Capítulo III: El Espejo

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Los ensayos se suspendieron durante una semana. Durante la cual tanto Christine como yo nos sentíamos más ansiosas que de costumbre. Al pisar de nuevo mi preciado teatro; mi piso de madera, mi alma pudo estar serena.

Una vez terminada mi primera aparición, me dirigí directamente a la esquina donde la voz había repetido las palabras de mi profesor de filosofía. Con un temor enorme creciendo en mi interior llegué allí y me dispuse a encontrar alguna explicación lógica para la voz y la capa. Con ayuda de mis manos tanteé todo rincón accesible a mí para encontrar alguna ventilación o corriente de aire que pudiera hacer que la cortina del fondo se moviera y me acariciara la mejilla, pero no. No había nada. Maldije entre dientes.

Tanto Christine como Meg, no despegaban la vista de mi persona. La primera con aire pensativo, la segunda asustada. De haber sido un poco más cercana a ellas les hubiera preguntado por lo que sabían acerca de los misterios del teatro y su extraño "habitante". Sin embargo, eso no dejaba de ser para mí puramente fantasías de las bailarinas de ballet, los actores y los cantantes. Algo muy dentro de mí me repetía que todo era verdad, pero mi sentido escéptico hacía callar a esa voz casi al instante de haberse aparecido. Para mi desgracia, la única persona con la que podía compartir más de una oración era mi buen amigo Lucas. El chico no le interesaba en lo más mínimo el arte del teatro, por lo que no tenía con quien hablar dentro de aquel recinto.

La pared parecía completamente normal. No había agujeros ni se escuchaba hueca. Suspiré de frustración. Aquello no ayudaba en lo absoluto, esperaba hallar una explicación congruente a los sucesos de aquella tarde pero nada me daba una pista concreta. Probablemente todos los chicos y chicas que estaban en el grupo de teatro conmigo me miraban peor aún que Christine y Meg juntas. Tan sólo el hecho de estar golpeando paredes a lo largo y ancho del escenario debería de verse extraño.

-          ¡Buen ensayo, muchacho! — gritó nuestro director — Nos vemos mañana a la misma hora y por favor no dejen de ensayar sus textos. ¡Un aplauso! — aplaudimos.

Todos nos dirigimos hacia las butacas donde dejábamos nuestras mochilas, al llegar al lugar donde estaba la mía me percate de que los cierres estaban abiertos. No, yo los había dejado cerrados. Miré el interior de la mochila, había una hoja color sepia doblada por la mitad, definitivamente eso no estaba allí hacia dos horas.

La saqué de la mochila y desdoblé:

"Deberías de dejar de buscar problemas en mi teatro."

-          ¿Qué? — dije para mí.

No había acabado de asimilar aquella extraña nota; de letra elegante e impecable caligrafía cuando el director me llamo, más bien me grito. Me dirigí a su lado.

-          ¿Pasa algo? — pregunté temerosa de que tras haber visto mi comportamiento me echara fuera de la producción.

-          He dejado algunos libros en camerinos, ¿podrías por favor llevarlos por mí a la biblioteca?

-          Ehh... sí.

-          Gracias.

-          No hay de que.

El hombre que tenía aproximadamente cuarenta y tantos años, con gafas en los ojos, comenzó a caminar alejándose de mí. Solté un bufido algo extraño y me dirigí a camerinos. Subí las escaleras que daban al escenario para después atravesar el mismo y dirigirme a la puerta escondida detrás de las piernas que daba a los camerinos. La puerta estaba abierta y la luz del pasillo interior encendida. Me adentré en aquella débil oscuridad y comencé a caminar a lo largo del pasillo poco ancho. Al final del corredor había dos luces encendidas de dos camerinos diferentes. Los camerinos eran el único lugar del teatro en los que no me gustaba pasar mucho tiempo. Había alrededor de 10 camerinos a lo largo del pasillo, todos pequeños que no más de tres personas entraban en uno solo.

En el penúltimo camerino me topé con los libros de mi director. Teatro joven. Técnicas de Actuación. Como matar a un Ruiseñor. Quien se ha llevado mi Queso. Bien. Al salir de aquel camerino, mi mirada se dirigió al último camerino, que tenía la puerta entreabierta y una luz encendida dentro de él. Me acerqué allí sin saber muy bien la razón de porque lo hice. Dentro pude distinguir una voz que ya me era familiar, una voz dulce y cantarina, Christine. Al principio me sorprendió que estuviera allí, pero luego de escuchar la otra voz que le acompañaba me quedé petrificada en donde estaba. Era la voz de un hombre, grave, pero suave a la vez. Una voz melodiosa, mística y extremadamente bella. Parecía ser que discutía con la joven que estaba dentro, pero estaba tan hechizada por aquella visión acústica que no pude recoger pedazos de la conversación, o por lo menos no hasta que escuche a la chica cuestionarse de si estaban solos.

En aquel momento, si que me preocupe de que llegarán a descubrir mi presencia. Debía de idear alguna manera de zafarme de aquello. Pero mi estupidez fue más rápida.

-          ¿Christine? — le pregunta salió sola de mi boca.

Rayos.

-          ¿Christine, eres tú?

-          Si, - dijo al abrir por completo la puerta del camerino. - ¿Pasa algo?

-          No podemos estar aquí. — le dije, y aquello era verdad.

-          Sí, lo se, pero, yo... tu también estas aquí. — dijo esperando evidentemente una reacción desesperada en mí.

-          Vine a buscar los libros del director. — se los mostré. — Me pareció oír tu voz y... estamos aquí.

La chica pareció dudar durante un momento.

-          Te veré mañana. — dijo y se apretujo para pasar a mi lado por el estrecho corredor.

Una vez la tuve fuera de mi vista, concentré mi total atención en el camerino del que ella había salido.

-          ¿Qué hacías aquí, pequeña Christine?

Sin pensarlo dos veces, entré. Buscando la procedencia de la hermosa voz de hombre, pero no había nadie más allí. Giré mirando en todos los ángulos buscando un escondite en el que pudiera entrar una persona. Pero no. Nada. Nada de nada.

Suspiré con un sentimiento que no pude identificar dentro de mí, ¿impotencia? ¿desilusión? No sabía. Me acerqué al espejo que había en la pared del fondo. Jamás había entrado en aquel camerino, parte del espejo se hallaba desde una distancia aproximadamente a un metro y medio del suelo. Pero, había uno más. Un espejo de cuerpo completo empotrado en la pared. Me acerqué a él. Y me miré fijamente, cosa que no solía hacer muy a menudo. Acomodé un mechón de cabello detrás de mi oreja y escuché una respiración. Giré sobresaltada en busca del lugar de origen de aquello, pero seguía sin haber nada delante o detrás de mí.

-          Estas volviéndote loca. — me dije a mi misma.

Volví a enfocarme en el espejo, por un instante tuve a sensación de que algo o alguien me miraba através de él, pero no me moví ni un centímetro. Me quedé allí. Sin moverme, delante del espejo, como retando a lo que sea que estuviera allí, si es que había algo. Por un fugaz momento, el espejo pareció clarearse y me dejó ver la mitad de un rostro masculino que me sonrió.

-          Te dije que ya no buscaras problemas en mi teatro.

PhantomWhere stories live. Discover now