Capítulo VII: El Laberinto

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Aquella fue la primera vez que entraba a un lugar del teatro que me era prohibido. Saque la linterna de su lugar en mi bolsa, la encendí y fui iluminando el pasillo que se extendía frente a mí. No sabía hacia donde se dirigía aquel pasillo, porque debía dirigirse a algún lado. Tuve que entrecerrar los ojos para poder distinguir lo que había delante. Conforme avanzaba por aquel extraño y oscuro pasillo tuve la sensación de estar metida en el laberinto más escalofriante del mundo, debí girar en varios tramos por el camino así lo obligaba. En una pequeña fracción del recorrido las antorchas cesaros, lo que quiero decir es que, ya no había antorchas empotradas a ambos lado de la fría pared, pero gracias a mi linterna pude continuar con la caminata.

Me detuve de pronto, pude percibir una luz que me era bastante familiar, tenue y pálida, la luz del escenario. Tantee con mis manos la pared a mi izquierda, era solida, pero de algún lado debía estar penetrando aquella luminaria. Más adelante encontré una pequeña rendija que se deslizaba a un lado. Al deslizarla pude ver a la perfección todo el escenario, se encontraba en una esquina alejada de todo... La misma esquina... El mismo rincón donde la misteriosa capa había rozado mi mejilla y el aliento de muerto me había hablado al oído. Me quede allí. Simplemente mirando todo afuera, ¿Cómo era posible que estuviera detrás del escenario? ¿Por qué nadie menciono nunca estos túneles? Estaba tan absorta en mis pensamientos interiores que, en ese momento, no me percate de la extraña figura que paso detrás de mí sin detenerse a mirarme...

Sentí un roce entre mis tobillos desnudos, mire hacia abajo lentamente. Me inundo un asco terrible al ver como una rata del tamaño de una bolsa de arroz se pasaba a sus anchas por entre mis tobillos. Levanto su asqueroso rostro hacia mí y me sostuvo la mirada, tenía los ojos rojos y el hocico tan sucio como si hubiera estado hurgando en los contenedores de basura de la Academia. Me gruño repentinamente mostrándome sus pequeños pero afilados dientes, eche a correr.

Como la linterna subía y bajaba gracias al movimiento de mis brazos no podía orientarme con la claridad que hubiera querido. Supe que era momento de girar cuando choque contra un muro. Aun podía escuchar chillar a aquella rata, aunque debía de ser mi imaginación. Gire y seguí corriendo, por alguna estúpida razón abrí la mano con la sostenía la linterna y esta cayó al suelo. Me arrodille para recogerla. La luz había quedado en lado contrario a mí, iluminaba el pasillo por el que había estado corriendo. No había imaginado los chillidos de la rata, ella venia a mi encuentro y no venia sola, de algún lado habían aparecido montones como ella. Me incorpore de un salto y seguí corriendo. Choque contra vario muros, era la única señal que me podía permitir; comenzaba a agotarme cuando al final de un pasillo vi las luces tintineantes de las antorchas. Con las fuerzas que me quedaron corrí hasta allí. Tropecé con una piedra cerca de la primera antorcha y caí. Golpeándome las rodillas. Mire hacia atrás, podía distinguir la tenue iluminación que provenía de mi linterna, también distinguí un mar de animales rastreros que venía hacia mí. Gire sobre mi misma para tener una mejor visión de que tan cerca se hallaban, apoye mi pie derecho en la piedra que me había hecho tropezar que se movió unos dos centímetros. Los muros comenzaron a temblar y yo mire alrededor bastante asustada. En no más de 5 segundos una pared cayó del techo bloqueando el pasillo anterior.

- ¿Pero qué rayos? – formule en voz alta a pesar de que no había "nadie" que pudiera escucharme

Me levante y frote mis adoloridas rodillas, suspire un par de veces gracias al dolor para luego ponerme en marcha nuevamente. Al haber perdido la linterna debía rogar que las antorchas siguieran hasta el final de todo aquello.

Con fuerzas un poco renovadas seguí el camino de centellantes antorchas, gire en donde ellas giraban y me detuve en donde ellas acababan, pero no porque en el pasillo frente a mi no hubiera más antorchas con las que guiarme sino que ya no había pasillo, una pared tan fría y rocosa como las demás se hallaba o bloqueándome el camino o terminándolo. Pase una mano por mi cabello, gire sobre mis talones pensando que lo más probable era que hubiera pasado por alto alguna salida entre las antorchas. Regrese sobre mis pasos algunos cuentos metros cuando recordé la misteriosa pared que había bloqueado el pasillo de las ratas, por lo que regrese a la pared que marcaba el final del camino. Busque en el suelo alguna piedra que pudiera servir de mecanismo, pero no había nada. Lleve mi mano a la antorcha más cercana con el propósito de usar su luz para ver mejor y más de cerca la pared, pero esta no cedió de su lugar en la pared. Intente otra vez, pero nada. Algo dentro de mí dijo: Si no sube, debe bajar.

Tome el mango de la antorcha y en lugar de asirlo para hacer que saliera, lo jale hacia el piso, sorprendentemente cedió. La pared, que antes había pensado era el final de todo aquello, se deslizo hacia un lado dejándome ver una escalera que descendía y más antorchas que iluminaban. Solté la antorcha y la pared comenzó a deslizarse de nuevo a su posición original y antes de haberlo previsto me encontraba donde hace 30 segundos había estado. Volví a tirar de la antorcha, la puerta volvió a abrirse, cuando estuvo abierta por completo solté la antorcha y corrí hacia el agujero. Entre a duras penas. Los escalones eran resbaladizos y no había ningún barandal del cual poder aferrarse. Por lo que la fría pared de roca era lo único que me impedía caer y golpearme la cabeza.

Al llegar al final de la escalera se extendía otro pasillo idéntico a todos los demás. Seguí avanzando por él, en definitiva aquello era un laberinto muy bien elaborado. Un laberinto debajo del teatro. Intente recordar algunas de mis clases en donde habíamos visto la historia de construcción de la Academia Atenas, sabía que la institución contaba con bastantes años, y que había sido cuartel durante una guerrilla, pero nunca mencionaron túneles secretos debajo de ella, no había ninguna palabra en los libros de historia que mencionara las trampas que había aquí debajo. Supuse que durante la guerrilla los soldados debieron de proteger su fortaleza y colocaron todas aquellas trampas, entonces debía de haber muchas más. Seguí por el pasillo, girando con el y descendiendo con él. Conté cuatro descensiones; cuatro sótanos. No había tenido que lidiar con más ataques de ratas asesinas, sin embargo en el descenso para el tercer sótano había sogas que bloqueaban el paso de la escalera, sogas predispuestas para tropezar con los resbaladizos escalones y morir ahorcado. Tuve bastante cuidado en ese tramo.

Estando ya en el cuarto sótano no sabía si había más sótanos por los que descender, llegue al final del pasillo no mas antorchas. Busque como lo hice en los demás, la trampilla que accionaba el mecanismo para que la pared se moviera, pero no encontré nada, sin embargo había en la pared una cita que mi profesor de Filosofía había usado alguna vez en clase:

"Hay que esperar lo inesperado y aceptar lo inaceptable. ¿Qué es la muerte? Si todavía no sabemos lo que es la vida, ¿cómo puede inquietarnos conocer la esencia de la muerte?

- Confucio"

Debajo de la cita había una pequeña abolladura en la pared, con espacio suficiente para la presión de una mano. Por lo que puse mi mano allí y presione suavemente, no ocurrió lo que esperaba; la pared frente a mi no se movió. Lo que paso fue que el suelo se abrió a mis pies, engulléndome en la oscuridad...

Adelanto:

‹...› extraje el extraño sobre de mi mochila, rompí el sello de cera con forma de calavera y saque el papel color sepia doblado que había dentro. La aparición de aquel papel debía significar algo. Lo extendí, la letra era la misma de la nota de advertencia que había recibido días atrás, mi mirada se dirigió directamente a la firma:

"Firma su humilde servidor

F. O." ‹...›

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