Capitulo XIII: Erik

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Fueron dos semanas. Aquellas en las cuales me sentía diferente durante los ensayos de teatro, mi rendimiento escolar ya era pésimo antes de la noche en la Mansión del Lago, pero gracias a esta visita y sobre todo a mi guía fantasmal, mi rendimiento durante las clases se fue al caño. Al entrar en el teatro, lo único que podía pensare era en él, solitario, habitando en los sótanos del teatro. Una pobre alma torturada, alguien quién solo era un joven que apenas si existía en este mundo. ¿Había intentado contactarlo después de aquella noche en la que le arrebate su preciada máscara? Por supuesto que si, más el no daba señales de vida. Intenté hablar con Christine, pero sólo pude hacer que llorara mientras me decía que el Ángel de la Música se había desvanecido en su camerino, ya no le daba lecciones, y ella se encontraba desesperada.
Me cuestiono si yo sabía algo de aquel a quien ella tanto adoraba, pero no supe responder.
Erik. Lo único que me quedaba de él, ahora, era su nombre, porque incluso sus pequeñas epístolas habían desaparecido de mi habitación. No había podido contarle a nadie lo sucedido en los sótanos, ni siquiera a Lucas. Había tenido que idear una mentira para explicar las marcas alrededor de mi cuello y mi pequeño corte en la frente. Mentira que, por supuesto, él no creyó. Tuve que soportar las insistentes reclamaciones de una explicación, o más bien de LA explicación. Más, mi amigo, sabia que no iba a lograr nada y prefirió dejarme en paz durante esas dos semanas.

- Señorita, por favor, ¿podría repetir el axioma del amor de San Agustín? - me pregunto el señor Varone, toda la clase giro a verme
- Ehh... Yo... No lo sé. - admití, mi profesor negó con la cabeza y siguió con la clase.
Todo continuo con una monótona "normalidad", para cuando la campana anunció que la clase había terminado, la mitad de mis compañeros estaban dormidos sobre los pupitres.
- Los veo la siguiente semana, muchachos, pasen un buen fin de semana.
El sonido de mochilas abrirse y cerrarse reinó por escasos segundos, y en menos de dos minutos el salón estaba vacío. Sólo quedábamos el señor Varone y yo. Suspire y guarde mi cuaderno de Filosofía I en la mochila. Me levanté de mi lugar, más por alguna extraña razón busqué a mi profesor, seguía sentado en su escritorio y me miraba con gesto pensativo.
- ¿Pasa algo?- pregunté
- "Ama y haz lo que quieras; pero fíjate que lo que ames merezca ser amado."
- ¿Qué?
- El axioma de amor de San Agustín
- Ohh... ¿Gracias?
- Estuviste en el quinto sótano, ¿no?
Me quedé muda. Petrificada en medio del salón de clases, mirando a mi profesor de Filosofía con una expresión de incredulidad en el rostro. El suelo a mis pies se volvió movedizas, tuve que colocar mi mano sobre un pupitre para lograr equilibrarme.
- ¿Cómo...?
- He hablado con él - y ante esto rió- le has causado una buena impresión.
-¿Qué?
- Le agradaste. - dijo risueño-pero no debes dejar que el pensar que Erik se ha desvanecido de la faz de la tierra empeore tu rendimiento en la escuela.
- Creí que me odiaba. - dije en un susurro casi inaudible. - Yo, le arranque su máscara.
- Y ¿lo que viste debajo?
- Me dejó perpleja. Su rostro es...
- Te comprendo. - suspiró.- Si quieres volver a verlo, no te aconsejaría que entrarás al teatro por el salón de los deportes.
- ¿Hay una entrada por allí?
- Nunca lo escuchaste de mí.
Tomó sus cosas y salio del salón conmigo tras de él.

El salón de los deportes se ubicaba unos 20 metros detrás del teatro, albergaba todos los trofeos ganados por la Academia Atenas en bastantes deportes, tenía además una pequeña oficina dedicada a la sección cultural de la escuela. Jamás hubiera pensado que en aquel lugar había una entrada al teatro. Di varias vueltas al pequeño edificio irregular, ubique una puerta detrás de el, pero solo había material de limpieza. Por lo que entré al salón, pero no había ningún indicio de lo que pudiera ser una puerta. Había dado por pérdida mi esperanza cuando pise una tabla de madera que crujió ante mi peso y se hundió levemente. Baje la mirada y logré atisbar un aro de metal, de aquellos que se usan para las puertas de los sótanos en antiguas construcciones. Mire a todos lados para saber si había alguien cerca, la secretaria se había ido en algún momento y creí que aquella era ma oportunidad perfecta. Jalé del aro y la trampilla cedió. Me dejo ver unas escaleras que daban a un túnel oscuro. Tome aire y reuní todo el valor que me fue posible. Bajé, asegurándome que la trampilla quedaba cerrada. Abajo todo era frío y oscuridad, comencé a guiarme tocando las paredes a mi lado. Giré donde las paredes giraban; y llegué al primer sótano, de allí el camino me era familiar.

Baje hasta el quinto sótano, al ver el lago sonreí inconscientemente, me acerqué a la orilla tiré la mochila hacia un lado y hundí el brazo buscando la soga que atraería la balsa, no pudo mucho cuando la encontré. Jalé de ella, y la familiar figura de aquella balsa fue como una dosis de dopamina. Subí a ella y navegue en línea recta. No paso mucho tiempo cuando pude distinguir las luces de la mansión. Hasta ese momento no había pensado en lo que podría pasar, ¿que si el no me quería por alli? ¿Podría volver a salir? Demonios. Sin darme cuenta la balsa ancló por si sola, una familiar figura espectral se acercó a mi. Unos fuertes brazos me sacaron de la balsa en menos de 30 segundos y me sostuvieron frente al chico de traje y frac.
- Hola. - dije sin saber muy bien el porque lo hice.
- ¿Cómo entraste? Bloqueé todas las entradas.
- Yo también te extrañé.

Este es un poco corto, pero debía dejarles algo, espero les guste. Comenten, compartan, y regañenme por tardarme en actualizar.

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