Fourteen.

66 58 3
                                    

Después de nuestras dos horas de derecho mercantil, me despedí de Giovanni en la entrada de la facultad y caminé sonriente hasta la moto de Joan, que ya me esperaba en la esquina. Él me despeinó con cariño antes de cederme mi casco y, un minuto después, ya nos alejábamos de la facultad. Le había preguntado a mi compañero de piso por WhatsApp adónde iríamos, pero no me había querido contestar. Calculo que hicimos un viaje de alrededor de quince minutos y, cuando aparcó y me quité el casco, vi que estábamos en el barrio gótico, una de mis zonas favoritas de la ciudad. Sonreí mientras me bajaba de la moto de mi amigo y seguí sus pasos mientras le contaba cómo me había ido el día, y escuchaba cómo había sido el suyo también. Me sorprendí cuando, tras unos minutos caminando, acabamos en un restaurante especializado en comida andaluza.

- Abrió la semana pasada, ojalá esto te haga sentir un poco como en casa.

- Tú eres casa, Joan.

Mi amigo me sonrió mientras abría la puerta del local para dejarme pasar a mí primero. Y aquello no era mentira. En aquellos años había construido una relación muy especial con Joan, y no me imaginaba viviendo sin él. Y eso que ese año era el último de carrera para él. Un camarero muy amable nos acompañó hasta una de las mesas libres y nos dio una carta a cada uno. Había tanto donde escoger que sabía que, si me gustaba la comida, esa no sería mi última vez en aquel restaurante.

- Yo querré un gazpacho de primero y una tortilla de gambas para compartir, por favor -le pidió mi amigo al camarero. No necesitaba preguntar si quería compartir con él la tortilla de gambas, sabía que era de mis platos favoritos-

- Lo mismo que mi compañero, por favor.

El camarero asintió y se retiró de la mesa tras dejarnos las cervezas que le habíamos pedido anteriormente.

- ¿Cuándo descubriste este restaurante?

- Xavi estuvo el día que lo inaguraron, su hermana es una de las cocineras.

- Sólo diciéndome eso ya sé que valdrá la pena volver.

Habíamos comido varias veces en casa de Xavi mientras su hermana estudiaba cocina, y en mi corta vida no había conocido a nadie que cocinase tan bien. Ni siquiera mi madre, que era una gran cocinera en sus tiempos libres, conseguía superarla.

- Mañana iremos a una discoteca, vamos todos los de arquitectura, ¿quieres venir?

- ¿No crees que estaría un poco fuera de lugar?

- Venga ya, has estado un millón de veces cuando hemos quedado, te quieren más a ti que a mí.

- No digas chorradas... Si me prometes que no beberás hasta perder la conciencia lo haré.

- Eres una aguafiestas... Pero vale, te lo prometo.

Sonreí al esuchcar la respuesta de mi amigo. Estaba cansada de acompañarlo a fiestas en las que bebía tanto que no se acordaba ni de su nombre siquiera. La comida no tardó en llegar, y, tal y como esperábamos, estaba esquicista. Nos acercamos a la cocina para poder saludar a Daniela, la hermana de Xavi, que se alegró bastante de vernos.

- Eres una artista, no sé cómo siendo catalana puedes cocinar tan bien la comida andaluza, de verdad que comer tus platos fue como viajar hasta allí -le aseguré mientras veía como Joan se alejaba para contestar una llamada de teléfono-

- Muchas gracias Vicky, viniendo de ti es un gran halago. Volved cuando queráis.

- Estoy segura de que lo haremos.

Joan volvió a aparecer por allí y, tras saludar a Daniela, me comentó que debíamos irnos. Ambos nos despedimos de ella y abandonamos el restaurante.

- ¿Va todo bien? -Le pregunté a mi amigo, que estaba demasiado callado-

- Sí, no te preocupes -me sonrió meintras caminábamos de vuelta hacia la moto-

Cuando llegamos a esta, ambos nos pusimos el casco y nos montamos a ella. Me abracé a la cintura de mi amigo y me extrañó no esuchcar ningún comentario burlón de su parte.

- Joan, ¿qué pasa? Y no te molestes en ocultármelo porque te conozco y lo acabaré descubriendo.

Mi amigo acabó suspirando y se quitó el casco. Después tocó mis manos, que seguían rodeando su cintura.

- Xavi me llamó para decirme que vio a Laia y a Giovanni besándose en una terraza cerca de la facultad de derecho.

No. No. No. Otra vez no. Ahora que volvía a confiar en él de nuevo. Ahora que comenzaba a juntar las piezas de mi corazón que él solito había ilusionado para que el golpe doliese más. No ahora. Suspiré, sintiendo como mis ojos se llenaban de lágrimas, y abracé aún más fuerte la cintura de mi amigo.

- No quiero saber nada más de él, por favor.

- Vicky, te lo conté porque te conozco y nunca te había visto tan emocionada con alguien...

- Haces bien en hablar en pasado, porque eso ya se acabó. Vámonos para casa, por favor.

Mi amigo suspiró, volvió a ponerse su casco y arrancó el motor de su moto. Veinte minutos después estábamos allí. Incluso cuando ya llevábamos unos minutos allí, seguí sin soltarlo. Sentía que mi amigo era mi salvavidas y, si lo soltaba, me hundiría. Finalmente conseguí bajarme de la moto. Me quité el casco y entré al portal en compañía de Joan. Fui directa a mi habitación y, una vez más, mi almohada tuvo que soportar miles de lágrimas que llevaban su nombre. Ahora sí que me sentía la mujer más idiota del universo. ¿Cómo había sido tan tonta? ¿Por qué no entendía que quien realmente le gustaba era Laia y que jugaba conmigo para reírse de mí? Y yo como idiota creyéndome todo lo que me decía. Traduciendo del español al italiano y viceversa pensando que a él le interesaba tan poco hablar con ella que fingía no hablar español. Perdiendo horas de estudio en su casa. Discutiendo con Joan por cómo lo había tratado, cuando en el fondo eso era lo mínimo que se merecía. Casi sin darme cuenta, me encontré dándole puñetazos a mi colchón con rabia. Se había reído de mí tantas veces que esta vez no sólo me tocaría sanar mi corazón, también me tocaría hacer muchos ejercicios de autoestima para recuperar la dignidad que había perdido por el camino.

Joan entró en silencio en la habitación y se sentó a mi lado con una taza.

- Toma, es una tila, te vendrá bien.

Intenté limpiar mi rostro de todo rastro de lágrimas mientras me sentaba en mi cama y tomé la taza que me cedía mi amigo. Di unos sorbos y apoyé mi cabeza en su hombro, volviendo a llorar.

- Siento todo esto, Joan, no sé qué me pasó con él, estaba tan ciega...

- No tienes que disculparte, sólo espero que a partir de ahora no vuelvas a juntarte con él... Se ha reído dos veces de ti, Vicky.

Asentí mientras daba otro sorbo de la tila. Por mi cabeza no pasaba volver a acercarme a él. Acababa de ponerle punto y final a una historia que ni siquiera había empezado. Lo que yo no imaginaba en aquel momento es que, lejos de ser el final, aquel sólo era el prólogo.

Diario de una idiotaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora