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En algún lado del gran palacio imperial del emperador de la China unificada, se encontraba el afamado emperador Qin Shi Huang, este se encontraba caminando de un lado para otro con algo de agobio y pesadez.

Al parecer el emperador estaba algo frustrado. En días, semanas y meses pasados, sus consejeros no dejaban de insistirle en qué lo mejor para el imperio era que tuviera un heredero, insinuaban una y otra vez que aquello era lo mejor para el Reino y tal vez para él también.
El Emperador estaba arto de sus insistencias, sabía que sus intenciones eran buenas, pero no lo quitaba lo fatigado qué estaba, el plan de casarse e incluso de comenzar a tener hijos no eran una prioridad para él y por la suma insistencia de sus consejeros el tena le comenzaba a fatigar a un nivel qué no pensó llegar a alcanzar, ahora tener que pensar en ello lo ponía de muy mal humor.

El emperador Qin a menudo salía del palacio después de terminar con los deberes o pendientes que tenía con respecto a su nación. A veces salía a entrenar un poco o tan solo caminaba sin rumbo alguno, caminaba hasta que se sintiera un poco cansado o satisfecho, y únicamente es que así decidía volver a su palacio.

En aquel día, el emperador ya había terminado con todos sus deberes, y sin más salió del palacio, procurando no ser visto para no ser molestado.

Llevaba caminado un par de horas, seguía faltando bastante como para que el sol empezará a ocultarse y aun se sentía insatisfecho.
Hubo un punto donde el emperador se topo con un bello valle y camino a las orillas de este por un buen rato.

Al pasar un rato pudo divisar la figura de una mujer que se encontraba hincada a las orillas de ese mismo valle, al parecer la mujer no había notado la presencia del emperador, dedujo qué tal vez era por los muchos árboles que habían al rededor, pero al acercarse más noto que la mujer tenía los ojos cerrados.

Qin se acercó a la mujer.

-Que hace una bella dama aquí tal sola? - dijo Qin, terminando con el silencio que había en aquel tranquilo lugar.