Thirteen.

61 55 2
                                    

El resto del día lo pasé encerrada en mi habitación. Sólo salí en un par de ocasiones para ir al baño, pero tenía tan pocas ganas de encontrarme con mi compañero de piso que evité pisar el resto de zonas comunes como la cocina y el salón. Eran cerca de las once de la noche cuando el hambre que sentía sobrepasó a mi orgullo y me vi obligada a salir. Mi intención era prepararme una ensalada rápida, coger algo de beber y correr de nuevo a mi habitación para evitar encontrarme con Joan, pero él tenía otros planes. No llevaba ni dos minutos en la cocina cuando lo esuché salir.

- No pretenderás que te prepare la cena, ¿verdad? -Le pregunté mientras lo fulminaba con la mirada, con un cuchillo que estaba utilizando para cortar pepino en la mano-

- No tengo hambre, y tampoco me apetece que me acuchilles.

- Mejor así.

Quise dar por zanjada la conversación y seguí preparando mi ensalada. Calculaba que en un par de minutos estaría lista.

- He intentado hablar varias veces contigo, pero no hay manera.

- Es que hoy no me apetece hablar contigo, Joan.

- Me parece muy injusto todo esto. Yo metí la pata y te lo reconozco, pero tú tampoco has actuado bien. Llevo un mes llevándote y trayéndote constantemente a casa de ese tío, me has utilizado para darle celos, me ha tocado verte llorar por él y sabes perfectamente que verte así me rompe el alma. Lo dicho, yo me he equivocado, pero creo que deberías perdonar mi error al igual que yo he perdonado los tuyos.

Dejé de cocinar para repetir todas las palabras que acababa de decirme mentalmente. Me gustase o no, tenía razón. De no haber sido por Joan, no habría llevado tan bien esa situación con Giovanni.

- Tienes razón. No me había parado a pensar en todo eso. Lo que pasó esta mañana me enfadó tanto que no supe ver más allá. Lo siento.

- Ya te dije que, por mi parte, estás disculpada.

Mi amigo me sonrió antes de dirigirse a la nevera. Abrió una cerveza y encendió la televisión mientras se sentaba en el sofá. Yo terminé de prepararme la ensalada, cogí un vaso de agua y me senté a su lado.


Al día siguiente tenía mi primera clase a las nueve y media, lo que significaba que no debía madrugar. Sin embargo, debía despertarme con tiempo suficiente porque Joan estaba en la facultad y no podía llevarme. Así que, a las nueve y diez, salí del portal y comencé a andar hacia la facultad, con mis auriculares puestos y escuchando a Morat.

Yo sé que a ti ya no te asustan con mi nombre
Y de seguro no escondes un suspiro si me ves
Yo sé que a ti te está fallando la memoria
Y a lo peor nuestra historia ya no cuelga de un tal vez

Pero si todo sale bien ya no tendré más pesadillas
Ni raspadas las rodillas por rogar ante tus pies
Y si te atreves a volver, te acordarás sin que te diga
Que nunca te olvidé

Aquella canción sonaba justo cuando entraba en el aula y veía a Giovanni ocupando su sitio de siempre, a mi izquierda. Por un momento dudé si sentarme a su lado después del episodio de ayer. Ni siquiera le había mandado un WhatsApp para disculparme por lo ocurrido. Él levantó la vista y me hizo un gesto con la mano para que me acercara mientras me sonreía. Le devolví la sonrisa y ocupé mi asiento de siempre mientras me quitaba mis auriculares.

- Hola Giovanni, perdona por lo de ayer...

- No te preocupes, entiendo la postura de Joan. Creo que será mejor que sigamos viéndonos en mi casa.

Asentí mientras veía cómo el profesor entraba al aula y comencé a sacar mis apuntes y mi estuche de mi maleta. Ambos guardamos completo silencio durante la clase, ya llevábamos mes y medio de clase y se notaba que la complejidad del temario comenzaba a subir. Giovanni seguía sin tomar apuntes, aunque sé que escuchaba con atención lo que decía el profesor porque sus esquemas lo demostraban. Durante la clase recibí un mensaje de WhatsApp de Joan que ojeé con rapidez.

"Hoy te invito a comer, tu última clase termina a las dos, ¿verdad?"

Contesté con un rápido "sí", sin miedo a que mi respuesta fuese muy seca. Mi amigo sabía que estaba en clase y que no podía entretenerme mucho en escribir. A las once y media mi profesor dio por finalizada y el aula se vació rápidamente. Teníamos media hora para la próxima clase, así que metí mi material en mi mochila y abandoné el aula en compañía de Giovanni.

- Voy a la cafetería, necesito un café -le dije a mi compañero mientras me encontraba de frente con Laia, que me fulminó con la mirada, como había hecho desde que había empezado el curso siempre que me veía con Giovanni-

- Vengo con te -me contestó en italiano al estar pasando por al lado de mi compañera-

Yo simplemente asentí y lo guié hasta la cafetería, donde me compré un expreso.

- ¿Cuándo piensas contarle a Laia que hablas español?

- Ya se enterará ella sola, es bastante inteligente.

- ¿No necesitaste comunicarte con ella para besarla?

Mi compañero me miró algo sorprendido por la pregunta, aunque no tuvo pudor en contestarme.

- No, no necesité hablar con ella porque Laia no me interesa para otra cosa que no sea física. Sin embargo contigo podría pasar el día entero hablando.

- No nos compares, por favor.

- Jamás haría eso, no creo que las personas debamos ser comparados. Sin embargo los sentimientos sí pueden serlo. Podría no ver nunca más a Laia y te aseguro que eso no cambiaría para nada mi vida, pero sin embargo si me pasase contigo te buscaría hasta en el último rincón del mundo.

- Eso suena algo exagerado.

- Te aseguro que no lo es. Lo único que te salva es que tienes novio, Victoria, pero tampoco sé cuánto tiempo podré estar sin besarte otra vez. Te espero en clase.

Tras decir aquella frase, se marchó y me dejó con el café en la mano y las ideas sobre mi vida sentimental más confundidas que nunca.


Diario de una idiotaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora