Epílogo

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Me pasé una mano por el cabello e intenté desenredarlo lo mejor que pude. El aire del otoño comenzaba a hacerse presente en el parque en donde me encontraba y varias hojas habían logrado colarse en mi peinado. Miré el reloj en mi pulsera, aún no era hora.

Frente a mí se extendía una enorme área infantil llena de juegos y niños corriendo de un lado para otro y de padres persiguiendo a sus hijos. Centré mi vista allá por los toboganes multicolores y observé a un hombre, de 29 años y jeans con camisa a cuadros, quien jugaba con un pequeño niño de 5 años y una pequeña de 2, quienes reían a carcajadas. Había una mujer un poco más lejos de donde estaba aquel trío y miraba al padre como una lectora que mira su nuevo libro, devorándolo con la mirada e impregnándose de su aroma. La mirada del hombre se topó con la de la mujer y esta le sonrió de manera coqueta, mientras que él desvió la mirada hacia el suelo, tomó a los niños y comenzó a alejarse de allí.

Giré a mi derecha y miré con quien debía encontrarme, esbocé una pequeña sonrisa torcida mientras me levantaba y la persona caminaba hacia mí.

- Hola. – le dije cuando la tuve a un metro de distancia.

- Ha pasado tanto tiempo. – me dijo con un aire de tristeza

- Bueno, - le dije – Once años no son demasiado tiempo, pero tampoco son un parpadeo.

En un instante la mujer de rubios caireles me abrazaba y yo ya ella; no por el cariño mutuo que realmente era nulo, sino porque a veces necesitas el contacto físico para saber que algo es real.

- Dios... - susurró antes de separarse de mí. - ¿Por qué ahora? No te he visto desde... ¿la graduación?

Reí.

- Creo que sí. Tengo algo para ti.

Me senté en la banca metálica y Christine me imitó, tomé el maletín que había en el suelo al lado de la banca y urge en él hasta que encontré un sobre sellado tamaño carta de color amarillo, lo saqué intentando no desordenar los demás papeles que había adentro. Le tendí el sobre a Christine.

- ¿Qué es esto? – preguntó pero sin tomarlo.

Abrí la boca para responder, pero un invitado más se nos unió.

- Lo lamento, no había lugar para estacionarme. –un hombre de cabello entre castaño y rubio apareció. – Entonces... - su mirada se topó conmigo.

Una sonrisa curvó sus labios. Los niños del tobogán ahora corrían, bueno, el niño; la pequeña intentaba seguirlo pero solo lograba dar algunos cuantos pasos antes de caer, levantarse y volverlo a intentar.

- Siempre es un placer verte de nuevo, vieja amiga.

- Claro que sí, mi viejo amigo.

Le sonreí. El hombre que estaba en el tobogán ya había aparecido en el campo de visión de todos y se acercó hasta nosotros.

- Por otro lado, no es un placer verte a ti. – le dijo Raoul al hombre.

- Raoul. – dijo él a modo de saludo.

- Erik. – lo imitó el acompañante de Christine.

Sonreí mientras tomaba al pequeño y lo cargaba para ponerlo sobre mis piernas. Las miradas de Erik y Christine se encontraron, ambos se miraron el uno al otro pero sin decir nada. Raoul miraba a Erik aunque no podría decirles en que pensaba. Erik dejo de mirar a Christine cuando la pequeña le encajo sus pequeñas manitas en la pierna, pues se había escondido detrás de él al ver a los extraños.

PhantomWhere stories live. Discover now