Capítulo XVIII: El Rapto

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- Quédate aquí. No tardaré. En cuanto me veas venir, escóndete en la esquina de allá. – la señaló.- Pasaré por allí, ve detrás de mí, no te alejes demasiado, pero tampoco estés muy cerca.

- ¿Qué rayos quieres hacer? – él sonrió. - ¿A dónde vas?

- Le haré una pequeña visita a Christine Daaé.

Al escuchar aquel nombre apenas si pude decir algo. Observé al espectro alejarse de mí; por alguna razón me dirigía a la esquina que él me había indicado. Claro, siempre iba a hacer lo que él me dijera. Si me pidiera saltar de un puente, lo habría dudado, pero en aquella noche, abandonaba en medio de la oscuridad de un laberinto fantasmal, ni siquiera me habría puesto a pensar en mis acciones, habría saltado. Habría sido mucho menos doloroso caer contra el suelo de asfalto que verlo regresar de la mano de Christine Daaé. Cantándole. Sonriéndole de una manera genuina. Enamorándose a cada instante de un chica con la cual no había comparación.

¿Le seguí? Por supuesto que lo hice. Con pasos discretos detrás de aquellos dos. Escuchando su conversación.

- Hoy has estado espléndida en tu ensayo, mi bella Christine. – le dijo él

- Eres tú a quién se le debe agradecer. Tú me has enseñado todo cuanto sé, mi Ángel de Música. Tú y Raoul...

Ante este nombre mi amigo soltó un gruñido.

- ¡Ese insolente! ¡Esclavo de la moda! ¡Tonto ignorante!

- Ángel, por favor, no hables así de él. Para mí, tú eres el único. Talvez he sido débil con él, por favor, perdóname.- y ante esto lo abrazó con tal fuerza que me dieron muchas ganas de golpearla allí mismo.- Quédate conmigo, guíame. Está conmigo para siempre. No huyas más de mí.

- Mi pequeña belleza, lo sabes, las sombras son mi hogar. Pero mientras te mires en el espejo, dentro, sabes que siempre me hallarás.

- Ángel de Música, al fin estamos juntos. Ángel de Música, no te esconderás más mi ángel.

- Claro, que soy tu Ángel de Música, y debes obedecer a tu Ángel de Música. No digas nada, y sígueme.

- ¿A dónde vamos?

- Al lugar donde podremos ser felices juntos.


Una semana.

Christine llevaba desaparecida una semana. Todo el mundo se hallaba frenético ante su posible paradero, bueno, todo el mundo excepto yo, que sabía a la perfección en que lugar se hallaba. Durante aquella semana me había abstenido de visitar a mi entrañable amigo Erik, la razón no era dejar de verlo, sino que, en presencia de Christine yo pasaba a ser como un mueble más en la Mansión del Lago. Erik ni siquiera giraba a mirarme, para lo único que tenía ojos era para aquel ser de inconmensurable belleza y singular voz, algo con lo que yo nunca podría llegar a competir.

¿Para qué seguir bajando a visitarlo si él ni siquiera notaba mi presencia? Me cuestioné mucho el porque le deje raptar a la chica, ¿porqué no le detuve? Yo pude haberme opuesto ante esto y probablemente él me habría escuchado.

Cada noche, durante esa interminable semana, en mis sueños sólo podía recrear cómo Erik había seducido a Christine con su voz y la había arrastrado hasta las densas tinieblas de su hogar. Solía despertar a la mitad de la noche con la respiración agitada y mi rostro bañado en lágrimas. Pero aquello no podía ayudar para nada. No por llorar, Erik se enamoraría de mí.

PhantomWhere stories live. Discover now