Capítulo IV: Preguntas sin respuesta

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-          ¡NO ESTOY LOCA! — le grite al chico frente a mí. - ¡YO SE LO QUE TE ESTOY DICIENDO! ¡HABIA ALGUIEN DEL OTRO LADO DEL ESPEJO!

-          Escúchame, necesitas calmarte. Has estado estresada estos días, todo debió de haber sido producto de tu mente.

-          ¡Lucas! Por amor de Dios, yo sé lo que vi. — me silencie abruptamente. — El espejo se volvió transparente y había alguien del otro lado.

Lucas, mi mejor, mi único amigo me miro como si pensara en internarme en el Centro de Salud Mental; pero era demasiado caballeroso como para siquiera decirme "loca". Se limito a mirarme y sus ojos escrudiñaban mi rostro en busca de algo, no sabría decir de qué.

Al final suspiro.

-          Creí que no creías en el Fantasma

L o mire directamente a los bellos ojos chocolate que tenia.

-          No me crees, ¿cierto? — abrió la boca para decir algo, pero luego la cerro. — No tienes que decir nada, se que todo suena a que fume marihuana, pero no es así. Lamento haberte hecho perder el tiempo.

Me levante de la silla de plástico color rojo donde estaba sentada, y comencé a caminar a la salida de la cafetería. Una vez fuera no supe hacia dónde dirigirme. Quería respuestas. ¿Había sido todo real o estaba comenzando a padecer esquizofrenia? Mire la hora en el reloj que llevaba atado a la muñeca a todo lado al que iba.

Suspire. Comencé a caminar hacia mi siguiente clase, Desarrollo Humanístico, al llegar al salón la puerta estaba abierta y la mayoría de mis compañeros, si no es que todos,  estaban ya dentro del aula. Mire a la profesora, una mujer de cabello rojo sintético con unos 50 y tantos años tras de sí, delgada pero saludable, me miro y enarco una ceja, supongo que esperaba a que entrara. Di un paso, pero algo muy dentro de mí me impidió dar otro, por lo que di media vuelta y me aleje de allí.

Termine llegando a los dormitorios. Entre en mi edificio y subí las escaleras de dos en dos. Al llegar al último piso camine por el corredor hasta que encontré la puerta de mi dormitorio, la abrí y entre en el. Cerré de un portazo; mis piernas fallaron y caí al suelo de madera crujiente. Lleve mis manos al rostro, en ese instante me di cuenta de que había estado llorando, pues mis dedos se mancharon del maquillaje de mis ojos. La pregunta importante aquí es: ¿Por qué estaba hecha un mar de lágrimas? Ni yo misma lo sabía, o eso parecía.

Estoy segura de que alguna vez todos hemos llorado sin razón aparente, simplemente por el placer de llorar, así es, el llorar te da un placer. O tal vez porque nuestros sentimientos son a veces tan confusos que la única manera que creemos tener para salir es el llanto.

Mi cabeza estaba hecha un revoltijo de dudas y preguntas sin respuestas. No sabía qué pensar en ese preciso momento; lo único que tenía en claro era que dentro del teatro había alguien o bien que estaba volviéndome loca.

Christine.

Repentinamente la imagen de la chica cruzo mi mente, ella debería de saberlo todo, y si no era así, alguna información podría propiciarme. Limpie las lágrimas de mi rostro al igual que el maquillaje corrido con la manga de mi camiseta.

No supe en qué momento baje las escaleras y me encontré de nuevo en los pasillos de la Academia Atenas, simplemente mis piernas me guiaron a donde supuse la encontraría. El teatro.

Al llegar a la entrada principal, todas las puertas estaban cerradas, pero cuando me dirigí a la entrada trasera mi suerte pareció cambiar. La puerta metálica estaba entreabierta; me introduje al teatro procurando que nadie se diera cuenta de ello. Dentro todo me pareció macabro, no había luces encendidas y las cortinas estaban puestas, por lo que la luz del día no penetraba dentro. Tan solo el escenario estaba tenuemente iluminado. Al querer seguir el camino que me llevaba a camerinos un escalofrió me recorrió la espalda, y justo al llegar a la entrada al pasillo que daba a camerinos... una mano me tomo del brazo.

Gire sobresaltada, esperando encontrarme con el hombre de la máscara, pues la fuerza que se descargaba en mi brazo era superior a la que podría poseer Christine; mi sorpresa sobrepaso los limites cuando no me encontré ni con Christine ni con el hombre de la máscara, sino con el señor Varone.

-          ¿Qué haces aquí? — me cuestiono

-          Podría hacerle la misma pregunta.

-          No puedes estar aquí.

-          Usted tampoco.

-          Tengo...

-          ¿Asuntos que arreglar? De nada sirve que me mienta.

El hombre frente a mi me soltó inmediatamente y espero a que continuara hablando.

-          Lo he visto a usted salir del teatro cuando no debería haber nadie en el.

-          No lo sabes...

-          Y se... que usted no es aquel a quien tanto temen las bailarinas de Madame Giry

-          ¿Qué?

-          Hay un Fantasma. — le asegure. — No es usted.

-          ¿Cómo puedes estar tan segura de ello?

-          Porque he visto al Fantasma, y usted no tiene su mirada.

Después de aquello, el profesor de Filosofía me obligo a salir del teatro sin decirme más. Al estar afuera se aseguro de cerrar bien la puerta metálica y luego me miro, pero siguió sin decir nada. Supe que si yo no tomaba la iniciativa en aquello, el no lo haría.

-          Solo quiero respuestas. — le dije. - ¿Quién es él?

-          No deberías de haberlo visto nunca.

-          Solo quiero respuestas. — repetí

-          No las obtendrás de mí.

-          Bien. — le dije molesta

Tras aquello, el hombre se fue sin mirar atrás, y todo quedo claro para mí. Si quería averiguar algo tendría que hacerlo por mi cuenta, y aquella tarde, después del ensayo, me las arreglaría para entrar de noche en el teatro.

PhantomМесто, где живут истории. Откройте их для себя