13 - El viaje

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Su historia comenzaba a parecerse a las series que veía en televisión

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Su historia comenzaba a parecerse a las series que veía en televisión.

Eissi pensaba que una idea tenía que haber surgido de un conjunto de otras anteriores que, uniéndose, formaban una nueva. Para ella, todo era un conjunto de experiencias creando ideas similares y a la vez tan diferentes, que muchas veces resulta complicado saber en qué momento comenzaba una e iniciaba la otra.

Lo que Astrid estaba viviendo no formaba parte de una serie televisiva. Desde su perspectiva, su situación era grave. Tanto que se había visto obligada a cambiar de look, por lo menos por un tiempo, hasta que pudiera encontrar a alguien que pudiera esconderla y enviarla a otro país con una identificación falsa. Bueno, que tampoco era algo fuera de serie. Esas personas existían. Para eso había que tener mucho dinero o formar parte del equipo del escuadrón de Agentes Especiales. Sin esas posibilidades, lo más obvio, era pasar desapercibida. Escondida en un cambio de estilo, huir y rezar por no llegar a ser encontrada. El tiempo en el auto le hizo pensar en eso con seriedad. «No, olvídalo. No huyes por la cuenta falsa. Todo va a estar bien», se recordó en silencio.

—¿Ahora sí me lo dirás? —habló Meyson aparcando frente a la que parecía ser una construcción abandonada.

Había estado conduciendo por aproximadamente cuarenta minutos. Lo suficientemente alejados de donde habían partido para no ser encontrados.

Astrid no sabía qué decir. Era de las personas que pensaban que los problemas, una vez dichos, perdían peso. Y temía que pudiera parecer algo sin sentido. Tampoco quería hablar sobre lo que había ocurrido, ¿y si Alexander se molestaba y la odiaba por la misma razón? Prefirió no decir nada.

—Bien, como quieras. Igual hay que comer algo. ¿Tienes hambre?

Ella asintió recordando que había salido de su casa sin probar un bocadillo.

Con el motor nuevamente encendido, emprendieron camino hacia el primer restaurante que encontraron. Meyson estaba convencido de que antes del anochecer, ella debía volver a casa. Pero había destrozado su teléfono y no sabía si en sus planes estaba el volver.

A pocos metros de la construcción, encontraron un pequeño restaurante. Bajaron del auto e ingresaron al local sin levantar ninguna sospecha. Es que, entre cada paso que daba, no ocurría lo que se veía en las películas. Nadie los observaba, para el resto, eran un par de clientes más.

Tomaron asiento en una de las mesas disponibles y esperaron a que alguien los atendiera. Astrid suspiró. Ahora reconocía que haber lanzado el móvil por la ventana había sido un error. Su madre no volvería a comprarle otro teléfono. Con el esfuerzo que le había costado convencerla. Desanimada, tomó la carta y ordenó algo ligero, además de una taza de café. Se sentía fatal. Pensó en sus amigas y en lo que harían para que estuviera feliz. Tal vez estarían pensando en el modo de hacerle ver a Benjamín que a Astrid no se le engañaba. Desafortunadamente, ellas no estaban ahí.

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