tu novio. Aunque creas que no te hago caso y que eres invisible para mí, te equivocas. Cada día, en clase, te veo entrar por la puerta de esa manera tan torpe, con todos tus apuntes en la mano, dejando incluso algún que otro folio por el camino... Y entonces siento ganas de levantarme y de besarte, de darte motivos para que tires todos esos apuntes al suelo para poder besarme con más pasión, de mandar a la mierda a las pesadas de tus compañeras y decirles que yo sólo tengo ojos para ti... Al menos hasta que caigas.

- ¿Hasta que caiga...?

Él se echó a reír al escuchar mi pregunta. Todo aquel discurso, y yo sólo tenía una cosa que preguntarle... Sonrió, y se acercó aún más a mí, hasta hacer que nuestros labios se rozasen. Estaba pidiendo a gritos un beso, pero no iba a dárselo, temía que estuviese otra semana sin hablar con él después.

- Hasta que caigas... Y no te preocupes, hasta tú te darás cuenta cuando esto ocurra.

Se apartó de mí y dio una única calada al cigarro antes de arrojarlo a la calle.

- Nos vemos mañana, ahora tengo que ir a atender a los invitados, aunque es obvio que tu compañía me agrada muchísimo más.

Me guiñó un ojo y abandonó el balcón, dejándome tal y como estaba antes de su llegada... Pero con menos frío gracias a su cazadora, y con un dolor de cabeza tremendo gracias a sus juegos. 

Diario de una idiotaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora