Capítulo XIX: Duelo de violines

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Decidir bajar de nuevo a los sótanos fue más duro de lo pensé en un principio, todo estaba, en apariencia, igual, sin embargo podía sentir el aire más espeso. Me costaba trabajo respirar, de alguna manera sentía a la oscuridad que se extendía frente a mí como a una persona, me acercaba a ella como esperando que me abrasase por volver. Al llegar al lago dejé caer mi mochila en la riviera, saqué de ella el vestido y el antifaz que Erik me había confeccionado y me los puse, a decir verdad, la capa me era innecesaria por lo que la había dejado en mi habitación. Tomé además un poco de aerosol deportivo, de aquel que los deportistas usaban cuando tenían un golpe a mitad de un partido; y un poco de sangre falsa de la utilería del teatro. Me las arreglé para esconderlos dentro de los encajes de mi vestido.

El procedimiento me era familiar; atraje la balsa hasta mí y remé hasta vislumbrar la iluminación de la Mansión. Me acerqué sin que nadie se diera cuenta de mi presencia, conforme más cerca me encontraba podía escuchar la voz de Christine cantando óperas antiguas, y el indiscutible sonido del órgano de Erik. Anclé en la orilla; bajé de la balsa preparándome física y mentalmente para lo que pudiera llegar a suceder. Caminé hasta entrar en la Mansión, la voz que cantaba tan dulcemente se detuvo al instante; y la música que la acompañaba no tardó demasiado en ceder.

- ¿Qué es lo que ocurre Christine? – escuchar su voz de nuevo hizo que un escalofrío recorriera mi espalda. La chica no dejó de mirar hacia donde yo me encontraba, aquella fue la primera vez que pude sostener la mirada de la joven Daaé, todo gracias a la protección de mi antifaz. Erik siguió la dirección de su mirada, torció el gesto al verme. - ¿Qué haces aquí?

A mi mente vinieron las palabras que el director de teatro había dicho en mi primera clase de teatro; "La regla aquí es no pronunciar 'No puedo. No quiero. Y me da vergüenza'. El actor no tiene límites, el vestuario lo protege. El maquillaje es su antifaz. Nadie puede reconocerlo. Su caracterización es una armadura. Nada puede dañarlo. Pues al entrar en personaje el actor ya no es conciente de sí mismo. Es una persona diferente con reacciones diferentes. El actor no podrá disculparse por lo que vaya a suceder en el escenario con su personaje, no es su culpa. No es él."

De aquel hermoso discurso varias partes centellaron con gran luminosidad dentro de mi cabeza. El vestuario me protege. El maquillaje es mi antifaz. No es mi culpa. No soy yo.

- Sé que también me has extrañado, querido. – dije con un tono de altanería que me sorprendió que pudiera lograr.

- No has respondido. ¿Qué haces aquí?

- Ángel... - susurró la bella Daaé, mi presencia debía de causarle una enorme confusión.

- Calla, jovencita. – hablé.- He venido a charlar con el Ángel, no contigo.

Erik se acercó hasta mí con paso desafiante, en un contexto diferente, yo hubiera retrocedido asustada, pero allí y en ese momento, le hice frente. Él pareció sorprenderse.

- No será tan fácil esta vez, Erik. – le susurré. Me moví para acercarme a Christine. – Ella regresará.

- ¿Quién te crees para decidir eso? – preguntó furioso.

- La necesitan arriba.

- Le han encontrado un reemplazo. – siseó.

- No hablo de eso. Raoul, Meg, Madame Giry, el señor Varone, están preocupados por ella. La necesitan de vuelta.

Al escuchar aquellos nombres, los ojos de Christine se llenaron de lágrimas, cayó de rodillas al suelo y comenzó a llorar. Me acerqué a ella, me acuclillé a su lado, la abracé.

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